martes, 30 de marzo de 2010

Y 15. Vuelvo.

Mientras ensayamos, la primavera, remolona, apura los últimos instantes del sueño antes de despertar. Parece decir “cinco minutitos más” mientras esconde los ojos hinchados bajo la manta gris del invierno. Bergia acaricia el cuero del jembé mientras cuenta su penúltima peripecia. Los instrumentos parecen animales dormidos esperando la llamada de sus dueños. Primer café de la mañana y primeros acordes para una nueva gira.

Vuelvo.

Escribo nervioso el primer boceto del guión para los recitales. Sigo empeñado en darle el carácter teatral de anteriores giras. Debes hablar menos, me dice mi madre. Y yo sigo sin saber sintetizar. Imagino un sofá rojo que parece arder bajo la luz amarilla de los focos. Un viejo teléfono de baquelita tiembla ante la llamada del fantasma de las giras pasadas. Trato de reinventar las canciones. El escenario va perfilando sus aristas como el paisaje lejano hacia el que vuelan las golondrinas oscuras aquellas que siempre vuelven.

Vuelvo.

El disco recién horneado baila entre mis manos. Lo miro. Le doy mil vueltas. Lo escucho. Reconozco en las canciones la necesidad de hacer balance. Soy lo que escucho y me atrevo a ponerme solemne. La falta de sueño, las dudas, el esfuerzo, las preguntas, todo mereció la pena. Como el que revisa el email en el que declara su amor o su odio y lo relee hasta ajarlo antes del envío irremediable, le echo un último vistazo. Nervioso le doy la bienvenida.

Vuelvo.

El periodista pregunta amable. La charla abre un espacio para el análisis y reparo en detalles de las canciones que aún no había descubierto. Me acuerdo de las dificultades con las que se encuentran tantos jóvenes valores por comunicar su trabajo, por encontrar plataformas de difusión. Aunque para mi tampoco es fácil, reconozco el privilegio en el que vivo. El disco se abre como una flor. Retiro con suavidad el rocío que tiembla en sus pétalos e invitó a oler el perfume de reloj y sueño que crepita en sus estambres.

Vuelvo.

Estoy nervioso. Sí. Ya te lo he dicho cien veces. Quizá resulte terapéutico hacer ciertas confesiones. Quizá la música calme al pájaro que revolotea en mi garganta, la ansiedad que a veces parece llenar de agua mis pulmones. Quizá emprender el nuevo viaje haga que remita el aleteo de polillas que siento en el vientre, la luz vertiginosa que quema las sienes, las ganas de empezar, de encontrarte.

Vuelvo.

Y aquí va este manojo de sueños. Envuelto en el periódico de mañana, en una hoja del calendario en el que marqué nuestros futuros encuentros. Miércoles de pasión y espera mientras tomo una infusión y veo estirarse frente a mi la carretera por la que he de marchar, serpiente desplumada que viaja hasta el corazón de las tinieblas, la vía láctea que lame el asfalto que viaja hasta ti. Me encomiendo a Pugliese y sueño. Pero esta vez el sueño no se conjuga en futuro. Es ahora. Este es el momento. Porque recordé que debe ser vivir. Porque queda todo por hacer. Voy a tu encuentro.

Vuelvo.

* * *

Mientras me mata la dulce espera les dejo un fragmento de la canción que cierra este ciclo. Aquí les dejé parte de quince sueños. Y ahora… vuelvo.

Vuelvo

Vuelvo al lugar en el que el reo echa las horas

mientras sueña y mi coartada se desmonta.

Al hogar vacío o a su boceto

roto e inconcluso. Allí vuelvo,

al lugar en el que la culpa me abriga,

donde me espera la nevera vacía,

correo a tu nombre en el buzón

y esta canción.

No digas que todo era mentira

¿Qué fue entonces toda esta ceniza

que cubre los muebles,

que hoy esparce el viento,

y quema mis pulmones cuando vuelvo?

