Salvador Allende se atrevió a soñar un Chile diferente. Uno en el que los niños nacieran para ser felices, en el que todos tuvieran acceso a una vivienda, a la luz, al agua potable, en el que los mayores tuvieran derecho a un descanso justo, en el que una reforma agraria beneficiara también a pequeños y medianos agricultores, en el que la asistencia médica fuese gratuita... Así lo revelan las cuarenta primeras medidas que el Gobierno de la Unidad Popular pretendía impulsar durante su mandato.
El sueño se vio truncado por un sangriento golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.
Allende afirmaba en su último discurso radiofónico:
Trabajadores de mi patria: Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.
Los días 7 y 8 de noviembre se abrieron las grandes alamedas para que en la Pista Atlética homenajearan al hombre libre que fue Salvador Allende.
Mientras cruzamos la cordillera observo el paisaje. Los picos andinos asoman por encima del mar de nubes, curiosos, vigilando nuestro paso y nuestro sueño. Me emociona volver a Chile. Más aún en un contexto de estas características. Aterrizamos cansados pero ansiosos por el encuentro en la celebración del Centenario de Allende.
A la mañana siguiente, el día del concierto, visitamos Villa Grimaldi. Lo que fue ayer un centro de detención y tortura hoy es un centro para la memoria. La paz que se respira en el recinto, el olor de las rosas plantadas por cada víctima contrasta de forma terrible con el desgarrador testimonio de los supervivientes.
Alguien cuenta como una de las presas le narraba sus interrogatorios. Entre torturas ella afirmaba no ser más que una cantante de folklore. ¡Canta!, le ordenaban sus carceleros, ¡canta entonces! Y ella entonaba el “Gracias a la vida”. Al contar esto, pasado el tiempo, la protagonista se echa a llorar. ¿Por qué lloras?”, le pregunta el que escucha. “Por haber traído a Violeta hasta este horrible lugar” responde entre lágrimas.
A veces escuchando ciertas historias descubres que si haber vivido aquello supone una experiencia terrible, sobrevivirlo tampoco es fácil para ellos. Y les escuchamos hablar de compañeros de celda que nunca regresaron.
Dar testimonio de lo vivido alimenta la Memoria Histórica y la certeza de que no se han de repetir los errores, las atrocidades cometidas en lugares como aquel. La memoria es herramienta de futuro.
Antes de irnos nos enseñan las vigas a las que amarraban a los presos antes de lanzarlos al mar. Fueron utilizadas como prueba por el Juez Guzmán Tapia en uno de los procesos que abrió contra los asesinos.
Marchamos a la prueba de sonido con un agujero en el pecho y tarareando la canción de Violeta Parra: gracias a la vida que me ha dado tanto...
En la prueba de sonido nos encontramos con Pancho Varona y García de Diego, dos grandes. Charlamos mientras esperamos nuestro turno para probar sonido. Hablamos de viajes, de amigos comunes, de planes por hacer... Al terminar la prueba partimos para el hotel para prepararnos para el concierto.
Es inevitable que los nervios te asalten en los momentos previos a un concierto, pero cuando se trata de uno de estas características casi hay que abofetearme y empujarme para salir como a la bailarina de Candilejas de Chaplin.
Antes me encuentro con viejos amigos, con maestros del oficio. Sabina me dice”Ismael, ¿me dejas una guitarra?”. Joder, te la regalo, te doy las palmas y lo que haga falta. Quién me lo iba a decir.
Llega mi turno. Me presentan. Pero aún no puedo salir. Hay que preparar el escenario, montar las líneas y los pedales de las guitarras, chequear sonido. 30.000 personas esperan pacientes y yo estoy que me subo por las paredes. La espera se me hace eterna. Por fin cantamos y el público me abraza con sus gritos y aplausos. Fue un momento inolvidable. Miguel Ríos me recibe al salir del escenario con una sonrisa cómplice. Otro maestro. Uno de los rockeros más grandes de este país que llena el escenario con su voz aterciopelada. Cuanto le queda a uno por aprender.
Al día siguiente tocamos en el Teatro Oriente. Se trata de un viejo amigo. Hemos vivido allí momentos felices y como hemos repetido en este blog estamos dispuestos a desobedecer a Sabina, aunque sólo sea en esta ocasión: regresamos a los lugares en los que fuimos felices. Y lo volvemos a ser. Peumayen amanece tranquilo y esta vez su mar sabe a Pacífico y a versos de Neruda. Nuestro mar ilumina nuestros sueños como lo hace en la habitación del poeta en su casa de Valparaíso, la Sebastiana. Mi guitarra es el mástil de proa y atracamos felices en el teatro de Providencia. Me moría por volver.
Los días posteriores nos toca hacer la promoción habitual: entrevistas en radio, televisión, prensa. Y preparamos el viaje Puerto Montt, donde será la primera vez que actuemos.
Puerto Montt, en la región de los lagos, es una hermosa ciudad protegida por una bahía que no te deja ver el mar abierto. Jara le cantaba a un episodio trágico en la historia de la ciudad: varias personas fueron asesinadas cuando los carabineros asaltaron e incendiaron las chabolas de familias sin hogar que habían ocupado los terrenos de un acaudalado terrateniente de la ciudad.
El día de la llegada salimos para Puerto Varas para comer. Hermoso paisaje y tremenda comida. Nuestro técnico de luces, Vicente, inventa un nuevo refrán:
Hay que echarse buena siesta, tras comerte un buen curanto o tras un pedo de espanto.
Con rima y todo. Y a los lejos los volcanes iluminan con sus cumbres nevadas el cielo de la bahía.
Antes del concierto tenemos rueda de prensa y gente del gobierno de la región nos recibe hospitalariamente dándonos la bienvenida. Nos informan de lo dura que fue la evacuación de los pueblos que se vieron afectados por el volcán Chaitén. Algunas de las entradas se regalaron para los refugiados en Puerto Montt.
El concierto es maravilloso. Para nuestra sorpresa, en nuestra primera visita, tan al sur del país, mucha gente acude al concierto y canta entusiasmada las canciones. El atardecer en Peumayén envidia algo al de la bahía de Puerto Montt y en nuestras redes intentamos atrapar algo de la luz que nos regalaron las risas y el canto de estos nuevos viejos amigos. Una gran noche e infinito agradecimiento por la generosidad de un pueblo que nos hizo sentirnos como en casa y que nos arropó con su voz.
Volvemos a Santiago al día siguiente donde tenemos de nuevo concierto en el teatro Oriente.
Nunca me gustaron las despedidas, pero esta fue especial. Es nuestro último concierto en este tramo de la gira americana. Si bien sé que regresaremos pronto, es difícil no emocionarse. Peumayén se despide de Santiago con nuevas historias, con nuevas risas, con nuevas lágrimas. Fue un concierto muy emocionante. No sólo por el sabor a despedida si no porque el público nos devolvió el reflejo de las estrellas que cruzan la noche de Peumayen en el espejo de sus rostros. Volveremos pronto, porque, la canción está en lo cierto, siempre muero por volver.
Recuerdo cuando me despido de mis hermanos argentinos, Néstor, Beto, compañeros de viaje y peripecias en estos días, en los aeropuertos. Como somos dados a la sentimentalidad en exceso y porque nos queremos mucho intentamos abreviar la despedida todo lo que podemos mientras nos iluminan las pantallas con los avisos de las partidas de los vuelos. Esbozamos un hasta luego precipitado con la voz rota y nos damos un abrazo apresurado, como si no fuera para tanto. Intentamos entrar a la sala de embarque sin mirar para atrás y finalmente lo hacemos porque no podemos evitar echar un último vistazo a la gente que tanto nos da y que tanto nos importa. Y entonces se resquebraja la coraza que planeaste vestir en momentos como este, y le tiembla a uno la mirada mientras queda en la retina la imagen de esos tipos que hacen que las cosas merezcan la pena, que siempre están ahí, caminando a tu lado, soñando despiertos, y haciendo este viaje apasionante, abriendo ventanas a la incertidumbre y sobre todo a la esperanza.
Y ahora, como entonces, trato de abreviar la despedida, como el hasta mañana que nos decimos después de cada concierto, porque aún queda todo por hacer, porque sabemos que pronto volveremos a desplegar las velas de nuestro barco para encontrarnos con un Peumayén amanecido arribando en nuevas costas. Gracias por tanto.
martes, 25 de noviembre de 2008
jueves, 13 de noviembre de 2008
Fe
Sentado en la terraza veo caer la tarde en La Rioja. La gente pasea sin prisas y las campanas de la iglesia marcan la hora. En la tarde primaveral todo parece descansar con la calma de un animal adormilado que ver pasar los coches.
El viaje desde Tucumán por carretera nos permitió admirar el paisaje desde la cuesta del Totoral, el verde iluminaba el interior de la furgoneta en la que viajábamos mientras soñábamos despiertos unos, dormidos otros.
La tarde cae mientra espero sentado en la terraza. Acabamos de llegar y tenemos rueda de prensa. Todo transcurre sin prisas en esta pequeña ciudad.
Al día siguiente después de comer decido dar un paseo. El sol no es tan amable como la tarde anterior y clava sus agujas en todo transeúnte que se atreva a salir de casa. Todas las tiendas están cerradas. La siesta es sagrada. Y absolutamente inevitable, me digo a mi mismo después de recorrer en vano las calles peatonales de La Rioja aplastado por el despiadado sol.
Por la noche el faro de Peumayén empieza a parpadear. Es nuestro concierto número cien y lo celebramos sobre el escenario. Es la primera vez que tocamos en esta ciudad y el público nos hace sentir como en casa en nuestra primera cita. Los barcos tocan sus sirenas desde nuestro puerto itinerante y el público generoso se suma con sus aplausos. Dicen que las primeras veces dejan una huella especial en la memoria. Así será.
Al día siguiente partimos para San Juan. Pasamos cerca del santuario de la Difunta Correa y decidimos detenernos allí.
Siempre me llamó la atención el fenómeno de los santos laicos en Argentina: la Difunta Correa, el Gauchito Gil. Puedes encontrar sus altares en todas las carreteras, velando por el bienestar de los que habitan los caminos. Los lazos rojos de los altares del Gauchito bailan empujados por el viento y las botellas de agua descansan en recuerdo de la Difunta, con la esperanza de calmar la sed que la mató.
Cuenta la leyenda que el marido de la Difunta Correa fue reclutado forzosamente dejando en su casa a su mujer abandonada junto con su pequeño hijo. La señora Correa salió en busca de su marido con el bebé entre los brazos y trató de seguir sus pasos por los desiertos de la provincia de San Juan. Cuando se le acabó el agua decidió sentarse bajo un algarrobo. Allí murió de sed y de pena.
