Así que la Transición era como Bruce Willis en 6º sentido y no se resignaba a ser fantasma en blanco y negro marchando hacia la luz, pasando a ser Historia con mayúsculas o no tanto. En ocasiones veo muertos, decía el niño incomprendido con gesto mustio. Cómo para no verlos. No hay más que echarle un vistazo al parlamento para caer en la cuenta de que la vida está en otra parte.
Aún así, hay quien se empeña en cultivar enfermizamente el hábito pactista, con toda su retórica de responsabilidad de Estado, mano tendida y etcéteras gastados en ruedas de prensa posteriores, la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, por entonces abundante.
Todas las instituciones que pilotaron la Transición están en crisis: la corona, la clase política, los sindicatos, los medios de comunicación... No diremos la judicatura porque me temo que los setenta-ochenta pasaron por ellos como por la abuela de Cuéntame: como si nada.
Es por eso que los jóvenes en España exigen el reinicio (reset decimos en jerga cibernética) de la democracia. Exigen que sea transparente, participativa, que la soberanía le sea devuelta al ciudadano, en manos ahora de otras instancias que no responden al orden democrático y del Estado de Derecho.
Decía Rajoy en una entrevista: “No he cumplido con mis promesas electorales pero he cumplido con mi deber” (http://www.huffingtonpost.es/2013/02/12/rajoy-promesas-electorales_n_2667340.html). Esta claro que cumplir con la palabra dada al ciudadano no está entre las obligaciones de un político. Entendemos que, para él, el servidor público se debe a otras instituciones que son en las que en verdad reside la soberanía. El presidente debería aclarar cuáles. Aunque todos lo sabemos. Esto que algunos llaman postdemocracia es la etapa última del imperio de los mercados (capitalismo de toda la vida).
En la canción “Papá, cuéntame otra vez” mi hermano Daniel y yo le reprochábamos a la generación de mis padres el fracaso del mundo en el que vivíamos. Ellos nos regalaban una realidad muy diferente a la que habían soñado para nosotros, asumiendo ciertas renuncias como inevitables. Con ironía les pedíamos una y otra vez que nos contaran aquellas batallas que tanto gozaban en describir en detalle, con esa condescendencia con que se evoca esa juventud rebelde y alocada que la edad cura y en la que fuimos otros, pobres diablos, divino tesoro.
Pretendía ser un grito ante el relato continuado y edulcorado que hablaba en el fondo de una derrota, aunque a sus ojos se tratara de una historia luminosa, vestida con capa dorada y suaves terciopelos. Como en la fábula del rey, el ropaje era pura quimera y pocos se atrevían a señalar la desnudez de aquella narración hecha melodía a lo John Williams con violines y timbales. (El relator mira al horizonte al acabar el cuento, como ausente, con una sonrisa congelada, qué jóvenes éramos y que evanescentes los versos de Ho Chi Minh, me llegaba el pelo hasta casi la cintura, tenías que verme. Y luego un etcétera cargado de epítetos y de aquellos polvos estos lodos).
Pero reconozcámoslo: ellos tenían (tienen) su relato. Nosotros, como generación, apenas ese reproche, esa rabia desconcertada, el susto de adivinarse al borde del desastre, solos y con hambre de futuro.
Ahora, en este Fin de la Cultura de la Transición, los jóvenes tratan de escribir el prólogo de un nuevo relato: su propio relato. Liberado de dogmas, de las rígidas estructuras ideológicas de antaño y quizá por eso mismo, sin los andamiajes que permiten levantar la fachada de forma ordenada, algo caótico. (O no. ¿Para qué andamios si el horizontalismo es la clave?).
No es muy diferente a lo que sucede en algunos países como Chile.
La victoria de Piñera fue resultado del agotamiento de la fórmula de la Concertación. El sistema electoral chileno, binominal, (http://www.theclinic.cl/2013/07/30/lista-completa-los-70-parlamentarios-que-se-han-beneficiado-del-sistema-binominal-desde-1989/) impone el bipartidismo, exigiendo alianzas políticas que conllevan hermanamientos contranatura y, en consecuencia, inevitables y cansinas fricciones partidistas entre quienes gobiernan. Las promesas electorales se convierten en papel mojado puesto que la estabilidad de gobierno convierte en inoportuno todo momento para hacer efectivo el cumplimiento de los programas con que se presentaron.
Hoy, Bachelet presenta su candidatura con las mismas promesas que la llevaron a gobernar en su primera victoria. Durante sus 4 años de mandato no se cambió el sistema electoral. Tampoco el sistema educativo. Los derechos de los pueblos originarios fueron despreciados (lean las crónicas mapuches de Pedro Cayuqueo http://www.catalonia.cl/product_info.php?products_id=3199). Las manifestaciones estudiantiles empezaron durante su legislatura: en el 2006 estalla la revolución de los pingüinos y los estudiantes de secundaria salen a la calle.
Con Piñera las movilizaciones de estudiantes universitarios crecen y crecen y conmueven a la mayoría de la población chilena que comparte sus demandas en favor de una educación superior gratuita y de calidad. La marea ciudadana que pide revisar el sistema educativo convierte su reivindicación en un clamor imparable y lleva al gobierno de derechas a la crisis (http://www.latercera.com/noticia/educacion/2011/07/657-377552-9-819-de-chilenos-simpatiza-con-demandas-de-estudiantes-segun-encuesta.shtml).
El desafecto entre los jóvenes chilenos hacia la clase política es equiparable al español. La transición se les antoja larga, interminable, la retórica política suena a vacía, a repetida. A pesar de los años de democracia, de gobiernos de Concertación, el sistema económico se ha mostrado rígido, indiscutible. La política partidaria se aleja del ciudadano que se siente desamparado ante los excesos de un mercado que impone las prioridades a la hora de legislar y de ordenar la agenda política. En 2012 en las primeras elecciones municipales con voto voluntario (hasta entonces obligatorio) la abstención alcanza el 60% (http://www.emol.com/noticias/nacional/2012/10/28/566961/la-abstencion-de-un-60-es-la-gran-ganadora-de-las-elecciones-municipales.html).
Que vivan los estudiantes, jardín de las alegrías, decía Violeta Parra. Estudiantes en Santiago de Chile, exigiendo que su voz sea tenida en cuenta. Jóvenes en Madrid convirtiendo las plazas en ágora de debate efervescente. Las calles de Río de Janeiro, Sao Paulo, Salvador ocupadas por una nueva generación de actores políticos que se niegan a ser excluidos.
En España, la juventud maltratada, con cerca de un 60% desempleado, trata de construir su propio relato, un cuento repleto de épica dorada que hablará del tiempo en el que cambiamos el mundo, en el que el paradigma político impuesto tras la Sacrosanta Transición fue dado la vuelta, en el que se abrieron las ventanas para orear hemiciclos, sedes sindicales, redacciones. Quizá en el futuro nuestros hijos nos hagan el reproche que corresponde, pero, al menos, nadie nos podrá decir que no lo intentamos.