martes, 23 de febrero de 2010

Tu susurro

En este caso el oxímoron era cierto: el susurro era atronador. Y atravesaba las paredes, se colaba por debajo de la puerta, junto con las cuchillas de luz que atravesaban las persianas y una vez dentro de la casa, la revolvía de arriba abajo. Se colaba entre la ropa tendida, bajo la cama removiendo las pelusas, abriendo las ventanas, los cajones de la cocina y mi corazón.

A veces una palabra dicha a media voz puede sonar demoledora. Ciertos susurros pueden resultar armas de destrucción masiva que asolan los ánimos y nuestros planes.

Una declaración de amor hecha con voz queda atraviesa nuestro pecho como una ráfaga de viento fresco en verano.

El insulto susurrado se clava en nuestras sienes llenando nuestros pulmones de aceite hirviendo.

Galileo, condenado, murmura con resignación iracunda “E pur si muove” después de abjurar ante la Iglesia. Le quitarán su dignidad pero no la razón, que quedará congelada en su susurro helado.

Damien Rice canta una hermosa canción titulada “The blower’s daughter”, en la que confesará: I can´t take my mind of you (No puedo quitarte de mi mente). Y lo repetirá cansinamente, con tono remiso: I can't take my mind...My mind...my mind... Hasta finalmente susurrar, casi más como un deseo desesperado, como una última suplica, que como la constatación de un hecho: 'Til I find somebody new (Hasta que encuentre a alguien de nuevo). Es esa mentira susurrada, quizá, lo que más hiere de la bella canción.

La probablemente mejor película de la historia del cine gira en torno al último susurro exhalado por el poderoso ciudadano Kane: Rosebud. Quizá el último recuerdo feliz de aquella patria perdida que es la infancia que el protagonista observa desde el exilio en los últimos momentos de su vida.

El susurro del mar, de la lluvia sobre el tejado, meciéndonos como un canto materno que nos salva de la ruina, de las prisas, de la diástole taquicárdica de la ciudad que nos empuja en el torrente de vida atropellada que son estos días.

La vida a menudo parece un simulacro de realidad hasta que un susurro echa abajo las paredes de nuestra habitación, un susurro suspendido como un fantasma en el mensaje del contestador, un susurro que, como la gota de angostura, colorea y sazona el licor que bebemos cuando todo está en calma, haciendo repaso de lo vivido y de lo hallado, en la cocina quizá, con el frigorífico ronroneando como un gato perezoso, nuestro abrigo empapado goteando aún sobre una silla, la imagen de una despedida reciente arañándonos la pupila. Entonces ese leve sorbo nos recuerda que vivir era otra cosa y, decididos, hacemos repaso de las declaraciones de amor pendientes.

(Emulando al bueno de Blades, salseando a mi manera, entre el guaguancó y la canción de autor quisimos que sonara esta canción, esta historia de un amor a primer oído).


martes, 16 de febrero de 2010

Preguntas

2010


El periodista vigila al entrevistado y le pregunta por su compromiso político. El cantante se pone solemne, es una tendencia suya que no puede evitar, y le habla de cosas como el sentido común y las emociones que inevitablemente surgen ante la visión de un mundo desigual. ¿Cómo permanecer impasible ante la lucha y la tragedia ajena?, se pregunta retóricamente el músico con la mirada perdida en el horizonte, así como en la foto del Che tomada por Korda. Pero ni Korda observa tras la lente al entrevistado, ni el entrevistado es el Che. El periodista toma nota, y nos parece entrever una media sonrisa mientras escribe, y el cantante se siente como si se tratara de una entrevista de trabajo, o un examen oral: un interrogatorio con trampa. El reportero sigue preguntando con cierta suspicacia, como el tipo que mira al mago empeñado en descubrir el truco, y, entonces, opina, aunque lo niegue, al preguntar si la canción de autor es en estos tiempos un anacronismo.