El milagro se produjo cuando encontraron su cuerpo unos arrieros y comprobaron que, a pesar de que Correa había fallecido, el niño seguía con vida, pues estaba amamantado por los pechos aún vivos del cuerpo inerte de la madre. Milagro.
La necesidad de creer ha levantado un magnífico y rocambolesco santuario en mitad de la nada sanjuanina, allá donde, dicen, encontraron el cuerpo. Varias capillas alicatadas por fuera con las placas de gente que agradece a la santa su intercesión en el cumplimiento de sus peticiones encierran todo tipo de ofrendas inimaginables. Desde coches sensacionales, a vestidos de novias, desde un pingüino disecado (juro que lo vi) hasta las copas y medallas ganadas por pequeños y no tan pequeños equipos. Un bazar rocambolesco y desordenado que llena capillas y capillas, que se siguen construyendo ante la creciente llegada de ofrendas traídas por los devotos de todo el país. Personalidades insignes han hecho peregrinación hasta allí y cuentan (yo no lo vi) que existen enormes naves llenas de multitud de objetos que ya no caben en las capillas: desde camiones a guantes de boxeo.
El poder de esta santa no reconocida por la iglesia católica es notable. Desde luego, la fe mueve montañas, y también las puebla de complejos religiosos como este que ahora nos deja boquiabiertos.
Después de esta experiencia religiosa seguimos con nuestro camino entre los viñedos que rodean la ciudad. Por fin llegamos a San Juan.
De nuevo la tarde nos recibe cálida y aprovechamos para pasear conmovidos aún por la necesidad de fe de tanta gente, que finalmente es resultado de otras necesidades más básicas que no encuentran respuesta.
San Juan es nuestra última parada en Argentina antes de salir para Chile. El concierto se realizó en un hermoso auditorio, moderno, orgullo de los habitantes de la ciudad. Casi podía ver las caras de todos los presentes y la complicidad fue total. Tenía sabor de despedida, pero era un hasta luego. Fue un diálogo maravilloso que retumbó en los callejones de Peumayén, allá donde las tabernas abrazan a los marineros que saben que marcharán al día siguiente pero no cuando han de volver. Nuestro mar estaba tranquilo y la música nos quemó como una hoguera prendida en la playa con llamas verdes y azules. Hasta siempre San Juan. Hasta pronto Argentina.
Una cinta roja tiembla en un altar del Gauchito Gil, el bandolero bueno, situado poco antes de entrar a San Juan. La coloqué con cuidado, entre otros trapos colorados, entre otras promesas, con la sonrisa escéptica del por si acaso.
Que nos ampare en nuestro viaje. Que nos permita volver.
Yo también necesito creer. Por eso creo en Casandra. Por eso creo en ti.
El viaje desde Tucumán por carretera nos permitió admirar el paisaje desde la cuesta del Totoral, el verde iluminaba el interior de la furgoneta en la que viajábamos mientras soñábamos despiertos unos, dormidos otros.
La tarde cae mientra espero sentado en la terraza. Acabamos de llegar y tenemos rueda de prensa. Todo transcurre sin prisas en esta pequeña ciudad.
Al día siguiente después de comer decido dar un paseo. El sol no es tan amable como la tarde anterior y clava sus agujas en todo transeúnte que se atreva a salir de casa. Todas las tiendas están cerradas. La siesta es sagrada. Y absolutamente inevitable, me digo a mi mismo después de recorrer en vano las calles peatonales de La Rioja aplastado por el despiadado sol.
Por la noche el faro de Peumayén empieza a parpadear. Es nuestro concierto número cien y lo celebramos sobre el escenario. Es la primera vez que tocamos en esta ciudad y el público nos hace sentir como en casa en nuestra primera cita. Los barcos tocan sus sirenas desde nuestro puerto itinerante y el público generoso se suma con sus aplausos. Dicen que las primeras veces dejan una huella especial en la memoria. Así será.
Al día siguiente partimos para San Juan. Pasamos cerca del santuario de la Difunta Correa y decidimos detenernos allí.
Siempre me llamó la atención el fenómeno de los santos laicos en Argentina: la Difunta Correa, el Gauchito Gil. Puedes encontrar sus altares en todas las carreteras, velando por el bienestar de los que habitan los caminos. Los lazos rojos de los altares del Gauchito bailan empujados por el viento y las botellas de agua descansan en recuerdo de la Difunta, con la esperanza de calmar la sed que la mató.
Cuenta la leyenda que el marido de la Difunta Correa fue reclutado forzosamente dejando en su casa a su mujer abandonada junto con su pequeño hijo. La señora Correa salió en busca de su marido con el bebé entre los brazos y trató de seguir sus pasos por los desiertos de la provincia de San Juan. Cuando se le acabó el agua decidió sentarse bajo un algarrobo. Allí murió de sed y de pena.
El milagro se produjo cuando encontraron su cuerpo unos arrieros y comprobaron que, a pesar de que Correa había fallecido, el niño seguía con vida, pues estaba amamantado por los pechos aún vivos del cuerpo inerte de la madre. Milagro.
La necesidad de creer ha levantado un magnífico y rocambolesco santuario en mitad de la nada sanjuanina, allá donde, dicen, encontraron el cuerpo. Varias capillas alicatadas por fuera con las placas de gente que agradece a la santa su intercesión en el cumplimiento de sus peticiones encierran todo tipo de ofrendas inimaginables. Desde coches sensacionales, a vestidos de novias, desde un pingüino disecado (juro que lo vi) hasta las copas y medallas ganadas por pequeños y no tan pequeños equipos. Un bazar rocambolesco y desordenado que llena capillas y capillas, que se siguen construyendo ante la creciente llegada de ofrendas traídas por los devotos de todo el país. Personalidades insignes han hecho peregrinación hasta allí y cuentan (yo no lo vi) que existen enormes naves llenas de multitud de objetos que ya no caben en las capillas: desde camiones a guantes de boxeo.
El poder de esta santa no reconocida por la iglesia católica es notable. Desde luego, la fe mueve montañas, y también las puebla de complejos religiosos como este que ahora nos deja boquiabiertos.
Después de esta experiencia religiosa seguimos con nuestro camino entre los viñedos que rodean la ciudad. Por fin llegamos a San Juan.
De nuevo la tarde nos recibe cálida y aprovechamos para pasear conmovidos aún por la necesidad de fe de tanta gente, que finalmente es resultado de otras necesidades más básicas que no encuentran respuesta.
San Juan es nuestra última parada en Argentina antes de salir para Chile. El concierto se realizó en un hermoso auditorio, moderno, orgullo de los habitantes de la ciudad. Casi podía ver las caras de todos los presentes y la complicidad fue total. Tenía sabor de despedida, pero era un hasta luego. Fue un diálogo maravilloso que retumbó en los callejones de Peumayén, allá donde las tabernas abrazan a los marineros que saben que marcharán al día siguiente pero no cuando han de volver. Nuestro mar estaba tranquilo y la música nos quemó como una hoguera prendida en la playa con llamas verdes y azules. Hasta siempre San Juan. Hasta pronto Argentina.
Una cinta roja tiembla en un altar del Gauchito Gil, el bandolero bueno, situado poco antes de entrar a San Juan. La coloqué con cuidado, entre otros trapos colorados, entre otras promesas, con la sonrisa escéptica del por si acaso.
Que nos ampare en nuestro viaje. Que nos permita volver.
Yo también necesito creer. Por eso creo en Casandra. Por eso creo en ti.
lunes, 3 de noviembre de 2008
De Junín a Tucumán: el norte también existe
Llegar a Buenos Aires es como llegar a casa. Más aún cuando nos esperan nada más aterrizar familiares y amigos para hacer repaso de lo andado en este mes de gira. Llegamos tarde y cenamos también hasta tarde, extendiendo la charla hasta que los camareros barren y amontonan las sillas sobre las mesas y, afuera, la ciudad duerme.
Apenas tendremos tiempo para estar en la ciudad, al día siguiente partimos para Junín donde realizaremos el primer concierto de nuestro paso por Argentina. Son once años de noviazgo con un país que siempre ha sido muy generoso con nosotros. Esta noche no será diferente. El público nos recibe con calor. Vienen de muchas partes de Argentina, me dicen en el teatro. Les agradezco infinitamente cada momento vivido. Después de más de 200 Km. de carretera Junín abraza a Peumayén y su faro empieza a parpadear. Es nuestro primer recital en Argentina en este tramo de la gira y los nervios son inevitables. El público me ayuda a soñar a despierto. Me emociona recibir tras el concierto a gente de la municipalidad que me regala la distinción de Huésped de honor de Junín. Me siento muy honrado y me doy cuenta del privilegio que supone vivir cosas tan buenas. Nos despedimos pidiendo disculpas por la partida. Nos quedan muchos kilómetros de regreso hasta Buenos Aires.
Al día siguiente toca trabajar en la película. El hombre que corría tras el viento está en fase de postproducción. Tengo que reunirme con Juan Pablo, el director, para ver como va la mezcla de la música que grabamos en Madrid. Poco a poco las piezas del rompecabezas se van ensamblando y la historia empieza a tomar forma en las miradas de Jazmín Stuart, Bárbara Lombardo y Pasta Dioguardi. Me emociona encontrarme con escenas que aún no había visto y que me recuerdan los días felices del rodaje. Nos despedimos haciendo planes y dejamos al hombre caminar tranquilamente tras el viento, sin prisas, como el fantasma de una Llorona que persigue consuelo.
Al día siguiente emprendemos nuestro viaje hacia el norte argentino.
Si uno revisa las ofertas turísticas que desde España ofrecen maravillosos viajes hacia Argentina podremos observar la silueta de una pareja abrazada mientras baila tango y las casas de Caminito recortándose sobre el horizonte, el majestuoso glaciar Perito Moreno con su muralla azul desafiando al cielo de Calafate o a la lejana Ushuaia al sur, muy al sur, allá donde se forjan las leyendas de los pioneros, donde los presos construían el ferrocarril, donde los onas suspiraron viendo su último crepúsculo. Pero el Norte también existe.
Allá al norte existe una maravillosa tierra que en más de una ocasión nos dio cobijo en sus paisajes y escenarios y donde, tal y como decíamos al principio de este blog, desafiando a Sabina, decidimos volver.