No digas que todo era una farsa,

¿de dónde salieron los fantasmas

que habitan la casa,

que lloran y abrazan

el olor de tu sombra?

martes, 23 de marzo de 2010

Volveremos

Hubo un tiempo en el que el futuro era niebla y la vida un proyecto aplazado. La felicidad, o aquello que debía ser la felicidad, no transitaba por el camino marcado para el común de los mortales como vía obligatoria de circulación. Éramos radiantes y eternos y el mundo, arcilla en la que hundir nuestras manos bajo un cielo color caramelo. Era la historia un dragón vivo y luminoso que esperaba impaciente para llevarnos sobre su lomo a esa edad adulta en la que recibiríamos dichosos la recompensa de la lucha y el trabajo. Un tiempo en que cada día era un frente, y el amor arañaba nuestro pecho con su garra implacable de tigre enojado, dejando al descubierto nuestras tripas enredadas en ramas de rosas y espinas. Cada pena, era la última, la definitiva, por ser la primera. Todo estaba por hacer.

El tiempo dulcifica el recuerdo. Y la infancia o la juventud pasa a ser un mito adorado en el altar de esta madurez compleja y algo infantil. Sí. Pero detrás del mito, siempre hay un trozo de verdad que brilla junto al oropel.

Siempre creímos mi hermano Daniel y yo, que crecer no debiera conllevar una renuncia. Y así mismo en esta canción escribimos una letra donde prometemos regresar a los días de incandescencia y lucha. Aunque el tabaco y los años nos haya encogido algo el pecho y cueste más subir la cuesta que lleva hasta ese sueño compartido.

Es cierto. El futuro no era esto. Pero aún queda todo por hacer. Se cayeron mis alas y yo no me rendí. Porque la edad no conlleva la capitulación, porque crecer no es tan malo y porque a menudo los terribles ojos de una muchacha, la risa inquieta de un niño o un brindis al calor de una barra de bar entre amigos nos recuerda que estamos vivos.

No quiero conjugar siempre la utopía en futuro, como una eterna promesa pendiente. Quiero que sea certeza. Y desde ahí canto está canción. Cuando digo volveremos quiero decir que estamos de nuevo a tu lado, para poner flores en tu pelo, para tapar la calle. Perdona que hoy sea más breve. Pero en seguida vuelvo. Casi puedo abrazarte. Estoy a unos pasos. A la orilla de tu sombra.

* * *

Hacía tiempo que mi hermano Daniel y yo no colaborábamos en una letra. Aquí les dejo un fragmento de la canción “Volveremos”.

Sólo queda una canción. Cuento las horas y camino por la casa de un lado para otro como un animal enjaulado. Abrazos y gracias por todo.



martes, 16 de marzo de 2010

No reconozco


Tienen los espejos ese poder hipnótico que nos paraliza dejándonos absortos frente a nuestro reflejo. Quizá en ese empeño por reconocer en la imagen que nos devuelve al tipo que convive con nosotros, que comparte los perjuicios de nuestras decisiones, la recompensa de nuestros aciertos.

Ya en “Vértigo” hablaba de su terca sinceridad: mirarse en él y esperar reconocerse es una obsesión recurrente en mis canciones y en mis quehaceres. Y quizá por eso dan miedo (en otra canción hablo de terror que a veces producen junto con los viejos álbumes de fotos) o producen un cierto sentimiento de condescendencia.

Su poder de atracción no responde sólo a la vanidad que reside en todos. Es que encierran un misterio en el que algunos quisieron ver una puerta a una dimensión diferente, a un mundo distorsionado, chirriante y maravilloso en la que los conejos blancos corren por no llegar tarde a sus citas y los sombrereros locos celebran su no cumpleaños.