1939


Woody Guthrie tararea un boceto de canción que desde hace algún tiempo le ronda por la cabeza. Está esperando en su casa a un tipo que quiere entrevistarle, un folklorista que parece interesado por su trabajo. Woody tiene muchas cosas que decir, a los ventisiete años ya es viejo. Para ser joven de mayor hay que ser viejo de joven. En la radio suena por enésima vez “God Bless America”. Esa no es la tierra que él ha conocido en sus viajes. Él, que ha recorrido en tren gran parte de ese país que ahora bendice la voz nasal de la radio, ha visto el destierro en su propio país al que son sometidos muchos de sus compatriotas, ha conocido la realidad de hambre, trabajadores en huelga y campos alambrados. Woody está pensando en parar un poco y marcharse a Nueva York. Le vendría bien un cambio de aires. La voz del presentador interrumpe la melodía para dar paso a importantes noticias. Los tanques alemanes entran en Polonia. Guthrie agarra la guitarra y escribe en ella con pulso firme: “Esta máquina mata fascistas”. Suena la puerta de casa. Debe de ser su entrevistador que llega puntual a la cita.



2010


¿Anacronismo? Joder, el músico no sabe que decir. Es como preguntar si es un anacronismo la poesía o cualquier género literario. El músico intenta explicar, como puede, ciertas obviedades, intenta ser ocurrente, pero, como suele suceder, no puede evitar dar las respuestas conocidas. Sabe el artista que en cuanto el periodista salga por la puerta vendrán a su cabeza mil frases geniales, imbatibles argumentos con los que el periodista, seguro, hubiera asentido profundamente con la cabeza mientras anotaba entusiasmado el maravilloso titular con que habría encabezado la maravillosa entrevista.



1970


Victor Jara devora los periódicos y llora la tragedia de Vietnam. Prepara las maletas para marchar a Berlín, le han invitado para participar en la Conversación Internacional de Teatro que se celebra allí. El año está siendo agotador entre la campaña para la Unidad Popular y compromisos como este que le alejarán de los suyos durante unos días. Apenas tiene algo de tiempo para revisar con calma las canciones pendientes. Vivir en paz es un derecho inviolable para todo ser humano, piensa mientras lee el diario. Si Allende gana en Chile quizá nos ganemos ese derecho piensa sonriendo. Aún queda mucho por hacer. La maleta aún no está cerrada. Puede esperar un poco. Victor agarra papel y lapiz y esboza unos versos.



2010


No. Está claro que los frentes no están tan claros como antes pero indudablemente hay preguntas que quedan en el aire. Y sobre todo gente que legítimamente se cuestiona un modelo de sociedad, económico, de convivencia que no da respuestas urgentes a las necesidades reales de la mayor parte de los seres humanos. El músico se atreve a indignarse. ¿Pero este tipo no lee los periódicos? ¿No quedan causas por las que luchar? ¿Estamos locos?


1975

¡Lluis Llach en el Palau! ¡Cómo lo oyes! Después de años de ausencia y exilio, Llach vuelve a Barcelona. Yo me voy pitando a casa que he quedado allí con los colegas para ver si alguien tiene más información. Está claro que las cosas están cambiando. Oye, si no vas para allá, nos vemos mañana en clase. Al viejo le quedan dos telediarios, esto va a ser diferente. Ya verás. Yo también te quiero.


2010


¿Nostálgico? El periodista matiza la pregunta. La suaviza digamos, porque puede resultar insultante. Al artista se lo parece. Ya se sabe, es un tipo susceptible y vanidoso, por algo se sube a los scenarios.


No. No soy nostálgico. Tengo memoria. Que es una herramienta de futuro imprescindible. Y tengo memoria porque creo en el futuro, y puesto que creo en él, he de procurar no repetir errores. Y por eso tengo memoria. Y porque es nuestro último patrimonio, porque cuando lo has perdido todo, es lo único que nadie te puede arrebatar. Es una herramienta... El cantante se enreda y se repite. El periodista también.



