viernes, 24 de diciembre de 2010
Haiku navideño
Tu ausencia hiela
y diciembre te nombra:
flor de mi estío.
Felices fiestas
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Fin de año
y veo tus pisadas alejándose en la nieve.
Es invierno cuando todo te nombra
y un eclipse de luna bebe mis silencios
mientras te busco en la noche interminable.
Termina el año y no hay serpentinas
que crucen el cielo de mi casa
como el relámpago de tu risa.
En el vacío que dejas caben todos los abrazos
que los hombres una vez se dieron,
caben todas las flores de todos los jazmines
que han de resistir las heladas,
todos los llantos de los niños abandonados,
todas las casa deshabitadas,
toda mi pena.
Único y azul, como la estrella helada
que baila bajo esta nube gris,
tu recuerdo me acompaña
mientras el televisor rumia su hastío,
mientras cruzo la ciudad bajo las luces de colores
y escribo nuestros nombres
en las cortezas de todos los árboles.
Echo de menos
todo lo que llenas.
El año que viene
será primavera.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Aún no has despertado
No has despertado aún,
el invierno sabe a naranja
y el futuro se desliza
entre los árboles desnudos.
Buscándote.
Habrá quien mire pasar la mañana
como quien lee un telegrama
lleno de pésames y flores.
Nosotros cuidaremos el ala rota
de este día que comienza,
de este pájaro que anida
en el alféizar de las ventanas blancas.
No has despertado aún
y el café burbujea como mi ánimo,
sorprendido por la hazaña
de madrugar en un invierno
que sabe a naranja y a futuro.
Y tú, que todo lo llenas,
que no has despertado,
recorres la playa de mis mañanas
dejando tus pisadas en la arena
a Robinsones huérfanos de veranos.
Abres los ojos, como quien abre las nubes,
y el mundo que aún tiene el color
de la corteza de los plátanos,
también sin vestir
-es muy temprano-
celebra tu llegada
alumbrando las calles con luces naranjas,
con serpientes de colores,
y abre sus ventanas y sus alas,
como tú tus párpados,
llenos de besos y silencios.
Despiertas.
Y todo se vuelve verdad.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
La calma que vendrá
No para de llover. Oigo el crepitar de la lluvia sobre los cristales, el llanto que derrama este invierno gris. Salto los charcos, tarareo una nueva melodía, preparo un viaje, sigo vivo.
Luces errantes siguen cruzando estas noches frías. Seguimos necesitando vuestra ayuda: www.luceserrantes.com. La causa lo merece.
Preparo los últimos conciertos del año: San Cugat, Barberá, Viladecans. Luego vendrán unos días de descanso, para retomar después la gira, primero por España y luego por Latinoamérica.
Llegan las navidades. Acaba el año y, como siempre, hacemos propósito de mejorar en el que viene. Vendrán tiempos mejores, decimos con un suspiro que atraviesa el horizonte de Madrid hasta quedar suspendido entre las bombillas luminosas que cruzan la Gran Vía. Todo se llena de colores, de familias abrigadas que buscan en los escaparates el espejismo caleidoscópico que las envuelva en una nube adormecedora, para que se aplaquen el ruido de fondo y el estrépito de andamios.
La gente empeñada en parecer feliz se pone pelucas y sale a la calle. En la Plaza Mayor los belenes tiemblan de frío en los mostradores. La Noche Buena se viene, la Noche Buena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más, dice la canción. Porque el que vuelva será otro. Nosotros vistiendo otros cuerpos. Mejores. Más fuertes.
El jazmín de momento aguanta las heladas y yo me escondo en un abrazo mientras la noche se llena de tormentas. A pesar de que las cosas parecen llenarse de cenizas, aunque este aguacero implacable se empeñe en tenernos encerrados en casa, sé que vendrán tiempos mejores.
Me lo dicen las gotas de lluvia que tiemblan en tus pestañas infinitas, unas manos pequeñas que agarran un paraguas y me invitan a resguardarme, el olor de la tierra mojada en la lejana aldea, mientras el arroyo regresa cargado de agua entre los encinares en los que a veces me escondo, la risa de un niño mientras canto una canción, la vida misma sentada en el sofá de mi casa mientras la televisión me mece con su murmullo y afuera nos esperan los charcos, para ser saltados, para devolvernos en su reflejo nuestro rostro florecido, lleno de besos y sonrisas. Tras esta tempestad vendrá la calma. Y en ella nos encontraremos.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Decisiones difíciles
Nieva en Madrid y el frío se cuela por el cuello de nuestras camisas, el tigre celta maúlla como un gato abandonado y hambriento y luces errantes cruzan el cielo.
