La campana del reloj de la Audiencia daba la una y nosotros llegábamos a Soria, última parada. Ha sido un viaje intenso el que hemos realizado por tierras castellano y leonesas, un reencuentro feliz con unas ciudades que hacía tiempo que no visitábamos.
Empezábamos de nuevo con el reto de echarse a la carretera y emprender nuevas huidas en tu busca. De nuevo de gira. Y a pesar de la herida abierta por la crisis en el ánimo de la gente, tratamos de levantar la mirada. Ojalá la música pudiera zarandearnos para que nos sacara de este letargo, este mal sueño que nos deja con la pupila abierta atravesando el párpado cerrado y la garganta muda llena de polvo de los caminos.
Hoy es 23 F y recuerdo el lejano intento de golpe de estado entre la niebla en la que se mezcla el recuerdo y la fantasía.
Mi madre planchaba, yo jugaba con mis hermanos. Y llamaban a la puerta. Entraba nuestra vecina llorando:
-¡Ay, Juli! ¡Que los militares han entrado en el parlamento!
Y el edificio movilizándose ante lo que se venía encima. Eran otros tiempos, si el mundo se derrumbaba el vecino salía a tu encuentro y juntos se planeaba la resistencia. Tu vecindario era tu familia.
Recuerdo el rostro preocupado de mi madre mientras murmuraba entre el cansancio y la tristeza, otra vez los militares, el horror. Y las llamadas de teléfono. Mi padre detrás de la noticia e ilocalizable, mi tío haciendo la mili en Brunete, los amigos militantes a resguardo.
Con el tiempo, en el colegio empezaron las leyendas. Hubo quien dijo que al cortar la programación habitual en televisión pusieron dibujos animados del increíble Hulk toda la noche y nosotros jugábamos en el patio y el rumor de los fusiles era lejano como una locomotora de vapor que se alejaba hacia el final de la noche.
Era un tiempo en el que la gente, asumiendo el reto de estar viva en un momento convulso y efervescente, era protagonista del momento político. En fin, papá, cuéntame otra vez, y esas cosas. Es verdad que este no es el mundo que soñaron para nosotros, pero también estamos obligados a rendir homenaje a quien se jugaba el tipo en aquellos momentos de incertidumbre, héroes anónimos cuyo testimonio no recogerán los reportajes que en estos días tratan de hacer resumen de lo acontecido en aquellos días, gente corriente, o no tan corriente, que trabajaba en su barrio, que militaba en un sindicato o en un partido, que hacía política en su pueblo o en su parroquia, ilusionado por el cambio que se vivía, que soñaba en ese día en el que todos al levantar la vista, como cantaba el gran Labordeta, veríamos una tierra en la que pusiera libertad, quizá esa España implacable y redentora, de la rabia y de la idea que veía nacer Machado.
Aunque haya quien piense que el vano ayer nos ha regalado este mañana huero, en el que el ciudadano bosteza entre pachanga y pandereta, también nos trajo hasta este lugar en el que me encuentro contigo, en el que puedo cantar lo que canto, en el que celebramos que aún hay quien mira más allá del horizonte, quien no se resigna, quien sabe que la realidad no termina donde lo hace este espejismo, sino donde lo hacen los sueños.
Y así seguimos cantando, porque la poesía es un arma cargada de futuro, porque seguimos haciendo planes para emprender nuevas huidas, porque sabemos que aunque nos queda todo por hacer, aún arde fuego en nuestras manos y el batir de mil palomas blancas tiembla en nuestras gargantas.