2010


En un pequeño teatro de Buenos aires, en un café de Santiago de Chile, en una peña en México DF, en cualquier bar de Madrid, un muchacho, casi un adolescente, se sube a un escenario por primera vez. Cantará algunas de sus canciones y entre ellas caerá alguna de Silvio, de Sabina. Mira al mundo curiosidad y ama con desordenada urgencia. El muchacho canta, brilla y, unas veces dulce, otras enojado, retrata una realidad a veces golpeada, otras radiante y esperanzadora. Así, sus canciones iluminan el rostro de los que con calma beben la noche con sorbos largos y tranquilos. El mundo se detiene en la voz del muchacho que se cuela por entre los que sueñan despiertos, recorre toda la sala hasta salir a la calle abriendo las puertas con estruendo de batir de olas. Una brisa recorre toda la ciudad, Buenos Aires, Santiago, México DF, Madrid. Un vendaval que hace que todas las palomas echen a volar, que hace que recuperemos un recuerdo que esperaba dormido en el ultimo cajón de la mesilla: así que esto es vivir. Acuérdate de vivir.



Epílogo


2010


El periodista se despide con una gran sonrisa. Promete luchar por darle a la entrevista el mejor espacio posible dentro de la publiación para la que trabaja. Sin duda interesará a los lectores.


Queda un regusto amargo tras la entrevista. Supo explicarle el por qué de su compromiso con la realidad, el por qué de la urgencia en la denuncia, cómo finalmente las canciones hablan de sentimientos, y ¿acaso no han de producirse a raudales cuando uno mira el telediario y contempla horrorizado tanta derrota, tanta injusticia? Explicó claramente por qué a veces uno frunce el ceño, pero quedó la extraña sensación de que a veces uno hace menos de lo que podría y ofrece finalmente sólo maldiciones


* * *

Perdonen la extensión de la entrada. Ya saben que no sé sintetizar. Otra canción de Acuérdate de vivir.


Preguntas

Letra y música: Ismael Serrano


Maldigo y preguntas

por qué frunzo el ceño,

por qué las auroras

me dejan el pecho

lleno de agujeros.

Quizá sea la noche abriéndose

como una terrible flor.

Quizá sea el maldito telediario,

o una mujer sin su voz

a la que acorrala el miedo,

el silencio atronador,

un febril planeta

entre fuegos y tormentas,

un niño cortando palma

en una oscura selva,

la cola del paro, el fin de mes,

tu ausencia, todo lo que no haré

Maldigo, y me dices

basta de lamentos.

Disculpa te digo

quizá sea el sueño,

la falta de sueños.

Será que la casa, sin ella,

no es una casa, es un erial,

y mi voz sin su voz,

arañazo en el cristal,

o la carta de un hombre

que echa de menos su hogar.

Quizá alguna despedida,

los recuerdos, sus heridas,

Gaza golpeada,

humo y llanto en sus cenizas

Será el mundo alumbrando horrores

y yo sólo ofrezco maldiciones.


lunes, 8 de febrero de 2010

Sobre ausencias

La ausencia no es tal. Porque la vida deja un rastro. La vida es celebración y tras toda celebración queda un rastro de serpentinas, confetis y botellas vacías. Y así, ese rastro, esparcido por toda la casa, nos recuerda que una vez estuvimos vivos. Siguiendo el rastro encontrarás tu propia silueta enmarcada con tiza sobre el suelo de la cocina, la huella dactilar de una sombra en una copa huérfana sobre la encimera, un cigarrillo fumado a medias, unos arañazos en la escalera, una vieja fotografía prendida con imanes en la nevera, un espejo indiscreto que te ofrece el reflejo del hombre que usurpó tu cuerpo dejando sin vida la mirada de antaño y te preguntas que habrá sido del muchacho cuya risa brillaba como el hielo que ahora dejas caer sobre el gin tonic terapéutico.

