Confesaba en una vieja canción mi aversión a los aeropuertos, el terror que me producían las despedidas alumbradas por el eco de los megáfonos anunciando puertas de embarque. En el viaje que nos llevaba de Lima a Paraguay tuve la oportunidad de recibir una buena dosis de espera en el aeropuerto de Sao Paulo que bien pudo servir como terapia de shock para sobrellevar los miedos que me producen las monocordes voces que anuncian la partida de los vuelos. De Lima a Sao Paulo. Varias horas de espera (¡sin poder fumar!). Y de allí a Asunción.
La ciudad nos recibió con su habitual bofetada de calor y humedad. Mientras las primeras maletas giraban huérfanas en la cinta pude intercambiar un saludo lejano con Hugo Ferreira que había venido a recibirnos con algunos amigos al aeropuerto en Paraguay.
Hugo es uno de los mejores cantautores de la nueva hornada (por hacer referencia a su juventud) que conozco. Como llamarlo fracaso, si nadie te ha querido como yo, dice en una de sus canciones. No sólo es su forma de entender el amor. También vive así su pasión por la música. Y casi todo. A parte, y no es extraña esta casualidad, es una gran persona. En sus pequeños ojos brilla toda la esencia y la esperanza de un país que vive un nuevo despertar. Así nos lo explica ya casi de madrugada cuando nos lleva hasta el hotel en su coche. Se vive una efervescencia desconocida en el país. Se habla de política como nunca. Después de 60 años de régimen de Partido Colorado (con el paréntesis de la dictadura de Stroessner) un político diferente se hace con el gobierno del país. Se trata de Fernando Lugo, un ex obispo católico que lidera un nuevo movimiento. Si bien es llevado al poder con una alianza algo exótica y multicolor (que engloba a casi todo el espectro político paraguayo excepto al Partido Colorado) su cercanía a la teología de la liberación, su alineación izquierdista (se ha declarado simpatizante del socialismo) han generado una gran expectativa entre una población necesitada de nuevos referentes y de alternativas a los modelos políticos vigentes hasta entonces en Paraguay. Todo un reto para un país extraño y fascinante, con una economía sumergida terrible y con el trauma histórico de ser un país masacrado por los vecinos tras la Guerra de la Triple Alianza.
En las portadas de los periódicos se sigue la noticia de los procesos abiertos a varios miembros del Partido Colorado por corrupción, por el uso de fondos públicos para campañas del partido.
Algo está cambiando me dice Huguito mientras conduce. Y sus pequeños ojos brillan con el color de su risa.
Asunción nos arropa en el calor tropical de su noche mientras Hugo me cuenta que está grabando nuevo disco. Conozco algunas canciones y estoy deseando escucharlo.
Los días siguientes pasan entre entrevistas y visitas a radios y platós de televisión. En la rueda de prensa me saludan compañeros del oficio. Todos pertenecen al Colectivo de Canción Social y Urbana, junto con muchos otros jóvenes, como también Ferreira, que apuesta por una canción de autor que apela a la palabra y la poesía, que se compromete con la realidad, en un país en el que apenas hay plataformas de difusión y distribución para este género. Allí están Aldo Mesa, uruguayo afincado en Paraguay con el que compartiré escenario en Asunción y Víctor Riveros al que tuve la oportunidad de escuchar en anteriores ocasiones cantar preciosas canciones en guaraní.
El guaraní es un idioma extraño y maravilloso. Lleno de matices que gente como yo nunca percibiremos. La lengua de los pueblos originarios ha permeado en toda la sociedad paraguaya convirtiéndose en seña de identidad y en idioma oficial del país. Alternan en sus frases vocablos en castellano y guaraní con total naturalidad. Les puedes escuchar reír a carcajadas con un chiste contado en guaraní. Al explicarlo en castellano perderá toda la gracia. No hay un idioma mejor para insultar (me dicen en una de las maravillosas sobremesas de las que disfrutamos en nuestra estancia en Asunción) pero tampoco un idioma más dulce para seducir.
El día del concierto amaneció tranquilo y nos preparamos ansiosos para recibir a los nuevos visitantes de Peumayen. Mientras hacemos la prueba de sonido oímos la lluvia caer sobre el tejado del Centro de Eventos donde se va a realizar el concierto. La tromba va en aumento hasta convertirse en algo dramático. Se convierte en una terrible tormenta que asola la mitad de la capital. Cortes en las avenidas por árboles caídos sobre el asfalto, barrios enteros sin luz, riadas por las calles. Sólo cuando, después del concierto, observamos en la calle la dimensión de la catástrofe provocada por la lluvia somos conscientes de la heroicidad de toda la gente que acudió al concierto. Un hermoso concierto. Entre el calor y el vapor de la lluvia derramada, Peumayen parecía una lejana playa tropical en la que viejos piratas escondieron su tesoro, abierto durante el concierto para todos los presentes en una noche de risas, susurros, declaraciones de amor y canciones.
En la cena de despedida, con Hugo y amigos, hacemos repaso del concierto, me enseñan un guaraní que no sabré pronunciar y hablamos de política, de canciones pendientes y de futuros viajes. Hablamos como tantas veces de lo que debe ser el éxito y el fracaso. De cómo relativizarlo. Fracaso es no haberlo intentado. Por eso Hugo, gente como tú, como todo el Colectivo de la Canción social y urbana sois héroes caminando hacia un amanecer diferente. Nadie podrá llamarnos fracasados porque ninguno amó como nosotros. Y, de la misma forma, Paraguay despierta de su letargo y abandona su fracaso.
jueves, 30 de octubre de 2008
viernes, 24 de octubre de 2008
Garúa
Para mi amigo Pascual
El cielo opaco de Lima despliega su manto de garúa sobre los recién llegados. La fortuna de cada viaje viene acompañada siempre por un rayo de nostalgia que atraviesa mis párpados cada vez que los cierro. Imagino como será todo lejos. En casa. Y veo a un niño riendo a carcajadas sobre una cama. Y el mundo extraño e impaciente esperando su mirada. Cuando yo regrese ese niño será otro pero ya me sé de memoria su olor y gesto inquieto.
En el salvapantallas de mis sueños aparece toda la gente a la que quiero. Y la melodía tarareada de las canciones que aún no he escrito toca mi piel como esta garúa indecisa, sin traspasar la ropa que me cubre pero avisando de que otras lluvias encharcarán mi habitación.
Ahora viene a mi mente el olor del campo en otoño. Los berrocales a lo lejos abrigados de encinas y el olor de las chimeneas recién encendidas. El rumor del bar de la aldea, entorno a las mesas, y, de fondo, el telefilme de la siesta. Envido. Quiero un envite.
Y en este día, color de ropa antigua, que diría el poeta peruano César Vallejo que puso la piedra blanca sobre la piedra negra, lejos de París y sin que alumbren el día aguaceros, muero un poco. Hay fracasos que nos muestran la medida de nuestra sombra, recortándose en el camino que dibujamos al salir de casa. En busca de un tesoro, o simplemente de tabaco.
Fumo un cigarrillo, ese de más, y vengo de responder a preguntas con poca convicción y pido disculpas por la osadía con que arrojo contra el micrófono palabras y deseos.
