miércoles, 23 de febrero de 2011

23-F

La campana del reloj de la Audiencia daba la una y nosotros llegábamos a Soria, última parada. Ha sido un viaje intenso el que hemos realizado por tierras castellano y leonesas, un reencuentro feliz con unas ciudades que hacía tiempo que no visitábamos.

Empezábamos de nuevo con el reto de echarse a la carretera y emprender nuevas huidas en tu busca. De nuevo de gira. Y a pesar de la herida abierta por la crisis en el ánimo de la gente, tratamos de levantar la mirada. Ojalá la música pudiera zarandearnos para que nos sacara de este letargo, este mal sueño que nos deja con la pupila abierta atravesando el párpado cerrado y la garganta muda llena de polvo de los caminos.

Hoy es 23 F y recuerdo el lejano intento de golpe de estado entre la niebla en la que se mezcla el recuerdo y la fantasía.

Mi madre planchaba, yo jugaba con mis hermanos. Y llamaban a la puerta. Entraba nuestra vecina llorando:

-¡Ay, Juli! ¡Que los militares han entrado en el parlamento!

Y el edificio movilizándose ante lo que se venía encima. Eran otros tiempos, si el mundo se derrumbaba el vecino salía a tu encuentro y juntos se planeaba la resistencia. Tu vecindario era tu familia.

Recuerdo el rostro preocupado de mi madre mientras murmuraba entre el cansancio y la tristeza, otra vez los militares, el horror. Y las llamadas de teléfono. Mi padre detrás de la noticia e ilocalizable, mi tío haciendo la mili en Brunete, los amigos militantes a resguardo.

Con el tiempo, en el colegio empezaron las leyendas. Hubo quien dijo que al cortar la programación habitual en televisión pusieron dibujos animados del increíble Hulk toda la noche y nosotros jugábamos en el patio y el rumor de los fusiles era lejano como una locomotora de vapor que se alejaba hacia el final de la noche.

Era un tiempo en el que la gente, asumiendo el reto de estar viva en un momento convulso y efervescente, era protagonista del momento político. En fin, papá, cuéntame otra vez, y esas cosas. Es verdad que este no es el mundo que soñaron para nosotros, pero también estamos obligados a rendir homenaje a quien se jugaba el tipo en aquellos momentos de incertidumbre, héroes anónimos cuyo testimonio no recogerán los reportajes que en estos días tratan de hacer resumen de lo acontecido en aquellos días, gente corriente, o no tan corriente, que trabajaba en su barrio, que militaba en un sindicato o en un partido, que hacía política en su pueblo o en su parroquia, ilusionado por el cambio que se vivía, que soñaba en ese día en el que todos al levantar la vista, como cantaba el gran Labordeta, veríamos una tierra en la que pusiera libertad, quizá esa España implacable y redentora, de la rabia y de la idea que veía nacer Machado.

Aunque haya quien piense que el vano ayer nos ha regalado este mañana huero, en el que el ciudadano bosteza entre pachanga y pandereta, también nos trajo hasta este lugar en el que me encuentro contigo, en el que puedo cantar lo que canto, en el que celebramos que aún hay quien mira más allá del horizonte, quien no se resigna, quien sabe que la realidad no termina donde lo hace este espejismo, sino donde lo hacen los sueños.

Y así seguimos cantando, porque la poesía es un arma cargada de futuro, porque seguimos haciendo planes para emprender nuevas huidas, porque sabemos que aunque nos queda todo por hacer, aún arde fuego en nuestras manos y el batir de mil palomas blancas tiembla en nuestras gargantas.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Haciendo las maletas

De golpe se rompió como un espejo la primavera que disfrazó estos días de febrero. Ahora el invierno reclama su nombre, nos llena de frío y cierra el cielo. Se abre la cortina de humo que cubría el horizonte de Madrid y aparece mi ciudad, no es su mejor momento pero aún sigue hermosa.

Entre tanto fuimos al cine, leímos poemas, cantamos con Pablo Guerrero y soñamos. Hacemos planes y todo gira en este carrusel implacable que es la vida. A veces todo es tan real que hiere. Pero también ocurre que presenciamos un milagro que nos reconcilia con el mundo, como el hecho de escuchar las voces de los hombres y las mujeres de la Plaza Tahrir de El Cairo, como la voz de una Umm Kalzum revivida cantándole a un país que sueña despierto.

La historia sigue viva, aunque a veces retiremos nuestra mirada avergonzados cuando coincide con la suya, iracunda.

Mientras, nosotros cantamos. Y seguimos tratando de recordar qué debe ser vivir.

Comenzamos la gira. La carretera nos llevará en su lomo como un dragón chino retorciéndose en la mañana. Los teatros abrazarán las canciones y celebraremos reencontrarnos con viejos amigos. En el camerino, un temblor de pájaro asustado en mi pecho, sobre el escenario el rumor del agua cayendo sobre la fuente del jardín, el olor a tierra mojada, la risa vibrando en la sobremesa y tú a mi lado dibujando planes, tú mi Viernes encontrado en la playa, como un candil brillando entre la nada.