Caminas por la casa oyendo como cruje bajo tus pies el parqué del pasillo, como quien camina por un lago helado temeroso de que se abra el agua a sus pies. Al llegar a la habitación descubres oscuras aves volando en círculos sobre la cama, y tú tratas de espantarlas agitando el pañuelo de la nostalgia o poniendo un disco de Jacques Brel a todo volumen. Pero las aves burlonas se posan sobre el espantapájaros que levantaste y comen de tu mano el grano del desconsuelo con el que antes confeccionabas collares que abrazaban cuellos de cisnes y sirenas.

El día humedece la tarde con el perfume de otros días. Nada tiene más memoria que el olfato. Y hay perfumes que taladran el pecho como el primer cigarro, como el aire helado de la madrugada.

La ausencia está en todo: en los libros de la mesilla, en las toallas, en la ropa tendida, en la carta dormida en buzón. Durante un instante te quedas colgado mirando un rincón en la pared en el que las arañas tejieron su red, o te quedas hipnotizado mirando un televisor que parpadea con luz estroboscópica: nada que ver, nada que hacer.

Agarras el teléfono y dejas un mensaje en un contestador. Una bengala iluminando un océano oscuro, un mensaje de auxilio. Hola soy yo. Tres pulsos cortos. Ha amanecido tarde este día. Tres pulsos largos. Bueno, si tienes frío o tiempo me llamas. Tres pulsos cortos. Cuelgas.

La pena extiende una película impermeable por toda tu piel, y por ella resbalan noticias y deberes. Bebes entonces con autocomplacencia el licor dulzón del aburrimiento y te preguntas como era tu vida antes de que todo fuese naufragio.

Pero entonces sientes que algo te agarra de las solapas y te levanta del sofá al que estabas atornillado. Cabreado, recuerdas todo lo que queda pendiente. Recuerdas lo afortunado que eres por haber asistido al alumbramiento de unicornios y pegasos, a la lluvia de meteoritos que dibujó el cielo de tu vida tantas noches de verano, y reconoces en la ausencia que habita toda la casa retazos del muchacho que desapareció de el reflejo ofrecido por los espejos en los que te miras. Eres tú. Estás de vuelta.

Huyen las aves. El dibujo de tiza en el suelo de la cocina ya no es tu silueta, es una rayuela sobre la que saltan hadas y faunos. Levantas la persiana y un alud de sol arrastra telarañas y serpentinas limpiando de espectros la casa. Sales a la calle. Es viernes. Es primavera. Es pronto. Recuerdas la leyenda tallada en el reloj que ahora murmuras con una media sonrisa que creías olvidada: acuérdate de vivir.



* * *

Quise escribir la canción más corta que jamás había hecho. Un mensaje en el contestador. Breve como un suspiro, como el sueño que te visita en el metro camino del trabajo, como la herida de alfiler que dejan ciertas ausencias. Esta es la letra:

Mensaje en el contestador


Hola. Soy yo.
Sólo llamaba porque estos lunes
siempre me matan.
Ha amanecido
tarde este día;
mi almohada llena
de tus cenizas.

Pasé, ¿recuerdas?,
por nuestros bares
donde arañábamos
a la nostalgia
su sucio esmalte.
Cogí al futuro
por la cintura.
Donde hubo vuelo
sólo ha quedado
escombro de plumas.


Que cosas pasan,
días bulliciosos,
tan cerca estamos
pero tan solos.
Sólo era eso.
Bueno, pues, nada,
si tienes frío
y tiempo me llamas.

lunes, 1 de febrero de 2010

A aquel muchacho de veinte años que escribía canciones:

De ti quedan los miedos y las ganas, la utopía y las canciones que son bálsamo para el alma. Quizá no tanto el relámpago que alumbraba tu mirada, pero si el filo y el interrogante que brilla en sus pupilas.