Llega el concierto y, como una flor que se abre, la música tiende sus estambres a un público que generoso canta y comparte el sueño que se posó en la ciudad portuaria que en estos días es mi vida. Durante el recital, al cerrar los párpados siguen atravesándome los recuerdos de mi gente como una saeta invisible y dolorosa. Pero ahora la nostalgia es alumbrada por los planes de futuro, la certeza de que en nuestras manos está abrir la cancela tras la que adivinamos la luz de otros amaneceres. El diálogo durante el concierto es un bálsamo porque saberse acompañado nos hace más fuertes en los momentos de adversidad. Agradezco infinitamente la noche compartida en Lima y nos despedimos sin hacer promesas vanas. Porque sé que volveremos.
Afuera la garúa insiste en llenarnos de melancolía. Pero esta noche recibimos nuestra dosis de analgesia a través de las canciones y la charla, que extendemos hasta la sobremesa, hasta tarde mientras en Madrid amanece.
Allá, al otro lado del océano, estarán bebiendo a sorbos la mañana junto con el café y el primer cigarrillo. Una alfombra de hojas secas se habrá extendido camino de la oficina. Y los plátanos desnudos de la calle enseñarán soberbios sus nudos como unas manos viejas abriéndose al cielo. Lima duerme y fumo otro cigarro, ese de más, mientras la garúa trata de meterse bajo mi ropa. Buenos amigos me acompañan. Los mejores. Y entre calada y calada se cuela la risa, haciéndose hueco entre el repaso de lo vivido. Nos despedimos y nos citamos temprano para viajar a Paraguay al día siguiente. Temprano. Demasiado. Sabrán soportar mi malhumor matinal como tantas veces.
La garúa sigue cayendo sobre Lima mientras, feliz por el concierto, me acuerdo de todos.
El cielo opaco de Lima despliega su manto de garúa sobre los recién llegados. La fortuna de cada viaje viene acompañada siempre por un rayo de nostalgia que atraviesa mis párpados cada vez que los cierro. Imagino como será todo lejos. En casa. Y veo a un niño riendo a carcajadas sobre una cama. Y el mundo extraño e impaciente esperando su mirada. Cuando yo regrese ese niño será otro pero ya me sé de memoria su olor y gesto inquieto.
En el salvapantallas de mis sueños aparece toda la gente a la que quiero. Y la melodía tarareada de las canciones que aún no he escrito toca mi piel como esta garúa indecisa, sin traspasar la ropa que me cubre pero avisando de que otras lluvias encharcarán mi habitación.
Ahora viene a mi mente el olor del campo en otoño. Los berrocales a lo lejos abrigados de encinas y el olor de las chimeneas recién encendidas. El rumor del bar de la aldea, entorno a las mesas, y, de fondo, el telefilme de la siesta. Envido. Quiero un envite.
Y en este día, color de ropa antigua, que diría el poeta peruano César Vallejo que puso la piedra blanca sobre la piedra negra, lejos de París y sin que alumbren el día aguaceros, muero un poco. Hay fracasos que nos muestran la medida de nuestra sombra, recortándose en el camino que dibujamos al salir de casa. En busca de un tesoro, o simplemente de tabaco.
Fumo un cigarrillo, ese de más, y vengo de responder a preguntas con poca convicción y pido disculpas por la osadía con que arrojo contra el micrófono palabras y deseos.
Llega el concierto y, como una flor que se abre, la música tiende sus estambres a un público que generoso canta y comparte el sueño que se posó en la ciudad portuaria que en estos días es mi vida. Durante el recital, al cerrar los párpados siguen atravesándome los recuerdos de mi gente como una saeta invisible y dolorosa. Pero ahora la nostalgia es alumbrada por los planes de futuro, la certeza de que en nuestras manos está abrir la cancela tras la que adivinamos la luz de otros amaneceres. El diálogo durante el concierto es un bálsamo porque saberse acompañado nos hace más fuertes en los momentos de adversidad. Agradezco infinitamente la noche compartida en Lima y nos despedimos sin hacer promesas vanas. Porque sé que volveremos.
Afuera la garúa insiste en llenarnos de melancolía. Pero esta noche recibimos nuestra dosis de analgesia a través de las canciones y la charla, que extendemos hasta la sobremesa, hasta tarde mientras en Madrid amanece.
Allá, al otro lado del océano, estarán bebiendo a sorbos la mañana junto con el café y el primer cigarrillo. Una alfombra de hojas secas se habrá extendido camino de la oficina. Y los plátanos desnudos de la calle enseñarán soberbios sus nudos como unas manos viejas abriéndose al cielo. Lima duerme y fumo otro cigarro, ese de más, mientras la garúa trata de meterse bajo mi ropa. Buenos amigos me acompañan. Los mejores. Y entre calada y calada se cuela la risa, haciéndose hueco entre el repaso de lo vivido. Nos despedimos y nos citamos temprano para viajar a Paraguay al día siguiente. Temprano. Demasiado. Sabrán soportar mi malhumor matinal como tantas veces.
La garúa sigue cayendo sobre Lima mientras, feliz por el concierto, me acuerdo de todos.
lunes, 20 de octubre de 2008
Una serpiente en el país de las rosas
Que nos acompañaba un polizón en nuestro viaje desde Guatemala a Ecuador no lo supimos hasta más tarde. Durante todo el tiempo hicimos nuestro trabajo como correspondía.
Nada más llegar a Quito empezamos las entrevistas. La tierra de Guayasamin nos recibía por tercera vez y los 2800 metros de altura se subían a nuestras espaldas en cada cuesta.
Mientras, ella, nuestra compañera de viaje clandestina, esperaba pacientemente a que llegara su turno y el día se escurría entre preguntas y reencuentros.
Al día siguiente, por la mañana, visitamos algunas radios y entonces ella hizo su aparición, mientras los muchachos montaban el decorado y sacaban de las bolsas el equipo que nos acompaña en la gira. Sobre el escenario, como en la aparición de un mago tras una tela que se deja caer, pero sin redobles ni cortina de humo, vieron a la serpiente. Hubo quien al principio quiso agarrarla como si se tratara de parte del atrezzo. Pero ella, soberbia y desconfiada, alzó su cabeza y amenazó al operario. Otros huyeron despavoridos, hubo quien se tocó el huevo izquierdo y quien mentó a algún santo. Hasta que finalmente el más valiente la metió en un tarro de cristal sin hacerle ningún daño.
La serpiente salió de sus aperos, decía la gente del teatro. Esa no es de aquí. Y ella miraba através del cristal enseñando lasciva su lengua temblorosa. No faltó quien vio en la extraña aparición el presagio de la mala suerte y aquello fue repetido la noche del concierto.
Por la tarde, tras terminar todas las entrevistas, fuimos al teatro para hacer la prueba de sonido. Allí nos encontramos con Juan José Vera con el que compartimos recital y con el que estuvimos haciendo repaso de los años vividos en la distancia. Vera es un gran cantautor ecuatoriano que estudia sin parar nuevas formas con las que acariciar las almas a través de su canto.
El concierto empezó y la calma llegó a Peumayen. Al principio tuvimos algunos problemas de sonido con el retorno de mis monitores. La sombra de la culebra sobrevolaba la tramoya pero no fue nada importante. Enseguida nuestro aguerrido equipo de técnicos lo solucionó y seguimos con el viaje que anunciaron con su canto las sirenas.