Son los últimos conciertos de la gira de Acuérdate de vivir por España. De ahí partiremos por Latinoamérica. Agradecido y emocionado hago las maletas.

Hago balance. Queda todo por hacer. Si tú quieres te acompaño. No soy más que lo ves.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Orgullo de barrio

Al orgullo de pertenencia a un barrio le cantaba en cierto modo Luis Pastor al titular a un disco Vallecas 1976 o el grupo Asfalto en su canción “Parque Sur” en los ochenta. En ella decía:

Pequeño pulmón. Borde de ciudad.

Me has visto crecer,

me has visto marchar.

Fuiste fiel testigo

de los sueños en voz alta;

ilustre notario de las horas bajas.

El orgullo de barrio lo han de sentir los habitantes de Vallekas al tener como vecino al padre Enrique Castro, cura de los pobres y los excluidos, cuya interpretación del evangelio le ha convertido en un referente en la lucha social por los más débiles.

Orgullo de barrio se siente cuando uno conoce los proyectos de Radio Vallekas, emisora independiente, libre y comunitaria o Tele K, cadena de televisión local que pretende ser una voz diferente, propia, disidente.

El orgullo de barrio lo representan tantos hombres y mujeres que construyeron un barrio desde la lucha, el compromiso y el esfuerzo, donde el hambre de emancipación hizo que se tejieran lazos de solidaridad que convertieron al vecindario en familia, y donde la ascensión social era favorecida por esa red vecinal que luchaba por el reconocimiento de la dignidad de todos los trabajador@s que lo habitaban.

Una de las cadenas españolas de televisión propone en un nuevo programa ascender a icono mediático a varias muchachas a las que bautizan como princesas de barrio. Ellas se dicen orgullosamente poligoneras. Y despliegan sus sueños ante el televisor sin filtros ni cautelas. Cuando a una de ellas le preguntan cuál es su sueño responde: ser mileurista. Nunca ha leido un libro, también dice ante la cámara. Y tararean una canción de Camela ante los rostros iluminados por las pantallas planas.

Para el programa, ellas representan el orgullo de barrio. Pero su resignación, la forma en que se jactan de sus carencias las alejan de lo que debiera hacernos sentir dicho orgullo.

La televisión nos aleja de la realidad al mostrarlo todo como espectáculo. Nosotros desde casa nos sabemos ajenos a esa realidad, mejores, y contemplanos satisfechos, sonriendo cómodamente, la desgracia de otros. Ya no distinguimos la ficción televisada de lo real. Y entre la piedad condescendiente, y la burla despiadada del que se cree superior, los medios retratan la realidad más sórdida como quien, en un safari, sigue los pasos del león que bosteza en mitad de la sabana.

Leo a Nicholas Carr explicar cómo Internet nos vuelve más superficiales, cómo nos hace perder capacidad de profundización, cómo la creación mediática que proyectamos como nuestra propia personalidad en la red de redes es un dibujo simple, estereotipado y alejado de lo que realmente somos: nos proyectamos virtualmente según las exigencias de la red y no de nuestros verdaderos anhelos.

Y es cierto. Nos preocupa que los post sean largos y encapsulamos y comprimimos todo lo que podemos el mensaje y el sentimiento a fin de que sea tomado en cuenta.

Así asumimos con resignación los cambios terribles que se avecinan. Los sueños son otros. Difícilmente nos preocupamos por que aumente la edad de jubilación y perdamos derechos como trabajadores, cuando nuestro sueño es salir en la tele, orgullosamente perdidos en nuestra ignorancia, o cuando al saber de la gente tapando la calle en Egipto exigiendo libertades una suerte de melancolía invade nuestro corazón al ver tan poco transitadas las pirámides mientras las ciudades arden y el mundo se derrumba a pesar de que nosotros nos enamoramos.

martes, 1 de febrero de 2011

Tres haikus

Te dejo tres haikus y el invierno nos saluda con una media sonrisa. Es una mezcla de dolor y afecto. El extraño rictus de un tiempo que olvidó que tras el invierno florecen los cerezos, aquella primavera que Neruda soñó imitar en otros cuerpos. Y aún así, con el frío cortándonos la cara y congelando el vaho que une nuestros alientos, sigo haciendo planes, escribiendo versos, agradeciendo tu mirada limpia por la mañana, y la caricia de este invierno que llena la ciudad de grises y azules, que se apaga como el silbato del tren que se aleja, como tus ojos mientras, se hace tarde, la película avanza como un barco a la deriva haciendo temblar la luz del salón y tú te quedas dormida en el sofá, imaginándote el final, soñando recuerdos del futuro:

Pero, como te decía, te dejo tres haikus:

I

Donde tus manos

acarician la hierba,

allí, me duermo.

II

Brizna de hierba

mecida por el aire.

Como un recuerdo.

Y III

Tiene el invierno

la costumbre de vestir

siempre tu sombra.