La crisis estalló y mi ciudad levantaba la mirada al cielo preocupada porque la primavera se empeñaba en no llegar. En el tiempo en que los relojes marcaron la hora de la detonación, Madrid seguía levantándose con el cansancio habitual de los lunes. Como esas muchachas que mienten al decir su edad, la enloquecida urbe se empeñaba en parecer radiante y renovada y serpientes de colores reptaban por sus carreteras maltratadas por el hielo y la sal que cubrieron alternativamente su asfalto en el invierno.
Madrid es el escenario de las mayor parte de los crímenes que cometimos y sus calles, a veces, parecen la ruina de una casa después de una fiesta: intuimos que en algún momento hubo risas y guirnaldas pero ahora sólo queda el rastro de confetis desperdigado por el suelo y las botellas vacías abandonadas en los rincones. Amo Madrid. Con todas sus malditas y maravillosas contradicciones.
Puerta del sol con sus banderas tricolores ondeadas por tipos encaramados a las farolas. Plaza de Oriente con su mar de siniestros brazos en alto jaleando al tirano. No pasarán. Vivan las caenas. Cada mayo celebramos que echamos a patadas a los portadores de la Ilustración, bibliotecarios afrancesados que nos traían el aroma de su revolución sin preguntarnos si quiera. Así nos va. Desde México escribieron su chotis más tradicional. Un jienense la declaración de amor más hermosa y amarga. Sus corralas, escenario de zarzuelas, son ahora pisos patera en las que, por turnos, duermen hombres y mujeres que navegaron todos los mares desde todos los sures imaginables.
La Gran Vía, aspirante a Broadway y Quinta Avenida, con su luminoso de Swcheppes en el que se colgaron satánicos y exorcistas, por la que tanto caminé buscando al coronel Kurtz, cumple cien años. No ardió como el Chiado lisboeta, no la quemó el salitre marino como al malecón de La Habana pero tiene ese aire de bohemio, pobre y soñador, que se cuela en los cafés a arrimarse como oyente a las tertulias, esa belleza de mujer madura y liberada que fuma un cigarro en una terraza del Barrio de las Letras después de haber recorrido la galaxia persiguiendo cometas.
Madrid siempre fue generosa. Mis padres se criaron en un barrio de chabolas, calles de barro y retrete compartido, que forjaron hombres y mujeres venidos desde todos los sures de España, levantando sus casas de chapa y ladrillo con sus manos de olivo, con su manojo de sueños prendido en sus solapas. Eran tiempos de curas obreros, carreras delante de los grises y puños levantados.
Luego, mucho más tarde, vendría la movida, liberación, infantil revolución de papel con hombreras. “El que no esté colocado que se coloque, y al loro” decía el viejo profesor, alcalde de Madrid. También vino el olvido. Otros tiempos. Queda poca poesía en los grafittis que decoran los muros de este Madrid, disparatado, maravilloso y febril. Y menos aún en los discursos de sus responsables políticos que nunca están a la altura de las necesidades de una ciudad como la nuestra.
Madrid y sus obras, buscando el tesoro que guarda un dragón dormido bajo nuestros pies. Madrid de mi infancia. Madrid de mis comienzos profesionales, de mis primeros conciertos en los cafés, en los años en que, en la efervescencia que vivió en los 90 la música en directo, proliferaban por todas partes, aunque su apertura era fugaz, como la flor arrancada del tallo, como un suspiro. Madrid, como un nido de luciérnagas dormidas recibiéndome, abajo, mientras el avión se desliza, agárrate de mi mano, sabes que no aguanto los aterrizajes, abróchense los cinturones. Madrid, tarde de Retiro mientras los titiriteros congelan las miradas de los niños y sus padres beben granizado de limón. Madrid, vermú en La Latina, hombres estatua en la Plaza Mayor. Madrid, Vallekas, puerto de mar, barrio en lucha. Madrid, concierto en el Libertad, cine de autor en Martínez de los Heros. Madrid, mañana de maldiciones, café con churros, repaso del diario deportivo. Madrid, Ciudad Universitaria, césped en mis pantalones. Madrid, casa de las flores y Neruda cabalgando un caballo verde. Madrid, estrella polar, cruz del sur. No es tu mejor momento pero aún estás hermosa. Siempre vuelvo Madrid.
Madrid, gracias por todo. Por estos días de conciertos inolvidables. Por los días que vendrán.