Y de repente, como un grito, como un relámpago, como un arañazo sobre la pizarra todo se hizo negrura. Un apagón nos dejó sin corriente eléctrica. Se hizo un murmullo. Vine del norte, decía la canción y en el sur se hizo la noche. Esperamos un instante sobre el escenario con nuestras guitarras marchitándose confiando en que pronto volviera la luz. Pero nada. Algunos imaginaban que la serpiente se sonreía en su jaula de cristal mientras nosotros desconcertados abandonábamos el escenario.
El tiempo pasaba y las llamadas a la compañía eléctrica no daban muchas esperanzas. Se ha ido la luz en todo el sector, en todo el barrio, me decía con gesto preocupado la gente del teatro.
Esperamos tejiendo como Penélope pero al igual que el dichoso Ulises la luz se demoraba en su regreso.
Tras un largo tiempo de incertidumbre y deliberaciones tomamos una decisión. Le pedí a Fredi que me acompañase y salimos alumbrados por linternas al escenario. Desenchufamos las guitarras y armados con ellas nos aproximamos todo lo que pudimos a las butacas donde el público esperaba paciente.
Pedimos silencio y sin amplificaciones ni luz cantamos todos juntos. Entonces se hizo la magia. La gente se sentó en el escenario en torno a nosotros. Otros se acercaron desde los asientos más alejados. Hubo quien trajo velas, otros nos ayudaban con sus teléfonos móviles. A media luz y acompañados por los susurros de los más entusiasmados hicimos repaso de algunas canciones, apelando a la complicidad de un público que nos iluminó con la llama de su generosidad.
Fue un momento inolvidable que nos brindó la oportunidad de disfrutar de unas cuantas canciones cantadas a voz viva, reflejadas en las miradas de los familiares y amigos, esta vez más que nunca, que nos acompañaron en nuestro concierto en Quito.
Tras unas cuantas canciones se hizo la luz y el atardecer en Peumayen fue más naranja que otras veces y volvimos a los micrófonos a ver desembarcar las canciones en nuestro puerto malherido. Y así pasó la noche.
Al terminar el concierto hubo quien dijo, la culpa es de la serpiente. Si hubiera sido así tendremos que agradecerle que colara su cuerpo escurridizo entre nuestras redes.
Quizá fue el viejo Kukulkán o Quetzalcóatl que se metió entre nuestras cosas para ofrecernos el privilegio de asistir al milagro de un concierto a la luz de las linternas. El caso es que al terminar el concierto, al volver a guardar las cosas para preparar el viaje hasta Perú, nuestro siguiente destino, hubo quien dijo que encontró en el fondo de las bolsas donde se embarcó nuestra extraña visitante un misterioso rastro de plumas.
Nada más llegar a Quito empezamos las entrevistas. La tierra de Guayasamin nos recibía por tercera vez y los 2800 metros de altura se subían a nuestras espaldas en cada cuesta.
Mientras, ella, nuestra compañera de viaje clandestina, esperaba pacientemente a que llegara su turno y el día se escurría entre preguntas y reencuentros.
Al día siguiente, por la mañana, visitamos algunas radios y entonces ella hizo su aparición, mientras los muchachos montaban el decorado y sacaban de las bolsas el equipo que nos acompaña en la gira. Sobre el escenario, como en la aparición de un mago tras una tela que se deja caer, pero sin redobles ni cortina de humo, vieron a la serpiente. Hubo quien al principio quiso agarrarla como si se tratara de parte del atrezzo. Pero ella, soberbia y desconfiada, alzó su cabeza y amenazó al operario. Otros huyeron despavoridos, hubo quien se tocó el huevo izquierdo y quien mentó a algún santo. Hasta que finalmente el más valiente la metió en un tarro de cristal sin hacerle ningún daño.
La serpiente salió de sus aperos, decía la gente del teatro. Esa no es de aquí. Y ella miraba através del cristal enseñando lasciva su lengua temblorosa. No faltó quien vio en la extraña aparición el presagio de la mala suerte y aquello fue repetido la noche del concierto.
Por la tarde, tras terminar todas las entrevistas, fuimos al teatro para hacer la prueba de sonido. Allí nos encontramos con Juan José Vera con el que compartimos recital y con el que estuvimos haciendo repaso de los años vividos en la distancia. Vera es un gran cantautor ecuatoriano que estudia sin parar nuevas formas con las que acariciar las almas a través de su canto.
El concierto empezó y la calma llegó a Peumayen. Al principio tuvimos algunos problemas de sonido con el retorno de mis monitores. La sombra de la culebra sobrevolaba la tramoya pero no fue nada importante. Enseguida nuestro aguerrido equipo de técnicos lo solucionó y seguimos con el viaje que anunciaron con su canto las sirenas.
Y de repente, como un grito, como un relámpago, como un arañazo sobre la pizarra todo se hizo negrura. Un apagón nos dejó sin corriente eléctrica. Se hizo un murmullo. Vine del norte, decía la canción y en el sur se hizo la noche. Esperamos un instante sobre el escenario con nuestras guitarras marchitándose confiando en que pronto volviera la luz. Pero nada. Algunos imaginaban que la serpiente se sonreía en su jaula de cristal mientras nosotros desconcertados abandonábamos el escenario.
El tiempo pasaba y las llamadas a la compañía eléctrica no daban muchas esperanzas. Se ha ido la luz en todo el sector, en todo el barrio, me decía con gesto preocupado la gente del teatro.
Esperamos tejiendo como Penélope pero al igual que el dichoso Ulises la luz se demoraba en su regreso.
Tras un largo tiempo de incertidumbre y deliberaciones tomamos una decisión. Le pedí a Fredi que me acompañase y salimos alumbrados por linternas al escenario. Desenchufamos las guitarras y armados con ellas nos aproximamos todo lo que pudimos a las butacas donde el público esperaba paciente.
Pedimos silencio y sin amplificaciones ni luz cantamos todos juntos. Entonces se hizo la magia. La gente se sentó en el escenario en torno a nosotros. Otros se acercaron desde los asientos más alejados. Hubo quien trajo velas, otros nos ayudaban con sus teléfonos móviles. A media luz y acompañados por los susurros de los más entusiasmados hicimos repaso de algunas canciones, apelando a la complicidad de un público que nos iluminó con la llama de su generosidad.
Fue un momento inolvidable que nos brindó la oportunidad de disfrutar de unas cuantas canciones cantadas a voz viva, reflejadas en las miradas de los familiares y amigos, esta vez más que nunca, que nos acompañaron en nuestro concierto en Quito.
Tras unas cuantas canciones se hizo la luz y el atardecer en Peumayen fue más naranja que otras veces y volvimos a los micrófonos a ver desembarcar las canciones en nuestro puerto malherido. Y así pasó la noche.
Al terminar el concierto hubo quien dijo, la culpa es de la serpiente. Si hubiera sido así tendremos que agradecerle que colara su cuerpo escurridizo entre nuestras redes.