El avión nos deja en el aeropuerto de Salta y su cielo encapotado nos cubre de frío. Salta, situada al noroeste del país, en el altiplano argentino, es una ciudad que cada vez atrae más turistas: sus paisajes, su ciudad de calles y casonas coloniales de clara herencia española nos reciben con la serena elegancia de otras veces. Mientras comemos unas empanadas unos muchachos tocan una zamba y en el bombo legüero resuena el lamento de todos los pueblos originarios que habitaron soberanos un día el altiplano. Apenas tenemos tiempo para pasear por la ciudad. Prometo hacer terapia para superar mi vértigo y encontrar tiempo la próxima vez para subirme al tren de las nubes.
Un público expectante, sereno y a la vez entusiasta recoge nuestro ramo de sueños y lo lanza al cielo de Peumayén, coloreando el atardecer naranja de nuestra aldea costera con sus pétalos celestes.
Al día siguiente vamos para Jujuy. En la carretera el viento hace bailar las cintas rojas en los altares del Gaucho Gil y en el teléfono tirita la voz de aquellos a los que echamos de menos.
En esta ocasión no tendremos tiempo para poder ir más al norte, hacia Purmamarca, Tilcara, la Quebrada de Humahuaca. Allí donde la Pachamama conecta directamente con los cuerpos y las almas que pisan sus caminos, donde el vínculo con la Madre Tierra es de piedra y de abrazo, y de viento y besos.
La gente mastica la coca mientras suenan los charangos y el folklore convoca a los ancestros coyas a vigilar por el futuro. La primavera tirita en el viento de la kena y voces de arena le cantan a una ciudad que duerme en el vientre de la Pachamama.
El concierto es tranquilo. El ir y venir de las olas que chocan contra el malecón de Peumayén sólo es interrumpido por los susurros de los que cantan con nosotros, meciendo la primavera que huele a mañana de domingo en lo alto de los cerros. Un concierto mágico y tranquilo.
Nuestra siguiente parada es Tucumán, la herida, la rebelde. Tucumán, tierra de Mercedes Sosa, fue una ciudad muy represaliada antes incluso de la dictadura. Los amigos nos dicen que aquella ciudad sirvió de laboratorio para experimentar la represión que luego, en la dictadura, se extendería por todo el país. Fue foco revolucionario, guerrilla incluida. Acudían estudiantes de todo el Altiplano para estudiar en las facultades de sicología y sociología. Tras el golpe de Estado la carrera de sociología se suspende por considerarse subversiva.
Ahora, otra brisa recorre la ciudad que nos recibe con la tarde templada. En la calle las parejas pasean abrazadas en una calurosa noche de primavera, la conversación despliega su red en las mesas de las terrazas alumbradas por la risa, unos estudiantes juegan al truco. La noche esconde el as de espadas para la última mano.
Y los conciertos fueron inolvidables. Dos noches en el teatro Alberdi, donde fuimos felices, donde destejimos la labor de Penélope, aquella que cansada de esperar a Ulises huyó a un pueblo del interior para cantar con nosotros hasta que se abrieron todas las ventanas de Peumayén. El teatro iluminó sus galerías para que recorriera sus butacas el sueño de una noche de primavera. Aquel que tuvimos despiertos.
Y ahora permítanme algunas consideraciones sobre política (¿o sobre políticos?):
En las portadas de los periódicos se habla de la nacionalización de los fondos para la jubilación. Como siempre desde fuera se ve como una amenaza para el libre mercado y para el sector privado. Puede ser. Pero, ¿no es doble moral ver con buenos ojos la nacionalización de bancos (el último el BPN en Portugal) cuando estos se vienen a bajo y con malos ojos nacionalizaciones de este tipo (el viejo conocido: “se privatizan beneficios, se socializan perdidas”? ¿No están estos fondos privados en manos de quienes han especulado y han llevado el sistema al colapso y no es el “interés general” (y vean que lo pongo entrecomillado)- el mismo que mueve a otros gobiernos a hacer otro tipo de nacionalizaciones- el que empuja al gobierno argentino a tomar esta decisión ante un sistema financiero que se viene abajo? Y noten que lejos de valorar la actuación del Gobierno argentino quiero poner en relieve el doble discurso con que a veces algunos analizan la realidad.
En cualquier caso, no deja de ser curioso que en Argentina los mismos que antes de ayer votaron su privatización son hoy feroces defensores de su nacionalización. No quisiera generalizar en torno a los políticos pero su capacidad para reinventarse nunca deja de sorprenderme. Me recuerda a aquello de Groucho Marx: Estos son mis principios y si no le gustan… tengo otros.
El norte de argentina padece una suerte de caciquismo que ordena su vida política desde hace tiempo, me cuentan amigos. Los derechos de los ciudadanos son otorgados como gracias concedidas por una clase política (y a veces sindical) que generan una deuda en el ciudadano que tarde o temprano el político de turno querrá cobrar. Es decir, los derechos, y por tanto los servicios que ha de prestar el estado, son interpretados como generosas dádivas que el beneficiado ha de agradecer de por vida, puesto que son fruto, no del hecho de que la soberanía resida en el ciudadano y el político tenga la obligación de servir, si no de la generosidad y benevolencia del dirigente que a la manera feudal (y a menudo mafiosa) administra los bienes de todos, o sea el erario público. Un clientelismo que atrinchera en el poder a dirigentes que no dejan espacio para otras alternativas (algunos tampoco parecen verlas) y que perpetúan su poder alejados de cualquier tipo de control democrático.
Ojalá la sociedad civil sea capaz de articular en sus diferentes marcos de asociación la búsqueda de alternativas democráticas. O mejor aún: ojalá sea capaz de promocionar una cultura democrática que les haga entender a los ciudadanos su potencial para exigir el cumplimiento de sus derechos como prioridad irrenunciable y, por tanto, el cambio de modelo hacia un sistema en el que la soberanía resida realmente en los pueblos, en el que las democracias sean realmente participativas y estén bajo el control alerta y crítico de todo el conjunto de la sociedad.
Apenas tendremos tiempo para estar en la ciudad, al día siguiente partimos para Junín donde realizaremos el primer concierto de nuestro paso por Argentina. Son once años de noviazgo con un país que siempre ha sido muy generoso con nosotros. Esta noche no será diferente. El público nos recibe con calor. Vienen de muchas partes de Argentina, me dicen en el teatro. Les agradezco infinitamente cada momento vivido. Después de más de 200 Km. de carretera Junín abraza a Peumayén y su faro empieza a parpadear. Es nuestro primer recital en Argentina en este tramo de la gira y los nervios son inevitables. El público me ayuda a soñar a despierto. Me emociona recibir tras el concierto a gente de la municipalidad que me regala la distinción de Huésped de honor de Junín. Me siento muy honrado y me doy cuenta del privilegio que supone vivir cosas tan buenas. Nos despedimos pidiendo disculpas por la partida. Nos quedan muchos kilómetros de regreso hasta Buenos Aires.
Al día siguiente toca trabajar en la película. El hombre que corría tras el viento está en fase de postproducción. Tengo que reunirme con Juan Pablo, el director, para ver como va la mezcla de la música que grabamos en Madrid. Poco a poco las piezas del rompecabezas se van ensamblando y la historia empieza a tomar forma en las miradas de Jazmín Stuart, Bárbara Lombardo y Pasta Dioguardi. Me emociona encontrarme con escenas que aún no había visto y que me recuerdan los días felices del rodaje. Nos despedimos haciendo planes y dejamos al hombre caminar tranquilamente tras el viento, sin prisas, como el fantasma de una Llorona que persigue consuelo.
Al día siguiente emprendemos nuestro viaje hacia el norte argentino.
Si uno revisa las ofertas turísticas que desde España ofrecen maravillosos viajes hacia Argentina podremos observar la silueta de una pareja abrazada mientras baila tango y las casas de Caminito recortándose sobre el horizonte, el majestuoso glaciar Perito Moreno con su muralla azul desafiando al cielo de Calafate o a la lejana Ushuaia al sur, muy al sur, allá donde se forjan las leyendas de los pioneros, donde los presos construían el ferrocarril, donde los onas suspiraron viendo su último crepúsculo. Pero el Norte también existe.
Allá al norte existe una maravillosa tierra que en más de una ocasión nos dio cobijo en sus paisajes y escenarios y donde, tal y como decíamos al principio de este blog, desafiando a Sabina, decidimos volver.
El avión nos deja en el aeropuerto de Salta y su cielo encapotado nos cubre de frío. Salta, situada al noroeste del país, en el altiplano argentino, es una ciudad que cada vez atrae más turistas: sus paisajes, su ciudad de calles y casonas coloniales de clara herencia española nos reciben con la serena elegancia de otras veces. Mientras comemos unas empanadas unos muchachos tocan una zamba y en el bombo legüero resuena el lamento de todos los pueblos originarios que habitaron soberanos un día el altiplano. Apenas tenemos tiempo para pasear por la ciudad. Prometo hacer terapia para superar mi vértigo y encontrar tiempo la próxima vez para subirme al tren de las nubes.
Un público expectante, sereno y a la vez entusiasta recoge nuestro ramo de sueños y lo lanza al cielo de Peumayén, coloreando el atardecer naranja de nuestra aldea costera con sus pétalos celestes.
Al día siguiente vamos para Jujuy. En la carretera el viento hace bailar las cintas rojas en los altares del Gaucho Gil y en el teléfono tirita la voz de aquellos a los que echamos de menos.
En esta ocasión no tendremos tiempo para poder ir más al norte, hacia Purmamarca, Tilcara, la Quebrada de Humahuaca. Allí donde la Pachamama conecta directamente con los cuerpos y las almas que pisan sus caminos, donde el vínculo con la Madre Tierra es de piedra y de abrazo, y de viento y besos.
La gente mastica la coca mientras suenan los charangos y el folklore convoca a los ancestros coyas a vigilar por el futuro. La primavera tirita en el viento de la kena y voces de arena le cantan a una ciudad que duerme en el vientre de la Pachamama.
El concierto es tranquilo. El ir y venir de las olas que chocan contra el malecón de Peumayén sólo es interrumpido por los susurros de los que cantan con nosotros, meciendo la primavera que huele a mañana de domingo en lo alto de los cerros. Un concierto mágico y tranquilo.
Nuestra siguiente parada es Tucumán, la herida, la rebelde. Tucumán, tierra de Mercedes Sosa, fue una ciudad muy represaliada antes incluso de la dictadura. Los amigos nos dicen que aquella ciudad sirvió de laboratorio para experimentar la represión que luego, en la dictadura, se extendería por todo el país. Fue foco revolucionario, guerrilla incluida. Acudían estudiantes de todo el Altiplano para estudiar en las facultades de sicología y sociología. Tras el golpe de Estado la carrera de sociología se suspende por considerarse subversiva.
