Miércoles de dentista y sol de invierno,
todo cambia para que todo siga igual,
y no hay urnas que aplaquen a la fiera,
ni soledad que borre los nombres
tallados en los árboles desnudos de los parques.
Duelen las muelas y el bolsillo
quemado por las brasas recogidas
en la última primavera en que aún cantabas
como aquel duende camino del trabajo
asaltado por mil durmientes con frío
sin caja de cristal que las proteja.
Es invierno, sin duda, cuando hablas
de la noche coronada de banderas
que un día nos robaron del balcón,
cuando miro asolado las macetas
huérfanas de jazmines y geranios,
como los sueños quemados del estío
cuando tu piel brillaba y era otra
la forma de mirar la carretera.
Era entonces promesa de una huida,
ventana a un paisaje de montañas
o dunas que se pierden a lo lejos,
el viento mece lento las cortinas
como el dulce tintineo de tu risa,
el reloj que mece siempre nuestra siesta.
Es ahora aquel camino,
una canto de sirena sin naufragio,
un acantilado gris con luz de pavesa,
un clavo que arde como zarza
que promete tierras innombradas.
Aquí ya nada tiene remedio,
te dices mientras miras
la senda que conduce hacia el futuro,
y vuelves cabizbajo hacia la sombra
que es la tarde de esta céniza de miércoles.
Pero no.
Hoy es siempre todavía y tú lo sabes.
Como si alguien del pasado te nombrara
mientras andas distraído por la calle
tú sonríes al girar el rostro. Nada
te hará perder el gesto, el desafío
que provoca tanta rabia en cada puño.
Saber que estás a tiempo, aún en invierno,
de incendiar cada mañana con tus ojos,
mirando al horizonte, que te espera
como amante en otro puerto al que regresas
sabiendo que estás vivo, aunque te hieran
los inviernos, los mercados, tanta espera.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Domingo de elecciones
Era el cielo la trenza plateada de una anciana, un mar de mercurio surcado por peces voladores, galeones piratas sin rumbo ni tesoro. Era invierno y llovía. Sorteando la arista de algún paraguas despistado y los charcos en los que tu paso dibujaba coronas de agua llegamos a Barcelona, Daniel y yo, y presentamos su libro.
Lo periódicos adornaban sus portadas con el apocalipsis habitual. Mientras Europa asistía impasible a los golpes de Estado que permitían a los mercados colocar a tecnócratas usurpando la soberanía que el pueblo deposita en las urnas, nosotros jugábamos a reflexionar sobre este tiempo que algunos llaman posdemocracia. Son urnas sí, pero cada vez más funerarias.
Barcelona vestida de frío es hermosa. Como todas las ciudades con mar cuando es invierno y cada abrazo en un portal suena a despedida y los plátanos de los bulevares parecen las manos crispadas del que reza o maldice.
Volvimos a Madrid y el golpe de las ruedas del avión contra la pista me recordó la cita del domingo. El avión estaba en penumbra y Madrid bostezaba.
El domingo pensaré en ti. En tu grito como otro puño levantado en un atardecer lleno de promesas, en la luz de este invierno de mercurio y sol de domingo. Camino del colegio pensaré en las nuevas primaveras que ha de parir este diciembre en el que ellos vestirán de gris y tú de futuro.
Yo este domingo iré a votar. Consciente de que participar en democracia no es sólo introducir el sobre en la urna. También lo es ocupar la calle, convertir las plazas en ágoras de debate efervescente, militar, participar del tejido asociativo de la sociedad civil, comprometerse cuando la ocasión lo exige, estar alerta, no sucumbir, soñar aunque todo sea relámpagos y cuchillos.
Iré a votar pensando en ti. En tu exigencia de una democracia real, efectiva, voz de todos los ciudadanos.
Aunque el día sea gris, como lo es el hormigón con el que se hacen los cimientos sobre los que se construyen nuestros sueños.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Tebeos
Como en la canción de Sabina, el diario no hablaba de nosotros. Y pudiera parecer que los ultracuerpos subidos a estrados tampoco. Leían su guión ya conocido, trastabillándose y sobreactuando ante un auditorio presa de los bostezos. Como en los teatros en los que los ataques de tos rompen la trama y el sueño del actor, las promesas de los políticos quiebran el sueño del ciudadano, que ya no quiere salvadores sino futuro que cristalice en las manos, tendidas a la lluvia, como los plátanos pelados de los bulevares.
Van a cerrar mi tienda de cómics de toda la vida. Aquella de la que salía cargado de tesoros, historias con más color que la vida atravesada en nuestros párpados, declaraciones de amor y de guerra en un bocadillo suspendido sobre la cabeza del superhéroe siempre alerta, tu amistoso vecino, la implacable flecha verde que se escapa del tedio y de la muerte, la increíble Patrulla-X, Mortadelo y Filemón, Joe Sacco arrancándole la piel a una realidad malherida, los ratones de Maus en el pozo más oscuro, Carlos Giménez y sus huérfanos eternos, yo mirándome al espejo de la infancia, en el que, ya sabes, las ventanas siempre parecían más grandes.
