me acuesto sobre la sombra que proyectas.
Oigo el susurro de un ventilador,
como un avión lejano que despega
hacia una selva ignota con nombre de piedra,
como el minibar que ronronea en el silencio
que queda tras la batalla y la extrasístole,
rumor de risas y carreras misteriosas
en el piso de arriba.
Un ministro arranca una página al Quijote
y limpia sus gafas mientras bosteza.
Pero esto ocurre lejos de la alcoba.
Aquí me acuesto, te digo, en la sombra
y enciendes la ducha y todos callan:
sienten sobre sus hombros la cascada
cuando escuchan tu ropa caer al suelo.
Lejos, el silbido que precede al huracán
retumba en el hall de los teatros,
en los claustros se oyen gritos de socorro,
en las grietas de las paredes de la escuela
se guardan versos de biblias sin milagros,
muro de las lamentaciones para maestros,
para gente con memoria y colegiales.
Aquí, la luz se dobla desobediente y conspiradora
para que te vea limpiar el vaho del espejo,
dirigen sus haces hacía ti las lámparas,
los ojos de los fantasmas y los vuelos
de las aves que cuidan a caimanes.
Lejos, arañan la pizarra los abantos
con su pico de feroz tertuliano.
Dentro, aquí, a salvo, sonrío, te vigilo:
la luna se peina en mi cuarto de baño.