miércoles, 19 de octubre de 2011

Motor de búsqueda


Así que era esto. Saberse perdido.
Buscar la llama en cada zarza.
Imaginarte en la cocina silenciosa,
tus labios en la bombilla,
los míos en tu recuerdo.
Aproximadamente 175.000.000 resultados.
Y en ninguno nuestros nombres
atravesados por la flecha del tiempo
curvada, como un ala en vuelo,
 por la gravedad de este adiós,
agujero negro en el sofá,
galaxia en espiral
que bebe océanos siderales,
mis ganas de levantarme,
mi pesadilla de madrugada
agitando los pulmones,
esta mezcla de mal de altura
y echarte de menos.

Así que es esto. 
El color a incendio
en la pantalla del teléfono
en que sonríes con un niño en brazos.
Todos los resultados. Cualquier fecha.
Y en ninguno el olor de la vida en pijama,
el mismo que tu cuello, como flores de arroyo
en un abril lleno de claveles.
El ordenador ronronea.
Búsqueda avanzada.
Y detallo tus curvas,
el modo en que dices mi nombre,
que suena a Melville y a oasis,
a Madrid iluminado en Navidad,
a madrugada de manta y serie televisiva,
a salida de colegio,
a primer beso.

Triste, con olor a ozono
inundando el cuarto 
de un hotel sin calefacción,
 te echo de menos. 
No se abren los mares
aunque invoque tu nombre.
Estás lejos y salgo a tu encuentro.
Así que, por fin,
la vida consiste en esto.
Motor de búsqueda.
Voy a tener suerte.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Caracas

Emocionante concierto en Caracas. El público nos abrazo hospitalariamente en nuestra primera visita. Por fin llegamos a Venezuela y fuimos sorprendido por el coro de hombres y mujeres que conocían las canciones y que se empeñaron en recordarnos qué debe ser vivir. Entre otras cosas, desde luego, debe ser cantar contigo. Gracias mil.

En Caracas


Es la voz del contestador
la de un juez que dicta sentencia.
Como la de los megáfonos
de los aeropuertos arrancándome
de tu abrazo de luz de zafiro.

No sé de ti y aquí en Caracas
todos los arroyos que surcan el asfalto
desembocan en tus manos.
Mis pies dibujan coronas de agua
y los autos parecen bestias enfurecidas
que embisten la niebla
que baja de los cerros.

Me levanto tarde y con ganas
de levantarte en brazos,
y soy la espuma de la primera ola
 arañando tu mañana,
la corteza del árbol primigenio
donde todos los amantes
tallaron sus nombres.

Te echo de menos
y busco tu rostro en el de todos los peatones
que sortean los charcos
y nadan entre anémonas de humo.

En los embotellamientos
la gente vigila al coche de al lado
y sueña con una mirada a través del cristal
que le arranque del tedio,
que le proponga una huida definitiva,
que le muerda los hombros,
el cuello y la vida,
hasta desangrar los cuerpos
que conducen cansados
y apagan las radios
para no sentir la espina
de esa canción que no habla de ellos.

La gente, ya te lo dije,
nada sabe del amor
si no se reconoce en nuestros pasos.
En cada esquina
encuentro tu acertijo
mientras llueve en Caracas
y el mundo grita la pregunta
que nos tiene por respuesta.
Es sólo que te echo de menos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Esperándote


Este silencio de cocina vacía,
este alfiler clavándose en el párpado
esta ausencia tuya grazna
encaramada al perchero sin abrigos.
Te echo de menos, ya ves,
y el autobús en que viajas
es la góndola en la que Venecia
se llena de brindis y guirnaldas,
el balcón repleto de oscuras golondrinas,
la fiesta que uno admira mientras llueve
al otro lado del cristal de la ventana.

Tú, tan Ulises de regreso,
yo, sin triste sudario que tejer,
y este octubre terco
que clava las agujas del sol sobre mi espalda,
que deja a los maestros sin escuelas,
que escupe a los otoños las mil hojas
que arropan a los muertos de las horas
más sombrías de Madrid
donde gritan las radiales y las olas.

Te has ido un instante,
sólo una tarde de recados y tareas
y yo me tumbo en el suelo
y ensayo el desmayo que es tu ausencia
y siento el frío de la tierra
como un abrazo de sala de embarque,
pasajeros al tren, despega el vuelo,
quizá no te dije que te quiero
tantas veces como pude,
y me levanto sintiendo que el cuerpo,
como el alma, es más viejo
y quizá por eso esta soledad
tan de número primo,
de neutrino incomprendido en su odisea,
de coche en segunda fila,
de carta extraviada en algún frente.

Te amo. Y vuelves.
Vibra el teléfono y descorcho una botella
y te sonrío, el autobús venía hasta arriba,
y salvas mi retrato del incendio
y todo empieza en ti. En tu regreso.