Ahora, otra brisa recorre la ciudad que nos recibe con la tarde templada. En la calle las parejas pasean abrazadas en una calurosa noche de primavera, la conversación despliega su red en las mesas de las terrazas alumbradas por la risa, unos estudiantes juegan al truco. La noche esconde el as de espadas para la última mano.
Y los conciertos fueron inolvidables. Dos noches en el teatro Alberdi, donde fuimos felices, donde destejimos la labor de Penélope, aquella que cansada de esperar a Ulises huyó a un pueblo del interior para cantar con nosotros hasta que se abrieron todas las ventanas de Peumayén. El teatro iluminó sus galerías para que recorriera sus butacas el sueño de una noche de primavera. Aquel que tuvimos despiertos.
Y ahora permítanme algunas consideraciones sobre política (¿o sobre políticos?):
En las portadas de los periódicos se habla de la nacionalización de los fondos para la jubilación. Como siempre desde fuera se ve como una amenaza para el libre mercado y para el sector privado. Puede ser. Pero, ¿no es doble moral ver con buenos ojos la nacionalización de bancos (el último el BPN en Portugal) cuando estos se vienen a bajo y con malos ojos nacionalizaciones de este tipo (el viejo conocido: “se privatizan beneficios, se socializan perdidas”? ¿No están estos fondos privados en manos de quienes han especulado y han llevado el sistema al colapso y no es el “interés general” (y vean que lo pongo entrecomillado)- el mismo que mueve a otros gobiernos a hacer otro tipo de nacionalizaciones- el que empuja al gobierno argentino a tomar esta decisión ante un sistema financiero que se viene abajo? Y noten que lejos de valorar la actuación del Gobierno argentino quiero poner en relieve el doble discurso con que a veces algunos analizan la realidad.
En cualquier caso, no deja de ser curioso que en Argentina los mismos que antes de ayer votaron su privatización son hoy feroces defensores de su nacionalización. No quisiera generalizar en torno a los políticos pero su capacidad para reinventarse nunca deja de sorprenderme. Me recuerda a aquello de Groucho Marx: Estos son mis principios y si no le gustan… tengo otros.
El norte de argentina padece una suerte de caciquismo que ordena su vida política desde hace tiempo, me cuentan amigos. Los derechos de los ciudadanos son otorgados como gracias concedidas por una clase política (y a veces sindical) que generan una deuda en el ciudadano que tarde o temprano el político de turno querrá cobrar. Es decir, los derechos, y por tanto los servicios que ha de prestar el estado, son interpretados como generosas dádivas que el beneficiado ha de agradecer de por vida, puesto que son fruto, no del hecho de que la soberanía resida en el ciudadano y el político tenga la obligación de servir, si no de la generosidad y benevolencia del dirigente que a la manera feudal (y a menudo mafiosa) administra los bienes de todos, o sea el erario público. Un clientelismo que atrinchera en el poder a dirigentes que no dejan espacio para otras alternativas (algunos tampoco parecen verlas) y que perpetúan su poder alejados de cualquier tipo de control democrático.
Ojalá la sociedad civil sea capaz de articular en sus diferentes marcos de asociación la búsqueda de alternativas democráticas. O mejor aún: ojalá sea capaz de promocionar una cultura democrática que les haga entender a los ciudadanos su potencial para exigir el cumplimiento de sus derechos como prioridad irrenunciable y, por tanto, el cambio de modelo hacia un sistema en el que la soberanía resida realmente en los pueblos, en el que las democracias sean realmente participativas y estén bajo el control alerta y crítico de todo el conjunto de la sociedad.
jueves, 30 de octubre de 2008
Cómo llamarlo fracaso
Confesaba en una vieja canción mi aversión a los aeropuertos, el terror que me producían las despedidas alumbradas por el eco de los megáfonos anunciando puertas de embarque. En el viaje que nos llevaba de Lima a Paraguay tuve la oportunidad de recibir una buena dosis de espera en el aeropuerto de Sao Paulo que bien pudo servir como terapia de shock para sobrellevar los miedos que me producen las monocordes voces que anuncian la partida de los vuelos. De Lima a Sao Paulo. Varias horas de espera (¡sin poder fumar!). Y de allí a Asunción.
La ciudad nos recibió con su habitual bofetada de calor y humedad. Mientras las primeras maletas giraban huérfanas en la cinta pude intercambiar un saludo lejano con Hugo Ferreira que había venido a recibirnos con algunos amigos al aeropuerto en Paraguay.
Hugo es uno de los mejores cantautores de la nueva hornada (por hacer referencia a su juventud) que conozco. Como llamarlo fracaso, si nadie te ha querido como yo, dice en una de sus canciones. No sólo es su forma de entender el amor. También vive así su pasión por la música. Y casi todo. A parte, y no es extraña esta casualidad, es una gran persona. En sus pequeños ojos brilla toda la esencia y la esperanza de un país que vive un nuevo despertar. Así nos lo explica ya casi de madrugada cuando nos lleva hasta el hotel en su coche. Se vive una efervescencia desconocida en el país. Se habla de política como nunca. Después de 60 años de régimen de Partido Colorado (con el paréntesis de la dictadura de Stroessner) un político diferente se hace con el gobierno del país. Se trata de Fernando Lugo, un ex obispo católico que lidera un nuevo movimiento. Si bien es llevado al poder con una alianza algo exótica y multicolor (que engloba a casi todo el espectro político paraguayo excepto al Partido Colorado) su cercanía a la teología de la liberación, su alineación izquierdista (se ha declarado simpatizante del socialismo) han generado una gran expectativa entre una población necesitada de nuevos referentes y de alternativas a los modelos políticos vigentes hasta entonces en Paraguay. Todo un reto para un país extraño y fascinante, con una economía sumergida terrible y con el trauma histórico de ser un país masacrado por los vecinos tras la Guerra de la Triple Alianza.
En las portadas de los periódicos se sigue la noticia de los procesos abiertos a varios miembros del Partido Colorado por corrupción, por el uso de fondos públicos para campañas del partido.
Algo está cambiando me dice Huguito mientras conduce. Y sus pequeños ojos brillan con el color de su risa.
Asunción nos arropa en el calor tropical de su noche mientras Hugo me cuenta que está grabando nuevo disco. Conozco algunas canciones y estoy deseando escucharlo.
Los días siguientes pasan entre entrevistas y visitas a radios y platós de televisión. En la rueda de prensa me saludan compañeros del oficio. Todos pertenecen al Colectivo de Canción Social y Urbana, junto con muchos otros jóvenes, como también Ferreira, que apuesta por una canción de autor que apela a la palabra y la poesía, que se compromete con la realidad, en un país en el que apenas hay plataformas de difusión y distribución para este género. Allí están Aldo Mesa, uruguayo afincado en Paraguay con el que compartiré escenario en Asunción y Víctor Riveros al que tuve la oportunidad de escuchar en anteriores ocasiones cantar preciosas canciones en guaraní.
El guaraní es un idioma extraño y maravilloso. Lleno de matices que gente como yo nunca percibiremos. La lengua de los pueblos originarios ha permeado en toda la sociedad paraguaya convirtiéndose en seña de identidad y en idioma oficial del país. Alternan en sus frases vocablos en castellano y guaraní con total naturalidad. Les puedes escuchar reír a carcajadas con un chiste contado en guaraní. Al explicarlo en castellano perderá toda la gracia. No hay un idioma mejor para insultar (me dicen en una de las maravillosas sobremesas de las que disfrutamos en nuestra estancia en Asunción) pero tampoco un idioma más dulce para seducir.
El día del concierto amaneció tranquilo y nos preparamos ansiosos para recibir a los nuevos visitantes de Peumayen. Mientras hacemos la prueba de sonido oímos la lluvia caer sobre el tejado del Centro de Eventos donde se va a realizar el concierto. La tromba va en aumento hasta convertirse en algo dramático. Se convierte en una terrible tormenta que asola la mitad de la capital. Cortes en las avenidas por árboles caídos sobre el asfalto, barrios enteros sin luz, riadas por las calles. Sólo cuando, después del concierto, observamos en la calle la dimensión de la catástrofe provocada por la lluvia somos conscientes de la heroicidad de toda la gente que acudió al concierto. Un hermoso concierto. Entre el calor y el vapor de la lluvia derramada, Peumayen parecía una lejana playa tropical en la que viejos piratas escondieron su tesoro, abierto durante el concierto para todos los presentes en una noche de risas, susurros, declaraciones de amor y canciones.
En la cena de despedida, con Hugo y amigos, hacemos repaso del concierto, me enseñan un guaraní que no sabré pronunciar y hablamos de política, de canciones pendientes y de futuros viajes. Hablamos como tantas veces de lo que debe ser el éxito y el fracaso. De cómo relativizarlo. Fracaso es no haberlo intentado. Por eso Hugo, gente como tú, como todo el Colectivo de la Canción social y urbana sois héroes caminando hacia un amanecer diferente. Nadie podrá llamarnos fracasados porque ninguno amó como nosotros. Y, de la misma forma, Paraguay despierta de su letargo y abandona su fracaso.
La ciudad nos recibió con su habitual bofetada de calor y humedad. Mientras las primeras maletas giraban huérfanas en la cinta pude intercambiar un saludo lejano con Hugo Ferreira que había venido a recibirnos con algunos amigos al aeropuerto en Paraguay.
Hugo es uno de los mejores cantautores de la nueva hornada (por hacer referencia a su juventud) que conozco. Como llamarlo fracaso, si nadie te ha querido como yo, dice en una de sus canciones. No sólo es su forma de entender el amor. También vive así su pasión por la música. Y casi todo. A parte, y no es extraña esta casualidad, es una gran persona. En sus pequeños ojos brilla toda la esencia y la esperanza de un país que vive un nuevo despertar. Así nos lo explica ya casi de madrugada cuando nos lleva hasta el hotel en su coche. Se vive una efervescencia desconocida en el país. Se habla de política como nunca. Después de 60 años de régimen de Partido Colorado (con el paréntesis de la dictadura de Stroessner) un político diferente se hace con el gobierno del país. Se trata de Fernando Lugo, un ex obispo católico que lidera un nuevo movimiento. Si bien es llevado al poder con una alianza algo exótica y multicolor (que engloba a casi todo el espectro político paraguayo excepto al Partido Colorado) su cercanía a la teología de la liberación, su alineación izquierdista (se ha declarado simpatizante del socialismo) han generado una gran expectativa entre una población necesitada de nuevos referentes y de alternativas a los modelos políticos vigentes hasta entonces en Paraguay. Todo un reto para un país extraño y fascinante, con una economía sumergida terrible y con el trauma histórico de ser un país masacrado por los vecinos tras la Guerra de la Triple Alianza.