Esta canción surge de esta idea. En uno de esos centros comerciales en los que las escaleras mecánicas nos empujan a los cielos del consumo y el dos por uno, como un autómata embarcado en una cinta transportadora de una cadena de montaje surrealista, me descubro mirándome en el espejo que había al lado, encontrando en él el reflejo de un tipo que me acompaña en la subida y que pretende ser yo. Miro a mi alrededor y contemplo a mis compañeros de escalera en situación similar.

A veces nuestra propia vida parece ser el reflejo mismo, y no la realidad propietaria del modelo original cuya luz rebota en el espejo. Y los días parecen ser esa imagen distorsionada, un viejo teatro, amarillo y cuarteado, un lugar gris al que le han robado noches de marzo y en el que el color de nuestra risa adquiere tonos sepia.

En definitiva, a veces uno no se reconoce en el espejo. Quizá por eso es necesario acordarse de vivir, recordar que uno merece otra instantánea congelada en la superficie pulida del cristal que copia nuestro gesto. Porque somos otros. Mejores, radiantes, como ciertas mañanas soleadas, eternos, como el abrazo que mañana habré de dar cuando me marche y estalle una supernova en nuestro pecho.

Y en eso hemos estado estos largos meses. Tallando las canciones en la madera digital de una computadora que devuelve el reflejo de aquello que fui. Y ahí sí me reconozco. En este nuevo manojo de sueños, en estas nuevas quince canciones.
Hemos terminado el disco. Bueno, al menos la primera fase, porque un disco sólo se termina cuando las canciones se interpretan sobre un escenario.

Y lo confieso: estoy acojonado. Como tantas otras veces.

Fue la radiación de fondo descubierta explorando el cosmos la que a sesudos astrónomos les hizo confirmar que el principio de todo fue una gran explosión. Es una radiación de microondas que queda como energía remanente de aquel Big Bang que dio lugar a todo. Quizá este miedo sea parte de esa radiación de fondo. Quizá sea resultado de esa explosión que originó las canciones, resultado de la vida que, como un arado, llenó de surcos mi pecho en los que crecieron estas melodías. Dijimos alguna vez que estar vivo es algo así como estar asustado. Pero vivir es también torcerle el brazo a ese miedo. Afrontar la mirada impertinente del reflejo y encajar sus golpes con determinación. Porque la vida no es sólo eso. Encajar golpes, digo. Es mirar al futuro con esperanza. Y, de vez en cuando, ser feliz, qué diablos. Y ese es mi propósito.

La esperanza también forma parte de esa radiación de fondo. Porque es lo que inevitablemente me empuja a seguir cantando. Ahora es el momento de volver a empezar. Y crecer, como el universo tras el Big Bang, y nadar en tu nebulosa hasta caer rendido, y pilotar esa estrella fugaz que me ha de llevar al corazón de tu galaxia espiral, allá donde todo gira, como un tiovivo, como tu risa imparable.

Tengo miedo. Estoy vivo. Y aún queda todo por hacer. Manos a la obra.


No reconozco

No reconozco a ese tipo que mira asustado
desde el espejo de las escaleras mecánicas.
Allá donde todos miran buscando, qué se yo,
tal vez una sumergida Atlántida,
o un mechón rebelde,
algo perdido entre los recuerdos o los dientes.
Será simplemente que no estás a mi lado.

Salgo a la calle después de comprar viejos discos
que me recuerden, como no, a ti.
La distancia y el amor tienen esa costumbre
de mezclar el placer con las ganas de sufrir.
Salgo a la calle y enciendo un cigarro
-no pude dejarlo, ya sabes-
pensando que tal vez el humo se ha de llevar
mis plegarias hasta ti.

Ya ves que la vida tiene el mal gusto
de seguir su curso sin contar conmigo.
Todo parece un decorado triste y obsceno
porque no estás tú.

Ya ves que el mundo no tiene la delicadeza
de pedir perdón por echarnos a un lado
de malas maneras para seguir su camino.
Todo parece un teatro mal interpretado,
amarillo, cuarteado
porque no estás tú,
porque no están todas las noches de marzo
que yo te he robado nadando en un tu ropa,
todos lo demonios buenos,
todos los deseos
naciendo en tu boca.