Quizá fue el viejo Kukulkán o Quetzalcóatl que se metió entre nuestras cosas para ofrecernos el privilegio de asistir al milagro de un concierto a la luz de las linternas. El caso es que al terminar el concierto, al volver a guardar las cosas para preparar el viaje hasta Perú, nuestro siguiente destino, hubo quien dijo que encontró en el fondo de las bolsas donde se embarcó nuestra extraña visitante un misterioso rastro de plumas.
jueves, 16 de octubre de 2008
Lo que sostiene la vida
En la mirada del joven policía militar que custodia la puerta del hotel hay más sueño que fiereza pero su presencia no deja de ser inquietante para mí. Apuro el primer cigarro de la mañana (sí, ya sé que no debería fumar tan temprano) mientras veo como acuden varios militares con sus casacas verdes cargadas de medallas y galones al hotel que abandonamos tras varios días de estancia en Guatemala. En la entrada un cartel avisa de la celebración de un congreso de medicina militar. La presencia de tanta gente vestida de caqui me resulta incómoda, en un país cuya historia está marcada por los abusos de un ejército que golpeó de forma cruel a la población civil durante tantos años de guerra, que pisoteó sistemáticamente los derechos de sus compatriotas, que despreció la democracia imponiendo años de guerra y dictadura.
Nuestra primera visita a Guatemala ha sido intensa. Nada más llegar nos reunimos con gente de Oxfam Internacional. Nos quieren proponer participar en una campaña de agricultura que se lanzará dentro de poco. Nos hablan de la situación que vive el campo guatemalteco, de la precariedad en que viven los pequeños/as campensinos/as, de cómo la carestía de los precios de los alimentos se ceba en ellos, de su desamparo, de los abusos de los finqueros que les expropian y les acorralan (el 5% de la población es propietaria del 80% de la tierra), de cómo el cultivo de palma africana va comiendo terreno a sus cultivos tradicionales de maíz, de grano básico, del desamparo absoluto en el que viven, de la necesidad de que el estado intervenga, de la distancia entre la ciudad y el campo, que va más allá de la geográfica.
Me dan algunos datos:
-El sector de la agricultura en Guatemala aporta el 25% de su PIB
-El 60% de la población vive en el área rural, donde existe un alto grado de concentración de la pobreza
-El sector agrícola guatemalteco aglutina el 36% del empleo y genera 27% de las divisas en concepto de exportaciones.
-El 50% de los municipios del país no logran satisfacer su demanda interna de maíz para alimentación humana. La mayoría de estos municipios son los que sufren desnutrición y pobreza extrema.
Sin embargo a pesar de la aportación innegable que el campo hace a la economía del país hay quien lo ve como un lastre para su progreso y desarrollo. Nada más lejos de la realidad según las cifras que me han dado. Hay que revalorizar el campo, me dicen. Y pedir al Estado que intervenga y ayude al pequeño campesinado, que defina políticas que garanticen la asistencia técnica y los créditos, que invierta en sistemas de regularización de precios ante la terrible alza de la canasta básica.
Me proponen realizar un encuentro en sus oficinas con portavoces de organizaciones campesinas al día siguiente, para que nos cuenten de primera mano cuales son sus problemas, aquellos a los que se enfrentan diariamente. Allí estaremos.
Al día siguiente por la mañana, rueda de prensa. Hablamos de música, del concierto que daremos y de la campaña de agricultura. De allí partimos hacia la reunión en las oficinas de Oxfam.
Tras un recorrido por las instalaciones y después de saludar a la gente que allí trabaja nos dirigimos a una sala donde nos encontramos con varias personas en torno a una mesa, que representan a algunas organizaciones campesinas. Nos vamos presentando uno a uno, una a una. Casi todas son mujeres. La campaña de Oxfam quiere hacer hincapié en la especial dificultad que sufre la mujer en el contexto de pobreza del medio rural.
Una a una nos explican a qué organización representan y en qué regiones trabajan. Un sentimiento de culpa me traspasa el alma cuando descubro las distancias que han recorrido para reunirse con nosotros y hacernos participes de sus problemas.
Una mujer empieza a hablar y nos cuenta que forma parte de una de las comunidades que se vio desplazada a México por la guerra en el país. Nos habla de la situación de acorralamiento permanente en que viven tras volver a su tierra. Una mujer menuda, vestida con sus colores tradicionales, conversa con una niña entre los brazos. Nos cuenta su lucha mientras la criatura sonríe y juega con el mapa que hay sobre la mesa. Muchas de esas mujeres fueron esa niña y se formaron en reuniones como esa. Escuchando a sus padres hablar de las dificultades a que les someten los finqueros tal y como ellas nos cuentan ahora. Su batalla es la misma que la de sus ancestros.
Otra mujer nos habla de cómo las grandes fincas empobrecen las tierras con sus cultivos y sus abonos químicos, contagiando a sus pequeñas parcelas vecinas donde practican cultivos tradicionales, otra de cómo desvían el curso de las cuencas para regar las grandes propiedades dejando sin agua las tierras de mayas y campesinos, condenando a la inundación a las poblaciones por las que pasan los nuevos ríos artificiales cuando el agua, terca, busca el regreso a su camino natural.
Un hombre nos habla del desamparo en el que se vive, de la necesidad de una unidad, de la dignidad de su trabajo y de la ausencia de respuestas por parte de las instancias políticas y jurídicas.
Allá donde ellos labran el surco el Estado no llega. La poca ayuda que recibían ha sido desmantelada sistemáticamente por ajustes estructurales impulsados desde la OMC y por la implementación del Tratado de Libre Comercio.
Reflexionamos sobre el papel del Estado y me pregunto: ¿si nos parece legítimo y digno de elogio que el Estado intervenga, con el dinero de los contribuyentes, para salvar el sistema financiero y bancario hasta el punto de nacionalizar bancos y empresas privadas en gran parte responsables del desastre, por qué no ha de serlo también que intervenga cuando el sector agrícola de los pequeños/as campesinos/as lo necesita, más aún cuando se demuestra que el mercado desregularizado, que las experiencias que hasta ahora dirigieron su rumbo, conducen al desastre, al imperio de la ley de la codicia, al abandono de las necesidades de la gente, a la renuncia en este caso de la soberanía y la seguridad alimentaria?
Trato de escuchar y de nuevo la culpa me traspasa acompañada de impotencia. Les agradezco su atención y les prometo trasladar a los medios de comunicación la campaña en la que trabajan esperanzados.
Después de la reunión vemos caer la noche en Antigua. Los volcanes vigilan la puesta de sol y paseamos por sus calles adoquinadas y sus casas coloniales mientras las viejas iglesias ven ensombrecer sus fachadas que van devorando a los últimos fieles. La hermosa ciudad de Antigua es una burbuja en la que la calma te acompaña hasta la puerta del café donde estudiantes y turistas disfrutan de la charla despreocupada, hasta los mercados donde brillan los colores de las mantas y los bordados mayas a la espera de una caricia extranjera.
Al día siguiente realizamos nuestro primer concierto en Guatemala. Con los nervios inevitables de las primeras citas salimos al encuentro de nuevos amigos en un nuevo Peumayen. El entusiasmo del público nos desborda. Cantamos canciones hasta que la noche cae en nuestra ciudad soñada como lo hizo en Antigua. Una gran jornada. Nuevos viejos amigos.
Apago mi cigarro mientras el policía mira aburrido el pasar de los coches con su arma entre las manos y hago repaso de lo vivido.
El maíz es el alimento base de los pueblos maya. Los científicos europeos lo bautizaron como Zea Mays. Zeo en griego quiere decir vivir. Mays proviene del vocablo mahís que en la legua taína del Caribe quiere decir “el que sostiene la vida”. Cientos de años después, las cosas, a veces, no parecen haber cambiado tanto.