Escuchamos a los políticos de turno y a sesudos periodistas frases como “España tiene que hacer los deberes”, “hay que mandar mensajes claros a los mercados”. Es lo que tiene la economía: resulta tan esotérica y tan impenetrable que sólo queda decir frases hechas para expresar la incertidumbre, mezcla de resignación e ignorancia, que produce ver como la crisis nos desnuda en este invierno frío.
Algunos pensamos que los deberes de nuestros países debieran ser otros, no precisamente desmantelar el estado del bienestar ni retroceder en derechos conseguidos tras tantos años de lucha, que el mensaje a mandar a los mercados debiera ser distinto, que no podemos ceder ante su chantaje.
Ahora nos toca ver cómo los que gobiernan proclaman con una pose de dolor y con aires de orgullosos hombres de Estado que “hay que tomar decisiones difíciles”. ¿Difíciles para quién? Como bien dice Tony Judt en su libro “Algo va mal”: “Actualmente nos orgullecemos de ser lo suficientemente duros como para infligir dolor a otros. Si aún estuviera vigente un uso más antiguo, en virtud del cual ser duro consistía en soportar el dolor, no en imponérselo a los demás, quizá lo pensaríamos dos veces antes de valorar tan insensiblemente la eficacia por encima de la compasión”.
Ante estos reproches el político en cuestión dirá, con aire paternalista, que exigir que se defienda el estado del bienestar, la dignidad de lo público, tributaciones progresivas en función de la renta, que paguen la factura quienes originaron el fiasco tal y como están las cosas es ingenuo y fútil.
El consenso, al parecer, es otro. El Estado sólo deber intervenir para rescatar al sistema financiero del desastre, pero por lo demás su existencia ha de ser mínima, lo mismo que la tributación y la regularización de los mercados. Que lo bueno y lo inevitable es confiar en la mano invisible y que Adam Smith mola todo.
Pero es que no siempre fue ese el consenso existente. Hubo un tiempo en el que se adoptaron políticas muy diferentes y aquellas medidas fueron las que originaron el progreso que permitieron una mejor distribución de la riqueza y del bienestar. Los tiempos de New Deal tras la Segunda Guerra Mundial y de la “Great society” en los 60 convirtieron a EEUU en un país en el que la posibilidad de ascender socialmente era un sueño cercano. Las políticas adoptadas por los gobiernos de la vieja Europa tras la Segunda Guerra hasta los 80 crearon la Europa del bienestar, con su sanidad y su educación pública y universal, su seguridad social, sus negociaciones colectivas. La idea de que el bienestar colectivo sólo podría sostenerse con la regularización de los mercados y con un Estado solvente, activo y presente en la economía era un hecho incuestionable.
Los ochenta y el consenso de Washington supusieron el final de todo aquello. Hasta hoy, día en el que se cuestiona la sostenibilidad de todo lo logrado.
Y la perdida de protagonismo por parte de la sociedad civil y el deterioro moral de la intelectualidad política (no hagan chistes porque la expresión no siempre es oxímoron) nos llevaron a este lugar.
Cita también Judt a Tolstoi: “No hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse, especialmente si ve que a su alrededor todos las aceptan”.
Y luego Judt añade: “Décadas de creciente desigualdad parecen habernos convencido de que esta es una condición natural de la vida sobre la que cabe hacer poco.”
Quizá se trate de eso, de romper con esa aceptación y reclamar lo que, por ser nuestro patrimonio natural como seres humanos, nos deben: la dirección de nuestros destinos, los derechos que supeditan las libertades del mercado a la de los hombres y las mujeres. No somos meramente criaturas económicas que sirven para alimentar estadísticas, somos hombres y mujeres y, lejos de la ingenuidad, exigimos el protagonismo que nos corresponde y que se resuelva el déficit democrático que les lleva a algunos a tomar “decisiones difíciles”, contrarias al interés general.
Una de las consecuencias de esta crisis es el peligro de desaparición de las políticas de cooperación y desarrollo de los Estados, de la solidaridad internacional. Por eso apelamos al activismo ciudadano para cambiar las cosas. Porque en estos tiempos difíciles sólo nosotros podemos suplir esas ausencias.
Por eso, mientras nieva en Madrid y el jazmín trata de resistir los embates de las heladas, mientras agradezco la lluvia que me mantiene cerca de ti bajo el paraguas, te pido que te sumes a nosotros. Que colabores en la campaña de la UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina), que escuches Luces errantes y que sueñes con un mundo mejor.
Puedes ayudarnos en: www.luceserrantes.com