Luchando con las arañas grises del olvido
como el hombre menguante en un inmenso Madrid,
busco mi coche perdido. Lo encuentro hundiéndose
como el vapor que abandonó lord Jim.
Y por casualidad paso por la calle que te vio llorar.
Trampas tiene la ciudad y ¿quién quiere escapar?

Llego a mi casa cansado, vencido y Penélope -es lista-
esta vez tampoco me esperó.
Pongo la tele; pongo la colada y nada
me hace escapar de tu recuerdo, del dolor.
Siento que muero y fuera en la calle ni París ni aguaceros.
Será el invierno, la gripe, el momento
o que no estás a mi lado.

Pero, aunque la vida tenga el mal gusto
de seguir su curso sin contar contigo,
yo se que un día será soleado y tranquilo
porque estarás tú.

Aunque el planeta no tenga la delicadeza
de pedir perdón por echarnos a un lado
de malas maneras para seguir su camino,
yo sé que un día todo será diferente,
feliz simplemente,
porque estarás tú,
porque estarán todas las noches de marzo
que yo te he robado frente a tu portal,
todas las nuevas promesas
que escriben la senda a Nunca Jamás,
todos los sueños y el tacto
leve de tus manos buscando en mi ropa,
todos los demonios buenos,
todos los deseos naciendo en tu boca

martes, 9 de marzo de 2010

Podría ser. Videoclip.



La crisis, implacable, castiga a los que menos responsabilidad tienen en su creación: la gente trabajadora. Hombre y mujeres, que son excluidos del mercado laboral y que luchan cotidianamente por su reincorporación al mismo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice en su artículo 23:

1.Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.

A la manera de los clásicos cantautores norteamericanos (los viejos storytellers) intenté retratar la épica de un hombre (bien pudiera ser una mujer) que lucha por algo tan elemental como debiera ser un trabajo que le permita, tal y como reconoce como derecho la Declaración Universal aprobada por la ONU en 1948, una existencia conforme a la dignidad humana.

Esta es la historia de hombres y mujeres que buscan su lugar en el mundo, que reclaman el respeto y reconocimiento de una sociedad que ha de saber ver en ellos el potencial que por su simple condición de seres humanos encierran en su interior. Hombres y mujeres que dejan un trozo de corazón en cada currículum entregado en la búsqueda de una oportunidad. Su búsqueda no ha de ser una súplica, porque su acceso a la vida laboral es el cumplimiento de un derecho del que se es propietario por naturaleza.

El afecto más cercano rescata del desconsuelo a tanta gente que se ve en tan penosa situación. Es en las pequeñas cosas en las que uno encuentra esa poesía que no siempre somos capaces de ver, son los pequeños sueños el andamio sobre el que trepamos para rehabilitar la imagen de lo que podemos ser, para reconstruir la estima que estos días de caos controlado, de expedientes de regulación, de frío y humo tratan de arrebatarnos. La realidad no termina donde lo hace este espejismo cuya fachada se resquebraja. La realidad termina donde lo hacen nuestros sueños.

Somos la brasa que palpita en el rescoldo, que se niega terca a apagarse. Tu canto, tu soplo reanima la llama y nos recuerda lo qué es vivir.

* * *

El día 6 de abril en España, el 8 de abril en Argentina verá la luz mi próximo disco, Acuérdate de vivir. La canción “Podría ser” es un adelanto de una las 15 canciones que contendrá este trabajo. El vídeo ha sido realizado por el director Juan Pablo Martínez, al que desde aquí le doy infinitas gracias por su esfuerzo y complicidad. La figura plateada del dobro que vibra en la canción, trata de iluminar la búsqueda por parte de su protagonista del reconocimiento de su dignidad como ser humano. Sólo sueña con ser jardinero en Marte, médico de flores, explorador de abismos, cartero de Pablo Neruda, recolector de gotas de rocío. Sólo quiere ser hombre al fin y al cabo.