Dicen que el calendario maya marca el final de una era en diciembre del 2012. Entonces comenzará un nuevo ciclo. Quizás entonces las cosas cambien. Quizá se trate de una nueva era en la que los pueblos originarios sean escuchados. Quizá entonces impregnen de su sabiduría nuestro rumbo, y el equilibrio entre el progreso y el respeto a la tierra en la que vivimos llegue a ser entendido como prioridad necesaria.
Dejamos Guatemala atrás. Salimos muy temprano para Ecuador donde prosigue nuestra gira. Encantado de conocerte Guatemala. Gracias por todo y hasta pronto.
Nuestra primera visita a Guatemala ha sido intensa. Nada más llegar nos reunimos con gente de Oxfam Internacional. Nos quieren proponer participar en una campaña de agricultura que se lanzará dentro de poco. Nos hablan de la situación que vive el campo guatemalteco, de la precariedad en que viven los pequeños/as campensinos/as, de cómo la carestía de los precios de los alimentos se ceba en ellos, de su desamparo, de los abusos de los finqueros que les expropian y les acorralan (el 5% de la población es propietaria del 80% de la tierra), de cómo el cultivo de palma africana va comiendo terreno a sus cultivos tradicionales de maíz, de grano básico, del desamparo absoluto en el que viven, de la necesidad de que el estado intervenga, de la distancia entre la ciudad y el campo, que va más allá de la geográfica.
Me dan algunos datos:
-El sector de la agricultura en Guatemala aporta el 25% de su PIB
-El 60% de la población vive en el área rural, donde existe un alto grado de concentración de la pobreza
-El sector agrícola guatemalteco aglutina el 36% del empleo y genera 27% de las divisas en concepto de exportaciones.
-El 50% de los municipios del país no logran satisfacer su demanda interna de maíz para alimentación humana. La mayoría de estos municipios son los que sufren desnutrición y pobreza extrema.
Sin embargo a pesar de la aportación innegable que el campo hace a la economía del país hay quien lo ve como un lastre para su progreso y desarrollo. Nada más lejos de la realidad según las cifras que me han dado. Hay que revalorizar el campo, me dicen. Y pedir al Estado que intervenga y ayude al pequeño campesinado, que defina políticas que garanticen la asistencia técnica y los créditos, que invierta en sistemas de regularización de precios ante la terrible alza de la canasta básica.
Me proponen realizar un encuentro en sus oficinas con portavoces de organizaciones campesinas al día siguiente, para que nos cuenten de primera mano cuales son sus problemas, aquellos a los que se enfrentan diariamente. Allí estaremos.
Al día siguiente por la mañana, rueda de prensa. Hablamos de música, del concierto que daremos y de la campaña de agricultura. De allí partimos hacia la reunión en las oficinas de Oxfam.
Tras un recorrido por las instalaciones y después de saludar a la gente que allí trabaja nos dirigimos a una sala donde nos encontramos con varias personas en torno a una mesa, que representan a algunas organizaciones campesinas. Nos vamos presentando uno a uno, una a una. Casi todas son mujeres. La campaña de Oxfam quiere hacer hincapié en la especial dificultad que sufre la mujer en el contexto de pobreza del medio rural.
Una a una nos explican a qué organización representan y en qué regiones trabajan. Un sentimiento de culpa me traspasa el alma cuando descubro las distancias que han recorrido para reunirse con nosotros y hacernos participes de sus problemas.
Una mujer empieza a hablar y nos cuenta que forma parte de una de las comunidades que se vio desplazada a México por la guerra en el país. Nos habla de la situación de acorralamiento permanente en que viven tras volver a su tierra. Una mujer menuda, vestida con sus colores tradicionales, conversa con una niña entre los brazos. Nos cuenta su lucha mientras la criatura sonríe y juega con el mapa que hay sobre la mesa. Muchas de esas mujeres fueron esa niña y se formaron en reuniones como esa. Escuchando a sus padres hablar de las dificultades a que les someten los finqueros tal y como ellas nos cuentan ahora. Su batalla es la misma que la de sus ancestros.
Otra mujer nos habla de cómo las grandes fincas empobrecen las tierras con sus cultivos y sus abonos químicos, contagiando a sus pequeñas parcelas vecinas donde practican cultivos tradicionales, otra de cómo desvían el curso de las cuencas para regar las grandes propiedades dejando sin agua las tierras de mayas y campesinos, condenando a la inundación a las poblaciones por las que pasan los nuevos ríos artificiales cuando el agua, terca, busca el regreso a su camino natural.
Un hombre nos habla del desamparo en el que se vive, de la necesidad de una unidad, de la dignidad de su trabajo y de la ausencia de respuestas por parte de las instancias políticas y jurídicas.
Allá donde ellos labran el surco el Estado no llega. La poca ayuda que recibían ha sido desmantelada sistemáticamente por ajustes estructurales impulsados desde la OMC y por la implementación del Tratado de Libre Comercio.
Reflexionamos sobre el papel del Estado y me pregunto: ¿si nos parece legítimo y digno de elogio que el Estado intervenga, con el dinero de los contribuyentes, para salvar el sistema financiero y bancario hasta el punto de nacionalizar bancos y empresas privadas en gran parte responsables del desastre, por qué no ha de serlo también que intervenga cuando el sector agrícola de los pequeños/as campesinos/as lo necesita, más aún cuando se demuestra que el mercado desregularizado, que las experiencias que hasta ahora dirigieron su rumbo, conducen al desastre, al imperio de la ley de la codicia, al abandono de las necesidades de la gente, a la renuncia en este caso de la soberanía y la seguridad alimentaria?
Trato de escuchar y de nuevo la culpa me traspasa acompañada de impotencia. Les agradezco su atención y les prometo trasladar a los medios de comunicación la campaña en la que trabajan esperanzados.
Después de la reunión vemos caer la noche en Antigua. Los volcanes vigilan la puesta de sol y paseamos por sus calles adoquinadas y sus casas coloniales mientras las viejas iglesias ven ensombrecer sus fachadas que van devorando a los últimos fieles. La hermosa ciudad de Antigua es una burbuja en la que la calma te acompaña hasta la puerta del café donde estudiantes y turistas disfrutan de la charla despreocupada, hasta los mercados donde brillan los colores de las mantas y los bordados mayas a la espera de una caricia extranjera.
Al día siguiente realizamos nuestro primer concierto en Guatemala. Con los nervios inevitables de las primeras citas salimos al encuentro de nuevos amigos en un nuevo Peumayen. El entusiasmo del público nos desborda. Cantamos canciones hasta que la noche cae en nuestra ciudad soñada como lo hizo en Antigua. Una gran jornada. Nuevos viejos amigos.
Apago mi cigarro mientras el policía mira aburrido el pasar de los coches con su arma entre las manos y hago repaso de lo vivido.
El maíz es el alimento base de los pueblos maya. Los científicos europeos lo bautizaron como Zea Mays. Zeo en griego quiere decir vivir. Mays proviene del vocablo mahís que en la legua taína del Caribe quiere decir “el que sostiene la vida”. Cientos de años después, las cosas, a veces, no parecen haber cambiado tanto.