En las portadas de los periódicos se sigue la noticia de los procesos abiertos a varios miembros del Partido Colorado por corrupción, por el uso de fondos públicos para campañas del partido.
Algo está cambiando me dice Huguito mientras conduce. Y sus pequeños ojos brillan con el color de su risa.
Asunción nos arropa en el calor tropical de su noche mientras Hugo me cuenta que está grabando nuevo disco. Conozco algunas canciones y estoy deseando escucharlo.
Los días siguientes pasan entre entrevistas y visitas a radios y platós de televisión. En la rueda de prensa me saludan compañeros del oficio. Todos pertenecen al Colectivo de Canción Social y Urbana, junto con muchos otros jóvenes, como también Ferreira, que apuesta por una canción de autor que apela a la palabra y la poesía, que se compromete con la realidad, en un país en el que apenas hay plataformas de difusión y distribución para este género. Allí están Aldo Mesa, uruguayo afincado en Paraguay con el que compartiré escenario en Asunción y Víctor Riveros al que tuve la oportunidad de escuchar en anteriores ocasiones cantar preciosas canciones en guaraní.
El guaraní es un idioma extraño y maravilloso. Lleno de matices que gente como yo nunca percibiremos. La lengua de los pueblos originarios ha permeado en toda la sociedad paraguaya convirtiéndose en seña de identidad y en idioma oficial del país. Alternan en sus frases vocablos en castellano y guaraní con total naturalidad. Les puedes escuchar reír a carcajadas con un chiste contado en guaraní. Al explicarlo en castellano perderá toda la gracia. No hay un idioma mejor para insultar (me dicen en una de las maravillosas sobremesas de las que disfrutamos en nuestra estancia en Asunción) pero tampoco un idioma más dulce para seducir.
El día del concierto amaneció tranquilo y nos preparamos ansiosos para recibir a los nuevos visitantes de Peumayen. Mientras hacemos la prueba de sonido oímos la lluvia caer sobre el tejado del Centro de Eventos donde se va a realizar el concierto. La tromba va en aumento hasta convertirse en algo dramático. Se convierte en una terrible tormenta que asola la mitad de la capital. Cortes en las avenidas por árboles caídos sobre el asfalto, barrios enteros sin luz, riadas por las calles. Sólo cuando, después del concierto, observamos en la calle la dimensión de la catástrofe provocada por la lluvia somos conscientes de la heroicidad de toda la gente que acudió al concierto. Un hermoso concierto. Entre el calor y el vapor de la lluvia derramada, Peumayen parecía una lejana playa tropical en la que viejos piratas escondieron su tesoro, abierto durante el concierto para todos los presentes en una noche de risas, susurros, declaraciones de amor y canciones.
En la cena de despedida, con Hugo y amigos, hacemos repaso del concierto, me enseñan un guaraní que no sabré pronunciar y hablamos de política, de canciones pendientes y de futuros viajes. Hablamos como tantas veces de lo que debe ser el éxito y el fracaso. De cómo relativizarlo. Fracaso es no haberlo intentado. Por eso Hugo, gente como tú, como todo el Colectivo de la Canción social y urbana sois héroes caminando hacia un amanecer diferente. Nadie podrá llamarnos fracasados porque ninguno amó como nosotros. Y, de la misma forma, Paraguay despierta de su letargo y abandona su fracaso.
viernes, 24 de octubre de 2008
Garúa
Para mi amigo Pascual
El cielo opaco de Lima despliega su manto de garúa sobre los recién llegados. La fortuna de cada viaje viene acompañada siempre por un rayo de nostalgia que atraviesa mis párpados cada vez que los cierro. Imagino como será todo lejos. En casa. Y veo a un niño riendo a carcajadas sobre una cama. Y el mundo extraño e impaciente esperando su mirada. Cuando yo regrese ese niño será otro pero ya me sé de memoria su olor y gesto inquieto.
En el salvapantallas de mis sueños aparece toda la gente a la que quiero. Y la melodía tarareada de las canciones que aún no he escrito toca mi piel como esta garúa indecisa, sin traspasar la ropa que me cubre pero avisando de que otras lluvias encharcarán mi habitación.
Ahora viene a mi mente el olor del campo en otoño. Los berrocales a lo lejos abrigados de encinas y el olor de las chimeneas recién encendidas. El rumor del bar de la aldea, entorno a las mesas, y, de fondo, el telefilme de la siesta. Envido. Quiero un envite.
Y en este día, color de ropa antigua, que diría el poeta peruano César Vallejo que puso la piedra blanca sobre la piedra negra, lejos de París y sin que alumbren el día aguaceros, muero un poco. Hay fracasos que nos muestran la medida de nuestra sombra, recortándose en el camino que dibujamos al salir de casa. En busca de un tesoro, o simplemente de tabaco.
Fumo un cigarrillo, ese de más, y vengo de responder a preguntas con poca convicción y pido disculpas por la osadía con que arrojo contra el micrófono palabras y deseos.
Llega el concierto y, como una flor que se abre, la música tiende sus estambres a un público que generoso canta y comparte el sueño que se posó en la ciudad portuaria que en estos días es mi vida. Durante el recital, al cerrar los párpados siguen atravesándome los recuerdos de mi gente como una saeta invisible y dolorosa. Pero ahora la nostalgia es alumbrada por los planes de futuro, la certeza de que en nuestras manos está abrir la cancela tras la que adivinamos la luz de otros amaneceres. El diálogo durante el concierto es un bálsamo porque saberse acompañado nos hace más fuertes en los momentos de adversidad. Agradezco infinitamente la noche compartida en Lima y nos despedimos sin hacer promesas vanas. Porque sé que volveremos.
Afuera la garúa insiste en llenarnos de melancolía. Pero esta noche recibimos nuestra dosis de analgesia a través de las canciones y la charla, que extendemos hasta la sobremesa, hasta tarde mientras en Madrid amanece.
Allá, al otro lado del océano, estarán bebiendo a sorbos la mañana junto con el café y el primer cigarrillo. Una alfombra de hojas secas se habrá extendido camino de la oficina. Y los plátanos desnudos de la calle enseñarán soberbios sus nudos como unas manos viejas abriéndose al cielo. Lima duerme y fumo otro cigarro, ese de más, mientras la garúa trata de meterse bajo mi ropa. Buenos amigos me acompañan. Los mejores. Y entre calada y calada se cuela la risa, haciéndose hueco entre el repaso de lo vivido. Nos despedimos y nos citamos temprano para viajar a Paraguay al día siguiente. Temprano. Demasiado. Sabrán soportar mi malhumor matinal como tantas veces.
La garúa sigue cayendo sobre Lima mientras, feliz por el concierto, me acuerdo de todos.
El cielo opaco de Lima despliega su manto de garúa sobre los recién llegados. La fortuna de cada viaje viene acompañada siempre por un rayo de nostalgia que atraviesa mis párpados cada vez que los cierro. Imagino como será todo lejos. En casa. Y veo a un niño riendo a carcajadas sobre una cama. Y el mundo extraño e impaciente esperando su mirada. Cuando yo regrese ese niño será otro pero ya me sé de memoria su olor y gesto inquieto.
En el salvapantallas de mis sueños aparece toda la gente a la que quiero. Y la melodía tarareada de las canciones que aún no he escrito toca mi piel como esta garúa indecisa, sin traspasar la ropa que me cubre pero avisando de que otras lluvias encharcarán mi habitación.
Ahora viene a mi mente el olor del campo en otoño. Los berrocales a lo lejos abrigados de encinas y el olor de las chimeneas recién encendidas. El rumor del bar de la aldea, entorno a las mesas, y, de fondo, el telefilme de la siesta. Envido. Quiero un envite.
Y en este día, color de ropa antigua, que diría el poeta peruano César Vallejo que puso la piedra blanca sobre la piedra negra, lejos de París y sin que alumbren el día aguaceros, muero un poco. Hay fracasos que nos muestran la medida de nuestra sombra, recortándose en el camino que dibujamos al salir de casa. En busca de un tesoro, o simplemente de tabaco.
Fumo un cigarrillo, ese de más, y vengo de responder a preguntas con poca convicción y pido disculpas por la osadía con que arrojo contra el micrófono palabras y deseos.
Llega el concierto y, como una flor que se abre, la música tiende sus estambres a un público que generoso canta y comparte el sueño que se posó en la ciudad portuaria que en estos días es mi vida. Durante el recital, al cerrar los párpados siguen atravesándome los recuerdos de mi gente como una saeta invisible y dolorosa. Pero ahora la nostalgia es alumbrada por los planes de futuro, la certeza de que en nuestras manos está abrir la cancela tras la que adivinamos la luz de otros amaneceres. El diálogo durante el concierto es un bálsamo porque saberse acompañado nos hace más fuertes en los momentos de adversidad. Agradezco infinitamente la noche compartida en Lima y nos despedimos sin hacer promesas vanas. Porque sé que volveremos.
Afuera la garúa insiste en llenarnos de melancolía. Pero esta noche recibimos nuestra dosis de analgesia a través de las canciones y la charla, que extendemos hasta la sobremesa, hasta tarde mientras en Madrid amanece.
Allá, al otro lado del océano, estarán bebiendo a sorbos la mañana junto con el café y el primer cigarrillo. Una alfombra de hojas secas se habrá extendido camino de la oficina. Y los plátanos desnudos de la calle enseñarán soberbios sus nudos como unas manos viejas abriéndose al cielo. Lima duerme y fumo otro cigarro, ese de más, mientras la garúa trata de meterse bajo mi ropa. Buenos amigos me acompañan. Los mejores. Y entre calada y calada se cuela la risa, haciéndose hueco entre el repaso de lo vivido. Nos despedimos y nos citamos temprano para viajar a Paraguay al día siguiente. Temprano. Demasiado. Sabrán soportar mi malhumor matinal como tantas veces.
La garúa sigue cayendo sobre Lima mientras, feliz por el concierto, me acuerdo de todos.
lunes, 20 de octubre de 2008
Una serpiente en el país de las rosas
Que nos acompañaba un polizón en nuestro viaje desde Guatemala a Ecuador no lo supimos hasta más tarde. Durante todo el tiempo hicimos nuestro trabajo como correspondía.
Nada más llegar a Quito empezamos las entrevistas. La tierra de Guayasamin nos recibía por tercera vez y los 2800 metros de altura se subían a nuestras espaldas en cada cuesta.
Mientras, ella, nuestra compañera de viaje clandestina, esperaba pacientemente a que llegara su turno y el día se escurría entre preguntas y reencuentros.