Podría ser


Contando monedas para comprar cigarros,

regreso a mi casa, sumando derrotas.

Vuelvo sin excusas, sin paz ni trabajo,

y a nuestro futuro le arrancan las horas.

Y en casa me espera

mi razón de vida,

el calor de hogar.

Llevo la vergüenza,

las manos vacías,

la precariedad.

Ella sonreirá, "saldremos adelante".

A pesar del tiempo sigue siendo bella.

La miro y recuerdo. No siempre los planes

salen como sueñas, eternas promesas.

Estoy cansado

de tropezar siempre,

del “ya le llamaremos”.

Quizá mañana

cambien nuestra suerte

y acabe este invierno.

Podría ser jardinero en Marte,

médico de flores, poeta ambulante

deshollinador volando en tejados,

probador de espejos, o pirata honrado.

Quisiera ser hombre al fin al cabo.

Podría ser quizá delineante

de columpios rojos, un gran nigromante,

un cantor de nanas, quizás buhonero,

y vender palomas, pócimas y ungüentos.

Pensándolo bien, me conformo con menos.

Enchufo la radio, no habla de nosotros.

La luz de la aurora se vierte en la acera.

Ella me da un beso, yo me hundo en sus ojos.

"Suerte" me susurra y cruzo la puerta.

Fuera quizá encuentre

por fin la respuesta

o mi exculpación.

Llueve mientras sueño,

quizá cuando vuelva

haya salido el sol

Podría ser cartero de Neruda,

pescador de estrellas, navegando en la luna,

piloto de cometas, explorador de abismos,

quizá recolector de gotas de rocío.

Quisiera ser un hombre, es poco lo que pido.

Podría ser quizá delineante

de columpios rojos, un gran nigromante,

un cantor de nanas, quizás buhonero,

y vender palomas, pócimas y ungüentos.

Pensándolo bien, me conformo con menos.

Podría ser jardinero en Marte,

médico de flores, poeta ambulante

deshollinador volando en tejados,

probador de espejos, o pirata honrado.

Quisiera ser hombre al fin al cabo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Mi querido Chile

Hoy no es miércoles. Me acuerdo de Chile.

Mi querido Chile, hoy que eres herida recibe el canto, aunque su destino y el deber terrestre del poeta debieran ser, decía Neruda, propagar la alegría, recibe el canto, digo, triste al verte desgarrada. Recibo noticias de algunos amigos. Por suerte, están bien. Pero también observo como la voraz garganta del planeta devora pueblos y costas y pienso en lo lejos que queda todo cuando la realidad te hiere.

Mi querido Chile, tú que me señalaste la estela de un cometa, allí donde me quemaron tus luces.

A veces no sé que decir. Miro preocupado tu rostro cansado y te mando abrazos transoceánicos.

Ha cambiado la inclinación del eje del planeta, dicen los diarios. Los días tendrán menos horas. Ha crecido la noche, ha ensombrecido su figura el tiempo, al ver tu cara manchada y herida por la tierra.

Ánimo, Chile, en estos días difíciles.

martes, 2 de marzo de 2010

El hueco en el que anido.

Ahora que se acerca el día en el que la memoria y la falta de sueño alumbrarán nuevas canciones, ahora que los nervios repiten en mi frente las melodías que una aguja ha acariciado con monotonía pluvial en el disco duro de mi computadora y ando de un lado para otro lleno de incertidumbre desgastando las baldosas de la cocina, ahora sólo queda esperar.

No quiero que me ames con la furia de los ciclones, ni que mi sombra baile mecida por la llama incandescente de tu delirio. No quiero ser el espejismo que delata tus carencias. No quiero tu cautiverio de rosas . Sólo quiero que me acompañes durante un rato para escuchar el latir de los días.