Dicen que el calendario maya marca el final de una era en diciembre del 2012. Entonces comenzará un nuevo ciclo. Quizás entonces las cosas cambien. Quizá se trate de una nueva era en la que los pueblos originarios sean escuchados. Quizá entonces impregnen de su sabiduría nuestro rumbo, y el equilibrio entre el progreso y el respeto a la tierra en la que vivimos llegue a ser entendido como prioridad necesaria.
Dejamos Guatemala atrás. Salimos muy temprano para Ecuador donde prosigue nuestra gira. Encantado de conocerte Guatemala. Gracias por todo y hasta pronto.
domingo, 12 de octubre de 2008
México
Echo un último vistazo al Teatro de la Ciudad de México. Las butacas están vacías y los trabajadores y técnicos desmontan el escenario. El eco de viejas canciones recorre las plateas y las galerías como un fantasma. Hoy fue una noche hermosa. La gente fue muy generosa con nosotros. Ojalá regresemos pronto.
Lo cierto es que no tuvimos apenas tiempo libre en esta visita. Al llegar, DF nos recibió con su eterna maraña de coches, humo y gente. Entrevistas, visitas a viejos amigos en platós de televisión (estuvimos con Mexicanto en su programa el Tímpano), ruedas de prensa. Quizá una parada para tomar unos tacos en El Califa, o pasearnos entre los libros del Péndulo donde alguna vez estuvimos cantando. Y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la carretera camino a Puebla para dar nuestro primer concierto.
Puebla es una ciudad muy bonita. Tocamos en un teatro maravilloso. ¡El más antiguo de Latinoamérica!, nos decían con orgullo los poblanos. Allí se celebraban hasta corridas de toros antes de que lo techasen y lo convirtiesen en auditorio. Cientos de años sosteniendo las paredes que nos cobijaron para desplegar los sueños que tuvimos despiertos. Mientras tomamos un café se acerca un amigo para saludarnos y me ofrece un folio en el que me sugieren una alternativa para Papá cuéntame otra vez:
“Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo marchaste ayer y ocupaste Tlatelolco
la tarde del 2 de octubre en aquel sesenta y ocho.”
Al día siguiente tras una serie de entrevistas por teléfono con Ecuador podemos pasear un poco. Por el Barrio de los Artistas, entre las casas de colores, en los mercados donde estalla el arco iris de esta tierra poblana. Cenamos en un restaurante de la Plaza, junto a la catedral y hacemos repaso de las huidas pendientes, de algunos dolores y de los planes que sirven como analgesia.
Al otro día, camino del aeropuerto, a lo lejos, en Cholula, nos saluda majestuosa una gran pirámide coronada por una iglesia. Partimos para Guadalajara, tierra de mariachis y tequila.
El teatro de Guadalajara nos ofrece su calor para el nuevo concierto. La gente canta con nosotros. Agradezco ver sus caras, la cercanía de una gente que nos ofrece la posibilidad de cantar nuestros sueños en un ambiente de complicidad total, casi familiar. Hay gente que ha venido de Aguascalientes, hasta de Tijuana y agradezco infinitamente que emprendieran con nosotros este viaje hasta Peumayen.
Ahora toca ir al DF. Apenas tenemos tiempo de pasar por el hotel. El Teatro de la Ciudad, situado en el Centro Histórico, es un viejo amigo. En su madera se ha impregnado el olor de muchas canciones que nos han hecho sentirnos acompañados.
Disfrutamos mucho del concierto. Y tras la última canción nos acompaña esa antigua conocida, la tristeza que sobreviene tras el parto. La magia que trajeron consigo los asistentes se cuelga de nuestras guitarras haciéndonos prometer un próximo viaje de vuelta.
Ernesto, de Procanto, que nos ayuda con la producción de los conciertos, me regala un disco de Oscar Chávez cantando canciones de la Guerra Civil española y un DVD hecho por la UNAM sobre el trágico 2 de octubre del 68. En este mes Tlatelolco es un recuerdo permanente.
Antes habíamos tenido la oportunidad de charlar con él sobre la crisis que zarandea al planeta. Me cuenta que las remesas de dinero que los emigrantes que viven en EEUU mandan al país van descendiendo de forma estrepitosa mes tras mes. Y es algo terrible para un país en el que una de las principales fuente de ingresos son las divisas mandadas desde el extranjero. Se especula con que dos millones de emigrantes pueden volver a México.
Emigrantes. Uno de los sectores de la sociedad en los que más se cebará la crisis. El crash bursátil acapara las portadas de los periódicos pero si revisamos su interior encontramos siempre noticias que retratan la situación dramática que están viviendo los emigrantes. Mi padre habla de ello en su blog: al parecer en España ya no los necesitamos. Leo en El País como algunas ONG denuncian el acorralamiento que muchos emigrantes padecen por bancos que exigen el pago de deudas millonarias ante las hipotecas concedidas. Los animaron a avalarse unos a otros, les dieron dinero prestado con altos intereses sabiendo que apenas llegaban con sus sueldos a cubrir las mensualidades.
En estos días de incertidumbre el planeta se enfrenta a la encrucijada de cambiar de modelo ante la caída de un viejo muro que decían invulnerable. La desregularización hizo que el sistema financiero, en su locura de codicia y rentabilidad inmediata, se comportara como un pirómano al que se regala queroseno y cerillas por su cumpleaños. La mano invisible no intervino para frenar a un mercado que actuó sin control alguno imponiendo sus leyes de espaldas a las necesidades de la gente. Además no era tan invisible. Ahora el Estado debe actuar.
El teatro vacío me despide con su rumor de fantasmas arrastrando canciones. Afuera los mariachis, en la calle que conduce a Garibaldi, ofrecen canciones para ayudarnos a caminar. En Wall Street alguno quiere cantar aquello de …pero sigo siendo el rey… pero lo cierto es que suena aquello del mariachi loco.
Nos marchamos con infinito agradecimiento.
Hasta pronto, México querido.
Lo cierto es que no tuvimos apenas tiempo libre en esta visita. Al llegar, DF nos recibió con su eterna maraña de coches, humo y gente. Entrevistas, visitas a viejos amigos en platós de televisión (estuvimos con Mexicanto en su programa el Tímpano), ruedas de prensa. Quizá una parada para tomar unos tacos en El Califa, o pasearnos entre los libros del Péndulo donde alguna vez estuvimos cantando. Y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la carretera camino a Puebla para dar nuestro primer concierto.
Puebla es una ciudad muy bonita. Tocamos en un teatro maravilloso. ¡El más antiguo de Latinoamérica!, nos decían con orgullo los poblanos. Allí se celebraban hasta corridas de toros antes de que lo techasen y lo convirtiesen en auditorio. Cientos de años sosteniendo las paredes que nos cobijaron para desplegar los sueños que tuvimos despiertos. Mientras tomamos un café se acerca un amigo para saludarnos y me ofrece un folio en el que me sugieren una alternativa para Papá cuéntame otra vez:
“Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo marchaste ayer y ocupaste Tlatelolco
la tarde del 2 de octubre en aquel sesenta y ocho.”
Al día siguiente tras una serie de entrevistas por teléfono con Ecuador podemos pasear un poco. Por el Barrio de los Artistas, entre las casas de colores, en los mercados donde estalla el arco iris de esta tierra poblana. Cenamos en un restaurante de la Plaza, junto a la catedral y hacemos repaso de las huidas pendientes, de algunos dolores y de los planes que sirven como analgesia.
