Así que era esto. Saberse perdido.
Buscar la llama en cada zarza.
Imaginarte en la cocina silenciosa,
tus labios en la bombilla,
los míos en tu recuerdo.
Aproximadamente 175.000.000 resultados.
Y en ninguno nuestros nombres
atravesados por la flecha del tiempo
curvada, como un ala en vuelo,
por la gravedad de este adiós,
agujero negro en el sofá,
galaxia en espiral
que bebe océanos siderales,
mis ganas de levantarme,
mi pesadilla de madrugada
agitando los pulmones,
esta mezcla de mal de altura
y echarte de menos.
Así que es esto.
El color a incendio
en la pantalla del teléfono
en que sonríes con un niño en brazos.
Todos los resultados. Cualquier fecha.
Y en ninguno el olor de la vida en pijama,
el mismo que tu cuello, como flores de arroyo
en un abril lleno de claveles.
El ordenador ronronea.
Búsqueda avanzada.
Y detallo tus curvas,
el modo en que dices mi nombre,
que suena a Melville y a oasis,
a Madrid iluminado en Navidad,
a madrugada de manta y serie televisiva,
a salida de colegio,
a primer beso.
Triste, con olor a ozono
inundando el cuarto
de un hotel sin calefacción,
te echo de menos.
No se abren los mares
aunque invoque tu nombre.
Estás lejos y salgo a tu encuentro.
Así que, por fin,
la vida consiste en esto.
Motor de búsqueda.
Voy a tener suerte.