Es osado tratar de hacer balance en apenas cuatro minutos y medio de canción, pero este es el oficio y el privilegio que arrastramos con los años: cantar con la urgencia del que emprende un viaje o pierde a raudales el último saldo del teléfono, del que no quiere olvidar o del que ama con rabia.

Recuerdo el tiempo en que evitabas comer solo y no sabías hacer maletas, en el que el pecho era una lámina inmaculada en la que tallabas corazones y mapas con islas desiertas y tesoros escondidos. Solemne, mirabas el horizonte buscando preguntas o haciendo memoria. Quizá con menos solemnidad, pero no has perdido tampoco ese hábito: aún queda la fe en el ser humano como una llama incombustible iluminando la caverna en la que otros, todavía, dibujan bisontes.

El mundo a veces te pareció una pesadilla y te sentiste con la obligación de pedir disculpas por ser feliz, al fin y al cabo, como dijo Silvio, eterno compañero, todas las felicidades tienen muertos. Y tú lo sabes bien: alguna vez fuiste de los damnificados.

Pero a pesar de los años, te empeñas en recordar qué era vivir, en guardar en un pañuelo aquel sol de la infancia, la cándida e irrefutable certeza de que otro mundo es posible. Aún te conmueven viejas luchas, aunque el grito desde la tribuna suene, a menudo, a graznido alborotado de gaviotas en torno a un pesquero que regresa tras la faena. Porque en tu viaje encontraste a hombres y mujeres que daban el alma y sus horas por hacer más habitable el planeta, hombres y mujeres mejores que tú, que, por ser mejores, señalaron tus contradicciones y te aclararon la agenda de deberes y entendiste la iracunda prisa por reclamar un cambio, una nueva forma de convivir, de caminar por las calles y las alamedas. Y aprendiste que las horas no duran los mismo en todos los paralelos, que un instante es toda una vida, y una vida, a veces, un instante, una pavesa incandescente bailando en un torbellino que se pierde en la noche.

Es cierto. El tiempo es una flecha, a menudo implacable, ensartando corazones tallados en la corteza de los días. Pero, a veces- con el tiempo lo descubriste- es como un río, que redondea las aristas de las piedras que habitan su cuenca, esas que, finalmente, un niño encuentra en la playa y guarda entre caracolas.

Perdiste el pelo y, en alguna ocasión, la razón. Pero, militante de la risa y de la amistad, supiste encontrar el camino de regreso, ese en el que vértigo, despojado de su ropa y de sus oropeles, te acompañaba con la tristeza del viajero que vuelve, con la alegría del recluta de permiso.

Para ti, homo aviator, va esta pequeña canción. Con la dificultad que conlleva hacer repaso de lo hallado y lo perdido, con la certeza de que ahora es el momento de volver a empezar. A ti, que hoy echas de menos y miras la nevera vacía, a ti que encuentras versos escondidos en los cajones de la ropa y sueñas despierto, a ti que madrugas, quien te lo iba a decir, para vestir las canciones de dudas, guirnaldas, constelaciones y cintas de colores.

Aquí me tienes, viejo amigo. No soy más que lo ves. Si quieres contar conmigo aún guardo fuego en mis manos, para alumbrar el camino, para encender un cigarrillo fumado a medias, ese de más, para templar una guitarra mientras cantas una de Sabina, para que entiendas que aún sigo vivo, que, sin ser una heroicidad, no es poco en estos tiempos.

Ánimo, muchacho. No te quedes inmóvil. Si tú quieres te acompaño. Queda todo por hacer.

* * *

Os dejo un pequeño fragmento de la canción “Balance” que estará en el futuro disco "Acuérdate de vivir". Está inacabada, pero el piano de Jacob Sureda, como lo hará su arreglo terminado, abraza la canción como la tierra abraza la raíz.