Cierra El Aventurero, junto a la Plaza Mayor. Otra víctima de la crisis global, implacable, que no entiende de luces prendidas junto a la cama, releyendo el último tebeo, de la mirada de niño que tiembla ante el olor a papel brillante coloreado, ante el final feliz que casi nunca acompaña a la tinta roja de la actualidad.
A veces un niño grita en nuestra garganta y el diamante que fuimos brilla y nos quema dentro del pecho, como un mal tequila tomado de hidalgo, de un solo trago, evitando el gesto que la llama nos provoca, sin más sal que la de esta lágrima, sin más limón que el recuerdo del tiempo que todo era más fácil y la brisa más dulce nos acariciaba a la salida del colegio.
Como en la canción de Sabina,el diario no decía nada de mi tienda de tebeos. Y el otoño, como el transatlántico en la película de Amarcord, atravesaba la niebla del tiempo como un lamento, lejano, con la apariencia sepia de una foto vieja y maltratada, con el cielo lleno de canas y la gente sonámbula, con ojos de pijama y luz de mediatarde.
Van a cerrar mi tienda de cómics de toda la vida. Aquella de la que salía cargado de tesoros, historias con más color que la vida atravesada en nuestros párpados, declaraciones de amor y de guerra en un bocadillo suspendido sobre la cabeza del superhéroe siempre alerta, tu amistoso vecino, la implacable flecha verde que se escapa del tedio y de la muerte, la increíble Patrulla-X, Mortadelo y Filemón, Joe Sacco arrancándole la piel a una realidad malherida, los ratones de Maus en el pozo más oscuro, Carlos Giménez y sus huérfanos eternos, yo mirándome al espejo de la infancia, en el que, ya sabes, las ventanas siempre parecían más grandes.
Cierra El Aventurero, junto a la Plaza Mayor. Otra víctima de la crisis global, implacable, que no entiende de luces prendidas junto a la cama, releyendo el último tebeo, de la mirada de niño que tiembla ante el olor a papel brillante coloreado, ante el final feliz que casi nunca acompaña a la tinta roja de la actualidad.
A veces un niño grita en nuestra garganta y el diamante que fuimos brilla y nos quema dentro del pecho, como un mal tequila tomado de hidalgo, de un solo trago, evitando el gesto que la llama nos provoca, sin más sal que la de esta lágrima, sin más limón que el recuerdo del tiempo que todo era más fácil y la brisa más dulce nos acariciaba a la salida del colegio.
Como en la canción de Sabina,el diario no decía nada de mi tienda de tebeos. Y el otoño, como el transatlántico en la película de Amarcord, atravesaba la niebla del tiempo como un lamento, lejano, con la apariencia sepia de una foto vieja y maltratada, con el cielo lleno de canas y la gente sonámbula, con ojos de pijama y luz de mediatarde.
miércoles, 2 de noviembre de 2011
Madrid
Madrid era la aurora esperando nuestra llegada,
borrachos e invencibles,
por una avenida vestida de claveles y panfletos.
Regresé a esas calles,
las cariátides miraban el ir y venir
de transeúntes que jugaban a olvidar.
Yo te miraba a ti,
con tu rostro lleno de pecas
como luciérnagas inquietas,
revoloteando sobre las aceras amarillas.
Era otoño.
Como casi siempre que uno recuerda.
Los plátanos desnudos
como las manos abiertas de las plañideras;
las plazas huérfanas de banderas,
llorando por una acrópolis sitiada,
Pericles desnudo y desarmado.
Siguen cerrando cines
y, como en las puertas de Tanhauser,
creo ver rayos C
sobre los neones de Callao,
palomas plateadas que brillan lejos.
Huele a castañas asadas
y mujeres malheridas
duermen en los portales,
corte de los milagros sin mesías que los salve.
Hay también ese rastro de infancia
en lo alto de los edificios;
y en el fondo de los escaparates,
arrecifes de coral de saldo,
folclóricas que bailan sobre los televisores,
litografías de un otoño en que llovía,
retratos antiguos,
mi amigo estuvo en Madrid
y sólo me trajo esta camiseta,
esas cosas que nadie sabe quien compra
pero que brillan sobre mostradores
como láminas de un mar en la tarde,
como recuerdos que encharcan los bares.
Soy parte de Madrid,
como soy el hombre que te busca,
que sabe que en tu espalda
se vierten las cascadas del primer deshielo,
que cambia las cuerdas de su guitarra
porque empieza otro otoño
que se empeña en parecer primavera,
como la aurora que tú y yo habitamos.
Madrid era la aurora esperando tu llegada.
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