Al otro día, camino del aeropuerto, a lo lejos, en Cholula, nos saluda majestuosa una gran pirámide coronada por una iglesia. Partimos para Guadalajara, tierra de mariachis y tequila.
El teatro de Guadalajara nos ofrece su calor para el nuevo concierto. La gente canta con nosotros. Agradezco ver sus caras, la cercanía de una gente que nos ofrece la posibilidad de cantar nuestros sueños en un ambiente de complicidad total, casi familiar. Hay gente que ha venido de Aguascalientes, hasta de Tijuana y agradezco infinitamente que emprendieran con nosotros este viaje hasta Peumayen.
Ahora toca ir al DF. Apenas tenemos tiempo de pasar por el hotel. El Teatro de la Ciudad, situado en el Centro Histórico, es un viejo amigo. En su madera se ha impregnado el olor de muchas canciones que nos han hecho sentirnos acompañados.
Disfrutamos mucho del concierto. Y tras la última canción nos acompaña esa antigua conocida, la tristeza que sobreviene tras el parto. La magia que trajeron consigo los asistentes se cuelga de nuestras guitarras haciéndonos prometer un próximo viaje de vuelta.
Ernesto, de Procanto, que nos ayuda con la producción de los conciertos, me regala un disco de Oscar Chávez cantando canciones de la Guerra Civil española y un DVD hecho por la UNAM sobre el trágico 2 de octubre del 68. En este mes Tlatelolco es un recuerdo permanente.
Antes habíamos tenido la oportunidad de charlar con él sobre la crisis que zarandea al planeta. Me cuenta que las remesas de dinero que los emigrantes que viven en EEUU mandan al país van descendiendo de forma estrepitosa mes tras mes. Y es algo terrible para un país en el que una de las principales fuente de ingresos son las divisas mandadas desde el extranjero. Se especula con que dos millones de emigrantes pueden volver a México.
Emigrantes. Uno de los sectores de la sociedad en los que más se cebará la crisis. El crash bursátil acapara las portadas de los periódicos pero si revisamos su interior encontramos siempre noticias que retratan la situación dramática que están viviendo los emigrantes. Mi padre habla de ello en su blog: al parecer en España ya no los necesitamos. Leo en El País como algunas ONG denuncian el acorralamiento que muchos emigrantes padecen por bancos que exigen el pago de deudas millonarias ante las hipotecas concedidas. Los animaron a avalarse unos a otros, les dieron dinero prestado con altos intereses sabiendo que apenas llegaban con sus sueldos a cubrir las mensualidades.
En estos días de incertidumbre el planeta se enfrenta a la encrucijada de cambiar de modelo ante la caída de un viejo muro que decían invulnerable. La desregularización hizo que el sistema financiero, en su locura de codicia y rentabilidad inmediata, se comportara como un pirómano al que se regala queroseno y cerillas por su cumpleaños. La mano invisible no intervino para frenar a un mercado que actuó sin control alguno imponiendo sus leyes de espaldas a las necesidades de la gente. Además no era tan invisible. Ahora el Estado debe actuar.
El teatro vacío me despide con su rumor de fantasmas arrastrando canciones. Afuera los mariachis, en la calle que conduce a Garibaldi, ofrecen canciones para ayudarnos a caminar. En Wall Street alguno quiere cantar aquello de …pero sigo siendo el rey… pero lo cierto es que suena aquello del mariachi loco.
Nos marchamos con infinito agradecimiento.
Hasta pronto, México querido.
domingo, 5 de octubre de 2008
Pura vida
Terminaron los conciertos en Costa Rica. La lluvia cayó sobre el teatro y la gente derramó sobre nosotros su calor con generosidad. Nuevos agradecimientos. Y nuevos amigos.
Tuve la oportunidad de conocer al cantautor Esteban Monge con el que compartí escenario los dos días. Estuvimos hablando de la lucha cotidiana en el oficio, de la música y de Costa Rica. De la batalla desigual en el referéndum del Tratado de Libre Comercio, de cómo la gente salió a la calle, de cómo David perdió por décimas esta batalla contra Goliat. Del desmantelamiento del Estado sufrido por el país en los últimos tiempos. Y de cómo la lucha no acabó con el referéndum. De cómo se debaten ahora las leyes que el TLC exige ratificar para su implantación.
La palabra ahora la tienen las comunidades de pueblos originarios. Ellos han de decidir sobre una de las leyes cruciales, aquellas que tratan sobre propiedad intelectual y materia ambiental, que afectan al derecho sobre el conocimiento tradicional de dichas comunidades en lo que respecta a la biodiversidad costarricense. Los pueblos indígenas han de ser consultados para la aprobación de dichas leyes. Las autoridades de Costa Rica ya han pedido una prorroga a EEUU para la aprobación del tratado. No se han perdido todas las batallas.
A pesar del desánimo que provocó el resultado del referéndum en Esteban, la sonrisa no se le cae de la cara. Sabe que no está todo perdido. Por eso empuña la guitarra convencido de que la poesía es arma cargada de futuro.
En el tejado del Teatro Melico Salazar el cielo derrama su manto de vida. Una pareja, fuera, se refugia bajo un mismo paraguas. El tipo parece agradecer la lluvia implacable que cae sobre la ciudad cuando ella le pasa el brazo por la cintura.
La madre tierra bebe a sorbos el agua derramada pero no siempre da abasto y los ríos arrastran a su paso casas y vida. La Pachamama no puede con toda la lluvia. Pero a cambio ofrece a Costa Rica la posibilidad de cambiar su destino. Hasta siempre, Costa Rica. Pura vida.
Tuve la oportunidad de conocer al cantautor Esteban Monge con el que compartí escenario los dos días. Estuvimos hablando de la lucha cotidiana en el oficio, de la música y de Costa Rica. De la batalla desigual en el referéndum del Tratado de Libre Comercio, de cómo la gente salió a la calle, de cómo David perdió por décimas esta batalla contra Goliat. Del desmantelamiento del Estado sufrido por el país en los últimos tiempos. Y de cómo la lucha no acabó con el referéndum. De cómo se debaten ahora las leyes que el TLC exige ratificar para su implantación.
La palabra ahora la tienen las comunidades de pueblos originarios. Ellos han de decidir sobre una de las leyes cruciales, aquellas que tratan sobre propiedad intelectual y materia ambiental, que afectan al derecho sobre el conocimiento tradicional de dichas comunidades en lo que respecta a la biodiversidad costarricense. Los pueblos indígenas han de ser consultados para la aprobación de dichas leyes. Las autoridades de Costa Rica ya han pedido una prorroga a EEUU para la aprobación del tratado. No se han perdido todas las batallas.
A pesar del desánimo que provocó el resultado del referéndum en Esteban, la sonrisa no se le cae de la cara. Sabe que no está todo perdido. Por eso empuña la guitarra convencido de que la poesía es arma cargada de futuro.
En el tejado del Teatro Melico Salazar el cielo derrama su manto de vida. Una pareja, fuera, se refugia bajo un mismo paraguas. El tipo parece agradecer la lluvia implacable que cae sobre la ciudad cuando ella le pasa el brazo por la cintura.