Al día siguiente, por la mañana, visitamos algunas radios y entonces ella hizo su aparición, mientras los muchachos montaban el decorado y sacaban de las bolsas el equipo que nos acompaña en la gira. Sobre el escenario, como en la aparición de un mago tras una tela que se deja caer, pero sin redobles ni cortina de humo, vieron a la serpiente. Hubo quien al principio quiso agarrarla como si se tratara de parte del atrezzo. Pero ella, soberbia y desconfiada, alzó su cabeza y amenazó al operario. Otros huyeron despavoridos, hubo quien se tocó el huevo izquierdo y quien mentó a algún santo. Hasta que finalmente el más valiente la metió en un tarro de cristal sin hacerle ningún daño.
La serpiente salió de sus aperos, decía la gente del teatro. Esa no es de aquí. Y ella miraba através del cristal enseñando lasciva su lengua temblorosa. No faltó quien vio en la extraña aparición el presagio de la mala suerte y aquello fue repetido la noche del concierto.
Por la tarde, tras terminar todas las entrevistas, fuimos al teatro para hacer la prueba de sonido. Allí nos encontramos con Juan José Vera con el que compartimos recital y con el que estuvimos haciendo repaso de los años vividos en la distancia. Vera es un gran cantautor ecuatoriano que estudia sin parar nuevas formas con las que acariciar las almas a través de su canto.
El concierto empezó y la calma llegó a Peumayen. Al principio tuvimos algunos problemas de sonido con el retorno de mis monitores. La sombra de la culebra sobrevolaba la tramoya pero no fue nada importante. Enseguida nuestro aguerrido equipo de técnicos lo solucionó y seguimos con el viaje que anunciaron con su canto las sirenas.
Y de repente, como un grito, como un relámpago, como un arañazo sobre la pizarra todo se hizo negrura. Un apagón nos dejó sin corriente eléctrica. Se hizo un murmullo. Vine del norte, decía la canción y en el sur se hizo la noche. Esperamos un instante sobre el escenario con nuestras guitarras marchitándose confiando en que pronto volviera la luz. Pero nada. Algunos imaginaban que la serpiente se sonreía en su jaula de cristal mientras nosotros desconcertados abandonábamos el escenario.
El tiempo pasaba y las llamadas a la compañía eléctrica no daban muchas esperanzas. Se ha ido la luz en todo el sector, en todo el barrio, me decía con gesto preocupado la gente del teatro.
Esperamos tejiendo como Penélope pero al igual que el dichoso Ulises la luz se demoraba en su regreso.
Tras un largo tiempo de incertidumbre y deliberaciones tomamos una decisión. Le pedí a Fredi que me acompañase y salimos alumbrados por linternas al escenario. Desenchufamos las guitarras y armados con ellas nos aproximamos todo lo que pudimos a las butacas donde el público esperaba paciente.
Pedimos silencio y sin amplificaciones ni luz cantamos todos juntos. Entonces se hizo la magia. La gente se sentó en el escenario en torno a nosotros. Otros se acercaron desde los asientos más alejados. Hubo quien trajo velas, otros nos ayudaban con sus teléfonos móviles. A media luz y acompañados por los susurros de los más entusiasmados hicimos repaso de algunas canciones, apelando a la complicidad de un público que nos iluminó con la llama de su generosidad.
Fue un momento inolvidable que nos brindó la oportunidad de disfrutar de unas cuantas canciones cantadas a voz viva, reflejadas en las miradas de los familiares y amigos, esta vez más que nunca, que nos acompañaron en nuestro concierto en Quito.
Tras unas cuantas canciones se hizo la luz y el atardecer en Peumayen fue más naranja que otras veces y volvimos a los micrófonos a ver desembarcar las canciones en nuestro puerto malherido. Y así pasó la noche.
Al terminar el concierto hubo quien dijo, la culpa es de la serpiente. Si hubiera sido así tendremos que agradecerle que colara su cuerpo escurridizo entre nuestras redes.
Quizá fue el viejo Kukulkán o Quetzalcóatl que se metió entre nuestras cosas para ofrecernos el privilegio de asistir al milagro de un concierto a la luz de las linternas. El caso es que al terminar el concierto, al volver a guardar las cosas para preparar el viaje hasta Perú, nuestro siguiente destino, hubo quien dijo que encontró en el fondo de las bolsas donde se embarcó nuestra extraña visitante un misterioso rastro de plumas.
Nada más llegar a Quito empezamos las entrevistas. La tierra de Guayasamin nos recibía por tercera vez y los 2800 metros de altura se subían a nuestras espaldas en cada cuesta.
Mientras, ella, nuestra compañera de viaje clandestina, esperaba pacientemente a que llegara su turno y el día se escurría entre preguntas y reencuentros.
Al día siguiente, por la mañana, visitamos algunas radios y entonces ella hizo su aparición, mientras los muchachos montaban el decorado y sacaban de las bolsas el equipo que nos acompaña en la gira. Sobre el escenario, como en la aparición de un mago tras una tela que se deja caer, pero sin redobles ni cortina de humo, vieron a la serpiente. Hubo quien al principio quiso agarrarla como si se tratara de parte del atrezzo. Pero ella, soberbia y desconfiada, alzó su cabeza y amenazó al operario. Otros huyeron despavoridos, hubo quien se tocó el huevo izquierdo y quien mentó a algún santo. Hasta que finalmente el más valiente la metió en un tarro de cristal sin hacerle ningún daño.
La serpiente salió de sus aperos, decía la gente del teatro. Esa no es de aquí. Y ella miraba através del cristal enseñando lasciva su lengua temblorosa. No faltó quien vio en la extraña aparición el presagio de la mala suerte y aquello fue repetido la noche del concierto.
Por la tarde, tras terminar todas las entrevistas, fuimos al teatro para hacer la prueba de sonido. Allí nos encontramos con Juan José Vera con el que compartimos recital y con el que estuvimos haciendo repaso de los años vividos en la distancia. Vera es un gran cantautor ecuatoriano que estudia sin parar nuevas formas con las que acariciar las almas a través de su canto.
El concierto empezó y la calma llegó a Peumayen. Al principio tuvimos algunos problemas de sonido con el retorno de mis monitores. La sombra de la culebra sobrevolaba la tramoya pero no fue nada importante. Enseguida nuestro aguerrido equipo de técnicos lo solucionó y seguimos con el viaje que anunciaron con su canto las sirenas.
Y de repente, como un grito, como un relámpago, como un arañazo sobre la pizarra todo se hizo negrura. Un apagón nos dejó sin corriente eléctrica. Se hizo un murmullo. Vine del norte, decía la canción y en el sur se hizo la noche. Esperamos un instante sobre el escenario con nuestras guitarras marchitándose confiando en que pronto volviera la luz. Pero nada. Algunos imaginaban que la serpiente se sonreía en su jaula de cristal mientras nosotros desconcertados abandonábamos el escenario.
El tiempo pasaba y las llamadas a la compañía eléctrica no daban muchas esperanzas. Se ha ido la luz en todo el sector, en todo el barrio, me decía con gesto preocupado la gente del teatro.
Esperamos tejiendo como Penélope pero al igual que el dichoso Ulises la luz se demoraba en su regreso.
Tras un largo tiempo de incertidumbre y deliberaciones tomamos una decisión. Le pedí a Fredi que me acompañase y salimos alumbrados por linternas al escenario. Desenchufamos las guitarras y armados con ellas nos aproximamos todo lo que pudimos a las butacas donde el público esperaba paciente.
Pedimos silencio y sin amplificaciones ni luz cantamos todos juntos. Entonces se hizo la magia. La gente se sentó en el escenario en torno a nosotros. Otros se acercaron desde los asientos más alejados. Hubo quien trajo velas, otros nos ayudaban con sus teléfonos móviles. A media luz y acompañados por los susurros de los más entusiasmados hicimos repaso de algunas canciones, apelando a la complicidad de un público que nos iluminó con la llama de su generosidad.
Fue un momento inolvidable que nos brindó la oportunidad de disfrutar de unas cuantas canciones cantadas a voz viva, reflejadas en las miradas de los familiares y amigos, esta vez más que nunca, que nos acompañaron en nuestro concierto en Quito.
Tras unas cuantas canciones se hizo la luz y el atardecer en Peumayen fue más naranja que otras veces y volvimos a los micrófonos a ver desembarcar las canciones en nuestro puerto malherido. Y así pasó la noche.
Al terminar el concierto hubo quien dijo, la culpa es de la serpiente. Si hubiera sido así tendremos que agradecerle que colara su cuerpo escurridizo entre nuestras redes.
Quizá fue el viejo Kukulkán o Quetzalcóatl que se metió entre nuestras cosas para ofrecernos el privilegio de asistir al milagro de un concierto a la luz de las linternas. El caso es que al terminar el concierto, al volver a guardar las cosas para preparar el viaje hasta Perú, nuestro siguiente destino, hubo quien dijo que encontró en el fondo de las bolsas donde se embarcó nuestra extraña visitante un misterioso rastro de plumas.
jueves, 16 de octubre de 2008
Lo que sostiene la vida
En la mirada del joven policía militar que custodia la puerta del hotel hay más sueño que fiereza pero su presencia no deja de ser inquietante para mí. Apuro el primer cigarro de la mañana (sí, ya sé que no debería fumar tan temprano) mientras veo como acuden varios militares con sus casacas verdes cargadas de medallas y galones al hotel que abandonamos tras varios días de estancia en Guatemala. En la entrada un cartel avisa de la celebración de un congreso de medicina militar. La presencia de tanta gente vestida de caqui me resulta incómoda, en un país cuya historia está marcada por los abusos de un ejército que golpeó de forma cruel a la población civil durante tantos años de guerra, que pisoteó sistemáticamente los derechos de sus compatriotas, que despreció la democracia imponiendo años de guerra y dictadura.
Nuestra primera visita a Guatemala ha sido intensa. Nada más llegar nos reunimos con gente de Oxfam Internacional. Nos quieren proponer participar en una campaña de agricultura que se lanzará dentro de poco. Nos hablan de la situación que vive el campo guatemalteco, de la precariedad en que viven los pequeños/as campensinos/as, de cómo la carestía de los precios de los alimentos se ceba en ellos, de su desamparo, de los abusos de los finqueros que les expropian y les acorralan (el 5% de la población es propietaria del 80% de la tierra), de cómo el cultivo de palma africana va comiendo terreno a sus cultivos tradicionales de maíz, de grano básico, del desamparo absoluto en el que viven, de la necesidad de que el estado intervenga, de la distancia entre la ciudad y el campo, que va más allá de la geográfica.
