No sé qué decirte,
he tropezado con la blancura de tu rostro
quemado por el invierno inmisericorde
y me quedo mirándote,
adivinando bajo las mantas la orografía tranquila
en la que siembro mis certezas
y busco tus valles como el agua del arroyo.
No sé qué decirte,
sigo insomne esta noche de aniversarios y derrotas,
mientras los locos buscan en buzones ajenos
cartas de amor, postales de viajes que nunca harán.
No sé qué decirte,
así que callo y me sumerjo en este estrépito de cascada
que cae sobre tu rostro,
bebo del breve hueco de tus manos
y de debajo las sábanas
se eleva el aroma de la hierbabuena
nombrando el verano que no tuve.
Somos quienes somos, hombres y mujeres
que se atreven a soñar, a golpes con la vida,
simplemente eso, corredores de fondo,
que anhelan tu sonrisa, aún desconocida,
o una brizna de viento, acariciando nuestras sienes,
trayendo noticias de tu regreso,
qué tal te estuvo el viaje,
¿me echaste de menos?
Pienso todo esto
mientras desde las tribunas hablan
hombres con coronas y escamas,
vendedores de elixires mágicos,
saludables para el cabello y el olvido,
dos por uno, y tú dormida
febril y deseada
y no sé qué decirte.
Pienso todo esto,
mientras en la noche tucumana
suena la voz de la Negra,
trayendo recuerdos de un exilio madrileño,
mientras la pava silba
y la luna arde en lo alto.
Pienso todo esto
y no sé qué decirte,
sólo que estoy aquí,
para darte paracetamol,
versos y pétalos de rosas,
canciones del recuerdo,
y todas las voces del mar
que arrastra tu risa
y mece nuestro insomnio.
Te has dormido y me callo.
Mejor así.
No sé qué decirte.