La madre tierra bebe a sorbos el agua derramada pero no siempre da abasto y los ríos arrastran a su paso casas y vida. La Pachamama no puede con toda la lluvia. Pero a cambio ofrece a Costa Rica la posibilidad de cambiar su destino. Hasta siempre, Costa Rica. Pura vida.
jueves, 2 de octubre de 2008
Tlatelolco
Se cumple el cuarenta aniversario de la masacre de Tlatelolco. Entre doscientas y trescientas personas fueron asesinadas en la Plaza de Las Tres Culturas. La mayoría eran jóvenes. Y siguen sin ser depuradas las responsabilidades.
Ahora que se celebran los aniversarios de aquellos años intensos y muy a menudo dramáticos se revisa el protagonismo de los jóvenes de aquella época. Aquellos jóvenes de los que habla la canción Papá cuéntame otra vez, aquellos que buscaban los adoquines bajo la playa, que, siendo realistas, pedían lo imposible.
Cuando hoy en día se habla de la juventud actual la definen como una generación acomodaticia e indiferente ante lo que ocurre a su alrededor. Pero la realidad es otra. Esa generación padece las peores consecuencias de una globalización despiadada, del desamparo que imponen los tiempos, de la precariedad que, como una espada de Damocles, pende sobre sus cabezas en todos los ámbitos de la vida.
La precariedad en lo laboral se ceba en ellos, retrasando la edad de emancipación, haciendo que disminuya la calidad de sus condiciones laborales, desincronizándolos de todo, corroyendo su carácter. Las universidades especializan cada vez más la formación y se ponen al servicio del mercado y no de la sociedad civil dejando de ser foro de debate. Se enseñan las respuestas precisas pero no se ejercita la capacidad para interrogarse.
Habla Joe Bageant en sus Crónicas de la América profunda de los jóvenes americanos sin alternativas ni futuro como aquella soldado de las fotos de Abu Ghraib, Lynndie England, como tantos otros que huyendo de lugares deprimidos económicamente se enrolan en el ejercito, condenados a ser carne de cañón desde muy pronto. Jóvenes a los que el futuro les dio la espalda, a los que la vida tuvo el mal gusto de enseñarles el dedo corazón desde adolescentes. Difícil explicarle a Lynndie que significa buscar la arena de playa bajo los adoquines.
Sin embargo, más allá del desánimo, muy a menudo los que están en primera línea de fuego son los jóvenes.
Cuando uno visita a las Madres de la Plaza de mayo siempre encuentra a hijos de desaparecidos acompañando en su batalla a estas venerables luchadoras. A gente muy joven tratando de contagiarse de la juventud arrebatadora de mujeres que ejemplifican la dignidad latinoamericana. Eran muy jóvenes los voluntarios que conocimos en Buenos Aires colaborando con la fundación Pelota de Trapo, trabajando en programas de formación e integración con niños y jóvenes viviendo en la pobreza y el abandono más absoluto. Gente muy joven era la que aquí en Costa Rica cuestionaba la necesidad de un Tratado de Libre Comercio que liberalizaba los mercados desamparando la economía local ante el mastodonte norteamericano. Gente que trabaja en radios universitarias como las que hoy compartieron conmigo diálogo y reflexiones.
Quizá debiéramos cuestionar qué sociedad estamos construyendo que le niega el protagonismo a tanta gente joven capaz de trabajar desinteresadamente por el bien común, capaz de tener una mirada de futuro a largo plazo, de ejercer su responsabilidad a la hora de transformar la realidad.
Como tantos jóvenes que hace cuarenta años taparon la Plaza de Tlatelolco en México, que fueron masacrados con la complicidad del gobierno mexicano de entonces.
Ayer por la tarde llegamos a San José de Costa Rica. No paraba de llover. Lágrimas para Tlatelolco. Y justicia. Que el crimen no quede impune.
Ismael Serrano
PS: Gracias a toda la gente que nos visitó en la primera entrada del blog y en especial a Martín por su cabecera regalada y recién estrenada.
Ahora que se celebran los aniversarios de aquellos años intensos y muy a menudo dramáticos se revisa el protagonismo de los jóvenes de aquella época. Aquellos jóvenes de los que habla la canción Papá cuéntame otra vez, aquellos que buscaban los adoquines bajo la playa, que, siendo realistas, pedían lo imposible.
Cuando hoy en día se habla de la juventud actual la definen como una generación acomodaticia e indiferente ante lo que ocurre a su alrededor. Pero la realidad es otra. Esa generación padece las peores consecuencias de una globalización despiadada, del desamparo que imponen los tiempos, de la precariedad que, como una espada de Damocles, pende sobre sus cabezas en todos los ámbitos de la vida.
La precariedad en lo laboral se ceba en ellos, retrasando la edad de emancipación, haciendo que disminuya la calidad de sus condiciones laborales, desincronizándolos de todo, corroyendo su carácter. Las universidades especializan cada vez más la formación y se ponen al servicio del mercado y no de la sociedad civil dejando de ser foro de debate. Se enseñan las respuestas precisas pero no se ejercita la capacidad para interrogarse.
Habla Joe Bageant en sus Crónicas de la América profunda de los jóvenes americanos sin alternativas ni futuro como aquella soldado de las fotos de Abu Ghraib, Lynndie England, como tantos otros que huyendo de lugares deprimidos económicamente se enrolan en el ejercito, condenados a ser carne de cañón desde muy pronto. Jóvenes a los que el futuro les dio la espalda, a los que la vida tuvo el mal gusto de enseñarles el dedo corazón desde adolescentes. Difícil explicarle a Lynndie que significa buscar la arena de playa bajo los adoquines.
Sin embargo, más allá del desánimo, muy a menudo los que están en primera línea de fuego son los jóvenes.
Cuando uno visita a las Madres de la Plaza de mayo siempre encuentra a hijos de desaparecidos acompañando en su batalla a estas venerables luchadoras. A gente muy joven tratando de contagiarse de la juventud arrebatadora de mujeres que ejemplifican la dignidad latinoamericana. Eran muy jóvenes los voluntarios que conocimos en Buenos Aires colaborando con la fundación Pelota de Trapo, trabajando en programas de formación e integración con niños y jóvenes viviendo en la pobreza y el abandono más absoluto. Gente muy joven era la que aquí en Costa Rica cuestionaba la necesidad de un Tratado de Libre Comercio que liberalizaba los mercados desamparando la economía local ante el mastodonte norteamericano. Gente que trabaja en radios universitarias como las que hoy compartieron conmigo diálogo y reflexiones.
Quizá debiéramos cuestionar qué sociedad estamos construyendo que le niega el protagonismo a tanta gente joven capaz de trabajar desinteresadamente por el bien común, capaz de tener una mirada de futuro a largo plazo, de ejercer su responsabilidad a la hora de transformar la realidad.
Como tantos jóvenes que hace cuarenta años taparon la Plaza de Tlatelolco en México, que fueron masacrados con la complicidad del gobierno mexicano de entonces.
Ayer por la tarde llegamos a San José de Costa Rica. No paraba de llover. Lágrimas para Tlatelolco. Y justicia. Que el crimen no quede impune.
Ismael Serrano
PS: Gracias a toda la gente que nos visitó en la primera entrada del blog y en especial a Martín por su cabecera regalada y recién estrenada.
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