Me dan algunos datos:
-El sector de la agricultura en Guatemala aporta el 25% de su PIB
-El 60% de la población vive en el área rural, donde existe un alto grado de concentración de la pobreza
-El sector agrícola guatemalteco aglutina el 36% del empleo y genera 27% de las divisas en concepto de exportaciones.
-El 50% de los municipios del país no logran satisfacer su demanda interna de maíz para alimentación humana. La mayoría de estos municipios son los que sufren desnutrición y pobreza extrema.
Sin embargo a pesar de la aportación innegable que el campo hace a la economía del país hay quien lo ve como un lastre para su progreso y desarrollo. Nada más lejos de la realidad según las cifras que me han dado. Hay que revalorizar el campo, me dicen. Y pedir al Estado que intervenga y ayude al pequeño campesinado, que defina políticas que garanticen la asistencia técnica y los créditos, que invierta en sistemas de regularización de precios ante la terrible alza de la canasta básica.
Me proponen realizar un encuentro en sus oficinas con portavoces de organizaciones campesinas al día siguiente, para que nos cuenten de primera mano cuales son sus problemas, aquellos a los que se enfrentan diariamente. Allí estaremos.
Al día siguiente por la mañana, rueda de prensa. Hablamos de música, del concierto que daremos y de la campaña de agricultura. De allí partimos hacia la reunión en las oficinas de Oxfam.
Tras un recorrido por las instalaciones y después de saludar a la gente que allí trabaja nos dirigimos a una sala donde nos encontramos con varias personas en torno a una mesa, que representan a algunas organizaciones campesinas. Nos vamos presentando uno a uno, una a una. Casi todas son mujeres. La campaña de Oxfam quiere hacer hincapié en la especial dificultad que sufre la mujer en el contexto de pobreza del medio rural.
Una a una nos explican a qué organización representan y en qué regiones trabajan. Un sentimiento de culpa me traspasa el alma cuando descubro las distancias que han recorrido para reunirse con nosotros y hacernos participes de sus problemas.
Una mujer empieza a hablar y nos cuenta que forma parte de una de las comunidades que se vio desplazada a México por la guerra en el país. Nos habla de la situación de acorralamiento permanente en que viven tras volver a su tierra. Una mujer menuda, vestida con sus colores tradicionales, conversa con una niña entre los brazos. Nos cuenta su lucha mientras la criatura sonríe y juega con el mapa que hay sobre la mesa. Muchas de esas mujeres fueron esa niña y se formaron en reuniones como esa. Escuchando a sus padres hablar de las dificultades a que les someten los finqueros tal y como ellas nos cuentan ahora. Su batalla es la misma que la de sus ancestros.
Otra mujer nos habla de cómo las grandes fincas empobrecen las tierras con sus cultivos y sus abonos químicos, contagiando a sus pequeñas parcelas vecinas donde practican cultivos tradicionales, otra de cómo desvían el curso de las cuencas para regar las grandes propiedades dejando sin agua las tierras de mayas y campesinos, condenando a la inundación a las poblaciones por las que pasan los nuevos ríos artificiales cuando el agua, terca, busca el regreso a su camino natural.
Un hombre nos habla del desamparo en el que se vive, de la necesidad de una unidad, de la dignidad de su trabajo y de la ausencia de respuestas por parte de las instancias políticas y jurídicas.
Allá donde ellos labran el surco el Estado no llega. La poca ayuda que recibían ha sido desmantelada sistemáticamente por ajustes estructurales impulsados desde la OMC y por la implementación del Tratado de Libre Comercio.
Reflexionamos sobre el papel del Estado y me pregunto: ¿si nos parece legítimo y digno de elogio que el Estado intervenga, con el dinero de los contribuyentes, para salvar el sistema financiero y bancario hasta el punto de nacionalizar bancos y empresas privadas en gran parte responsables del desastre, por qué no ha de serlo también que intervenga cuando el sector agrícola de los pequeños/as campesinos/as lo necesita, más aún cuando se demuestra que el mercado desregularizado, que las experiencias que hasta ahora dirigieron su rumbo, conducen al desastre, al imperio de la ley de la codicia, al abandono de las necesidades de la gente, a la renuncia en este caso de la soberanía y la seguridad alimentaria?
Trato de escuchar y de nuevo la culpa me traspasa acompañada de impotencia. Les agradezco su atención y les prometo trasladar a los medios de comunicación la campaña en la que trabajan esperanzados.
Después de la reunión vemos caer la noche en Antigua. Los volcanes vigilan la puesta de sol y paseamos por sus calles adoquinadas y sus casas coloniales mientras las viejas iglesias ven ensombrecer sus fachadas que van devorando a los últimos fieles. La hermosa ciudad de Antigua es una burbuja en la que la calma te acompaña hasta la puerta del café donde estudiantes y turistas disfrutan de la charla despreocupada, hasta los mercados donde brillan los colores de las mantas y los bordados mayas a la espera de una caricia extranjera.
Al día siguiente realizamos nuestro primer concierto en Guatemala. Con los nervios inevitables de las primeras citas salimos al encuentro de nuevos amigos en un nuevo Peumayen. El entusiasmo del público nos desborda. Cantamos canciones hasta que la noche cae en nuestra ciudad soñada como lo hizo en Antigua. Una gran jornada. Nuevos viejos amigos.
Apago mi cigarro mientras el policía mira aburrido el pasar de los coches con su arma entre las manos y hago repaso de lo vivido.
El maíz es el alimento base de los pueblos maya. Los científicos europeos lo bautizaron como Zea Mays. Zeo en griego quiere decir vivir. Mays proviene del vocablo mahís que en la legua taína del Caribe quiere decir “el que sostiene la vida”. Cientos de años después, las cosas, a veces, no parecen haber cambiado tanto.
Dicen que el calendario maya marca el final de una era en diciembre del 2012. Entonces comenzará un nuevo ciclo. Quizás entonces las cosas cambien. Quizá se trate de una nueva era en la que los pueblos originarios sean escuchados. Quizá entonces impregnen de su sabiduría nuestro rumbo, y el equilibrio entre el progreso y el respeto a la tierra en la que vivimos llegue a ser entendido como prioridad necesaria.
Dejamos Guatemala atrás. Salimos muy temprano para Ecuador donde prosigue nuestra gira. Encantado de conocerte Guatemala. Gracias por todo y hasta pronto.
Nuestra primera visita a Guatemala ha sido intensa. Nada más llegar nos reunimos con gente de Oxfam Internacional. Nos quieren proponer participar en una campaña de agricultura que se lanzará dentro de poco. Nos hablan de la situación que vive el campo guatemalteco, de la precariedad en que viven los pequeños/as campensinos/as, de cómo la carestía de los precios de los alimentos se ceba en ellos, de su desamparo, de los abusos de los finqueros que les expropian y les acorralan (el 5% de la población es propietaria del 80% de la tierra), de cómo el cultivo de palma africana va comiendo terreno a sus cultivos tradicionales de maíz, de grano básico, del desamparo absoluto en el que viven, de la necesidad de que el estado intervenga, de la distancia entre la ciudad y el campo, que va más allá de la geográfica.
Me dan algunos datos:
-El sector de la agricultura en Guatemala aporta el 25% de su PIB
-El 60% de la población vive en el área rural, donde existe un alto grado de concentración de la pobreza
-El sector agrícola guatemalteco aglutina el 36% del empleo y genera 27% de las divisas en concepto de exportaciones.
-El 50% de los municipios del país no logran satisfacer su demanda interna de maíz para alimentación humana. La mayoría de estos municipios son los que sufren desnutrición y pobreza extrema.
Sin embargo a pesar de la aportación innegable que el campo hace a la economía del país hay quien lo ve como un lastre para su progreso y desarrollo. Nada más lejos de la realidad según las cifras que me han dado. Hay que revalorizar el campo, me dicen. Y pedir al Estado que intervenga y ayude al pequeño campesinado, que defina políticas que garanticen la asistencia técnica y los créditos, que invierta en sistemas de regularización de precios ante la terrible alza de la canasta básica.
Me proponen realizar un encuentro en sus oficinas con portavoces de organizaciones campesinas al día siguiente, para que nos cuenten de primera mano cuales son sus problemas, aquellos a los que se enfrentan diariamente. Allí estaremos.
Al día siguiente por la mañana, rueda de prensa. Hablamos de música, del concierto que daremos y de la campaña de agricultura. De allí partimos hacia la reunión en las oficinas de Oxfam.
Tras un recorrido por las instalaciones y después de saludar a la gente que allí trabaja nos dirigimos a una sala donde nos encontramos con varias personas en torno a una mesa, que representan a algunas organizaciones campesinas. Nos vamos presentando uno a uno, una a una. Casi todas son mujeres. La campaña de Oxfam quiere hacer hincapié en la especial dificultad que sufre la mujer en el contexto de pobreza del medio rural.
Una a una nos explican a qué organización representan y en qué regiones trabajan. Un sentimiento de culpa me traspasa el alma cuando descubro las distancias que han recorrido para reunirse con nosotros y hacernos participes de sus problemas.
Una mujer empieza a hablar y nos cuenta que forma parte de una de las comunidades que se vio desplazada a México por la guerra en el país. Nos habla de la situación de acorralamiento permanente en que viven tras volver a su tierra. Una mujer menuda, vestida con sus colores tradicionales, conversa con una niña entre los brazos. Nos cuenta su lucha mientras la criatura sonríe y juega con el mapa que hay sobre la mesa. Muchas de esas mujeres fueron esa niña y se formaron en reuniones como esa. Escuchando a sus padres hablar de las dificultades a que les someten los finqueros tal y como ellas nos cuentan ahora. Su batalla es la misma que la de sus ancestros.
Otra mujer nos habla de cómo las grandes fincas empobrecen las tierras con sus cultivos y sus abonos químicos, contagiando a sus pequeñas parcelas vecinas donde practican cultivos tradicionales, otra de cómo desvían el curso de las cuencas para regar las grandes propiedades dejando sin agua las tierras de mayas y campesinos, condenando a la inundación a las poblaciones por las que pasan los nuevos ríos artificiales cuando el agua, terca, busca el regreso a su camino natural.
Un hombre nos habla del desamparo en el que se vive, de la necesidad de una unidad, de la dignidad de su trabajo y de la ausencia de respuestas por parte de las instancias políticas y jurídicas.
Allá donde ellos labran el surco el Estado no llega. La poca ayuda que recibían ha sido desmantelada sistemáticamente por ajustes estructurales impulsados desde la OMC y por la implementación del Tratado de Libre Comercio.
