Mientras ensayamos, la primavera, remolona, apura los últimos instantes del sueño antes de despertar. Parece decir “cinco minutitos más” mientras esconde los ojos hinchados bajo la manta gris del invierno. Bergia acaricia el cuero del jembé mientras cuenta su penúltima peripecia. Los instrumentos parecen animales dormidos esperando la llamada de sus dueños. Primer café de la mañana y primeros acordes para una nueva gira.
Vuelvo.
Escribo nervioso el primer boceto del guión para los recitales. Sigo empeñado en darle el carácter teatral de anteriores giras. Debes hablar menos, me dice mi madre. Y yo sigo sin saber sintetizar. Imagino un sofá rojo que parece arder bajo la luz amarilla de los focos. Un viejo teléfono de baquelita tiembla ante la llamada del fantasma de las giras pasadas. Trato de reinventar las canciones. El escenario va perfilando sus aristas como el paisaje lejano hacia el que vuelan las golondrinas oscuras aquellas que siempre vuelven.
Vuelvo.
El disco recién horneado baila entre mis manos. Lo miro. Le doy mil vueltas. Lo escucho. Reconozco en las canciones la necesidad de hacer balance. Soy lo que escucho y me atrevo a ponerme solemne. La falta de sueño, las dudas, el esfuerzo, las preguntas, todo mereció la pena. Como el que revisa el email en el que declara su amor o su odio y lo relee hasta ajarlo antes del envío irremediable, le echo un último vistazo. Nervioso le doy la bienvenida.
Vuelvo.
El periodista pregunta amable. La charla abre un espacio para el análisis y reparo en detalles de las canciones que aún no había descubierto. Me acuerdo de las dificultades con las que se encuentran tantos jóvenes valores por comunicar su trabajo, por encontrar plataformas de difusión. Aunque para mi tampoco es fácil, reconozco el privilegio en el que vivo. El disco se abre como una flor. Retiro con suavidad el rocío que tiembla en sus pétalos e invitó a oler el perfume de reloj y sueño que crepita en sus estambres.
Vuelvo.
Estoy nervioso. Sí. Ya te lo he dicho cien veces. Quizá resulte terapéutico hacer ciertas confesiones. Quizá la música calme al pájaro que revolotea en mi garganta, la ansiedad que a veces parece llenar de agua mis pulmones. Quizá emprender el nuevo viaje haga que remita el aleteo de polillas que siento en el vientre, la luz vertiginosa que quema las sienes, las ganas de empezar, de encontrarte.
Vuelvo.
Y aquí va este manojo de sueños. Envuelto en el periódico de mañana, en una hoja del calendario en el que marqué nuestros futuros encuentros. Miércoles de pasión y espera mientras tomo una infusión y veo estirarse frente a mi la carretera por la que he de marchar, serpiente desplumada que viaja hasta el corazón de las tinieblas, la vía láctea que lame el asfalto que viaja hasta ti. Me encomiendo a Pugliese y sueño. Pero esta vez el sueño no se conjuga en futuro. Es ahora. Este es el momento. Porque recordé que debe ser vivir. Porque queda todo por hacer. Voy a tu encuentro.
Vuelvo.
* * *
Mientras me mata la dulce espera les dejo un fragmento de la canción que cierra este ciclo. Aquí les dejé parte de quince sueños. Y ahora… vuelvo.
Vuelvo
Vuelvo al lugar en el que el reo echa las horas
mientras sueña y mi coartada se desmonta.
Al hogar vacío o a su boceto
roto e inconcluso. Allí vuelvo,
al lugar en el que la culpa me abriga,
donde me espera la nevera vacía,
correo a tu nombre en el buzón
y esta canción.
No digas que todo era mentira
¿Qué fue entonces toda esta ceniza
que cubre los muebles,
que hoy esparce el viento,
y quema mis pulmones cuando vuelvo?
No digas que todo era una farsa,
¿de dónde salieron los fantasmas
que habitan la casa,
que lloran y abrazan
el olor de tu sombra?