No quiero que me odies, ni el ejercicio rutinario de tu rencor calmado, aunque mis canciones evidencien mis faltas y el miedo o el descuido desmagnetice las agujas y parezca un niño sabiondo unas veces y perdido muchas más. No lo merezco. Preferiría ser la infusión que calma tus noches de ardores y desvelos, la conversación tranquila en la barra del bar mientras la primavera abre los cielos y el pecho de los que perdieron el ánimo y el trabajo. Vendrán mejores días, me dices mientras tu risa arrastra la espuma de la cerveza que viaja hasta tus labios.

No pretendo remover conciencias. Sería hermoso pero no brillo con tanto ardor. No quiero portar la llama de exégetas que declaman con la mirada perdida en un horizonte de remolinos y explosiones mientras arde el palacio de invierno. Quizá sí, hacerte saber que no estás solo/a cuando el periódico te asalta cada mañana arrancándote interrogantes, cuando maldices, triste y airado/a, la maquinaria implacable que reparte el hambre y los perjuicios y a sus engrasadores, cuando sueñas mundos mejores, cuando te abriga la esperanza o el canto solidario, la certeza de que el mundo será más justo, la felicidad y el bienestar, mejor repartidos.

No quiero acomodarme en la retórica del fracaso. Cierto es que hay una dignidad que el vencedor nunca podrá conocer, pero me cansa que siempre pierdan los mismos y quiero verte celebrar una victoria tranquila, aunque sólo sea una, seguramente una de las primeras batallas ganadas que han de traer el olor a tierra mojada, el viernes, el verano, el recreo en el colegio, el rugir de las amapolas titilando en el campo de trigo, a este ir y venir rutilante, a esta ciudad de rugidos, zarpazos y miserias.

No quiero acomodarme en la retórica de la autocomplacencia. Envolverme en amianto, mirar desde la vidriera cómoda de mis privilegios una vida lejana, la nevera llena, los planes cumplidos, mientras el narcótico televisor alumbra mi habitación con el espectáculo de una realidad violenta por malherida. No quiero tanto. Me conformo con algunas cosas, no pocas: aprender qué supone vivir, tapar la calle, cambiar el mundo, recordar que cantar es bálsamo, reconocerme en el espejo, brindar con mis amigos, ganar alguna vez al mus o al truco, llorar a tu lado si es preciso, pelear contra los fantasmas del olvido, encontrar el secreto de las cosas más pequeñas, caminar a tu lado.

Por eso te miro, compañero, compañera, a veces sin que te des cuenta, y contemplo la cadencia de tus pasos como quien mide unos versos o memoriza una canción. Para tararearte cuando estés lejos, para no olvidarme del hueco en el que anido, porque así recuerdo qué es vivir.

* * *

El próximo miércoles 10 de marzo estrenaremos un adelanto del futuro disco “Acuérdate de vivir” con videoclip incluido, de forma que podrás escuchar íntegramente una de las 15 canciones que formarán parte de este nuevo trabajo. Empieza la cuenta atrás. Gracias a todos por estar cerca.

De momento aquí va un pequeño fragmento de otra canción.


El hueco en el que anido

Se quema la tarde mientras yo te miro sin que te des cuenta.

Y exhala tu pena un perfume muy dulce y se congela el sueño.

Se apagan los cuerpos, miras la ventana con aire ausente

como quien mira alumbrada por la luz del ocaso a un niño que duerme.

Tus ojos se tiñen con el viejo color de la infancia,

nostalgia del tiempo en que todo tenía respuesta,

en que era más largo el verano, y más pequeño tu mundo

y unos pasos seguían siempre de cerca a los tuyos.

Y yo te diría, no sé,

que las cosas van a marchar bien,

te mostraría el futuro, la borra del café,

con ángeles y estrellas,

noches, milongas

e historias, ¿recuerdas?, que hablan

de viejos amantes que crecen,

que dudan, que esperan

su turno mientras anochece

y el mundo se enferma.