Reflexionamos sobre el papel del Estado y me pregunto: ¿si nos parece legítimo y digno de elogio que el Estado intervenga, con el dinero de los contribuyentes, para salvar el sistema financiero y bancario hasta el punto de nacionalizar bancos y empresas privadas en gran parte responsables del desastre, por qué no ha de serlo también que intervenga cuando el sector agrícola de los pequeños/as campesinos/as lo necesita, más aún cuando se demuestra que el mercado desregularizado, que las experiencias que hasta ahora dirigieron su rumbo, conducen al desastre, al imperio de la ley de la codicia, al abandono de las necesidades de la gente, a la renuncia en este caso de la soberanía y la seguridad alimentaria?
Trato de escuchar y de nuevo la culpa me traspasa acompañada de impotencia. Les agradezco su atención y les prometo trasladar a los medios de comunicación la campaña en la que trabajan esperanzados.
Después de la reunión vemos caer la noche en Antigua. Los volcanes vigilan la puesta de sol y paseamos por sus calles adoquinadas y sus casas coloniales mientras las viejas iglesias ven ensombrecer sus fachadas que van devorando a los últimos fieles. La hermosa ciudad de Antigua es una burbuja en la que la calma te acompaña hasta la puerta del café donde estudiantes y turistas disfrutan de la charla despreocupada, hasta los mercados donde brillan los colores de las mantas y los bordados mayas a la espera de una caricia extranjera.
Al día siguiente realizamos nuestro primer concierto en Guatemala. Con los nervios inevitables de las primeras citas salimos al encuentro de nuevos amigos en un nuevo Peumayen. El entusiasmo del público nos desborda. Cantamos canciones hasta que la noche cae en nuestra ciudad soñada como lo hizo en Antigua. Una gran jornada. Nuevos viejos amigos.
Apago mi cigarro mientras el policía mira aburrido el pasar de los coches con su arma entre las manos y hago repaso de lo vivido.
El maíz es el alimento base de los pueblos maya. Los científicos europeos lo bautizaron como Zea Mays. Zeo en griego quiere decir vivir. Mays proviene del vocablo mahís que en la legua taína del Caribe quiere decir “el que sostiene la vida”. Cientos de años después, las cosas, a veces, no parecen haber cambiado tanto.
Dicen que el calendario maya marca el final de una era en diciembre del 2012. Entonces comenzará un nuevo ciclo. Quizás entonces las cosas cambien. Quizá se trate de una nueva era en la que los pueblos originarios sean escuchados. Quizá entonces impregnen de su sabiduría nuestro rumbo, y el equilibrio entre el progreso y el respeto a la tierra en la que vivimos llegue a ser entendido como prioridad necesaria.
Dejamos Guatemala atrás. Salimos muy temprano para Ecuador donde prosigue nuestra gira. Encantado de conocerte Guatemala. Gracias por todo y hasta pronto.
domingo, 12 de octubre de 2008
México
Echo un último vistazo al Teatro de la Ciudad de México. Las butacas están vacías y los trabajadores y técnicos desmontan el escenario. El eco de viejas canciones recorre las plateas y las galerías como un fantasma. Hoy fue una noche hermosa. La gente fue muy generosa con nosotros. Ojalá regresemos pronto.
Lo cierto es que no tuvimos apenas tiempo libre en esta visita. Al llegar, DF nos recibió con su eterna maraña de coches, humo y gente. Entrevistas, visitas a viejos amigos en platós de televisión (estuvimos con Mexicanto en su programa el Tímpano), ruedas de prensa. Quizá una parada para tomar unos tacos en El Califa, o pasearnos entre los libros del Péndulo donde alguna vez estuvimos cantando. Y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la carretera camino a Puebla para dar nuestro primer concierto.
Puebla es una ciudad muy bonita. Tocamos en un teatro maravilloso. ¡El más antiguo de Latinoamérica!, nos decían con orgullo los poblanos. Allí se celebraban hasta corridas de toros antes de que lo techasen y lo convirtiesen en auditorio. Cientos de años sosteniendo las paredes que nos cobijaron para desplegar los sueños que tuvimos despiertos. Mientras tomamos un café se acerca un amigo para saludarnos y me ofrece un folio en el que me sugieren una alternativa para Papá cuéntame otra vez:
“Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo marchaste ayer y ocupaste Tlatelolco
la tarde del 2 de octubre en aquel sesenta y ocho.”
Al día siguiente tras una serie de entrevistas por teléfono con Ecuador podemos pasear un poco. Por el Barrio de los Artistas, entre las casas de colores, en los mercados donde estalla el arco iris de esta tierra poblana. Cenamos en un restaurante de la Plaza, junto a la catedral y hacemos repaso de las huidas pendientes, de algunos dolores y de los planes que sirven como analgesia.
Al otro día, camino del aeropuerto, a lo lejos, en Cholula, nos saluda majestuosa una gran pirámide coronada por una iglesia. Partimos para Guadalajara, tierra de mariachis y tequila.
El teatro de Guadalajara nos ofrece su calor para el nuevo concierto. La gente canta con nosotros. Agradezco ver sus caras, la cercanía de una gente que nos ofrece la posibilidad de cantar nuestros sueños en un ambiente de complicidad total, casi familiar. Hay gente que ha venido de Aguascalientes, hasta de Tijuana y agradezco infinitamente que emprendieran con nosotros este viaje hasta Peumayen.
Ahora toca ir al DF. Apenas tenemos tiempo de pasar por el hotel. El Teatro de la Ciudad, situado en el Centro Histórico, es un viejo amigo. En su madera se ha impregnado el olor de muchas canciones que nos han hecho sentirnos acompañados.
Disfrutamos mucho del concierto. Y tras la última canción nos acompaña esa antigua conocida, la tristeza que sobreviene tras el parto. La magia que trajeron consigo los asistentes se cuelga de nuestras guitarras haciéndonos prometer un próximo viaje de vuelta.
Ernesto, de Procanto, que nos ayuda con la producción de los conciertos, me regala un disco de Oscar Chávez cantando canciones de la Guerra Civil española y un DVD hecho por la UNAM sobre el trágico 2 de octubre del 68. En este mes Tlatelolco es un recuerdo permanente.
Antes habíamos tenido la oportunidad de charlar con él sobre la crisis que zarandea al planeta. Me cuenta que las remesas de dinero que los emigrantes que viven en EEUU mandan al país van descendiendo de forma estrepitosa mes tras mes. Y es algo terrible para un país en el que una de las principales fuente de ingresos son las divisas mandadas desde el extranjero. Se especula con que dos millones de emigrantes pueden volver a México.
Emigrantes. Uno de los sectores de la sociedad en los que más se cebará la crisis. El crash bursátil acapara las portadas de los periódicos pero si revisamos su interior encontramos siempre noticias que retratan la situación dramática que están viviendo los emigrantes. Mi padre habla de ello en su blog: al parecer en España ya no los necesitamos. Leo en El País como algunas ONG denuncian el acorralamiento que muchos emigrantes padecen por bancos que exigen el pago de deudas millonarias ante las hipotecas concedidas. Los animaron a avalarse unos a otros, les dieron dinero prestado con altos intereses sabiendo que apenas llegaban con sus sueldos a cubrir las mensualidades.
En estos días de incertidumbre el planeta se enfrenta a la encrucijada de cambiar de modelo ante la caída de un viejo muro que decían invulnerable. La desregularización hizo que el sistema financiero, en su locura de codicia y rentabilidad inmediata, se comportara como un pirómano al que se regala queroseno y cerillas por su cumpleaños. La mano invisible no intervino para frenar a un mercado que actuó sin control alguno imponiendo sus leyes de espaldas a las necesidades de la gente. Además no era tan invisible. Ahora el Estado debe actuar.
El teatro vacío me despide con su rumor de fantasmas arrastrando canciones. Afuera los mariachis, en la calle que conduce a Garibaldi, ofrecen canciones para ayudarnos a caminar. En Wall Street alguno quiere cantar aquello de …pero sigo siendo el rey… pero lo cierto es que suena aquello del mariachi loco.
Nos marchamos con infinito agradecimiento.
Hasta pronto, México querido.
Lo cierto es que no tuvimos apenas tiempo libre en esta visita. Al llegar, DF nos recibió con su eterna maraña de coches, humo y gente. Entrevistas, visitas a viejos amigos en platós de televisión (estuvimos con Mexicanto en su programa el Tímpano), ruedas de prensa. Quizá una parada para tomar unos tacos en El Califa, o pasearnos entre los libros del Péndulo donde alguna vez estuvimos cantando. Y cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la carretera camino a Puebla para dar nuestro primer concierto.
Puebla es una ciudad muy bonita. Tocamos en un teatro maravilloso. ¡El más antiguo de Latinoamérica!, nos decían con orgullo los poblanos. Allí se celebraban hasta corridas de toros antes de que lo techasen y lo convirtiesen en auditorio. Cientos de años sosteniendo las paredes que nos cobijaron para desplegar los sueños que tuvimos despiertos. Mientras tomamos un café se acerca un amigo para saludarnos y me ofrece un folio en el que me sugieren una alternativa para Papá cuéntame otra vez:
“Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis
estropeando la vejez a oxidados dictadores,
y cómo marchaste ayer y ocupaste Tlatelolco
la tarde del 2 de octubre en aquel sesenta y ocho.”
Al día siguiente tras una serie de entrevistas por teléfono con Ecuador podemos pasear un poco. Por el Barrio de los Artistas, entre las casas de colores, en los mercados donde estalla el arco iris de esta tierra poblana. Cenamos en un restaurante de la Plaza, junto a la catedral y hacemos repaso de las huidas pendientes, de algunos dolores y de los planes que sirven como analgesia.
Al otro día, camino del aeropuerto, a lo lejos, en Cholula, nos saluda majestuosa una gran pirámide coronada por una iglesia. Partimos para Guadalajara, tierra de mariachis y tequila.
El teatro de Guadalajara nos ofrece su calor para el nuevo concierto. La gente canta con nosotros. Agradezco ver sus caras, la cercanía de una gente que nos ofrece la posibilidad de cantar nuestros sueños en un ambiente de complicidad total, casi familiar. Hay gente que ha venido de Aguascalientes, hasta de Tijuana y agradezco infinitamente que emprendieran con nosotros este viaje hasta Peumayen.
Ahora toca ir al DF. Apenas tenemos tiempo de pasar por el hotel. El Teatro de la Ciudad, situado en el Centro Histórico, es un viejo amigo. En su madera se ha impregnado el olor de muchas canciones que nos han hecho sentirnos acompañados.
Disfrutamos mucho del concierto. Y tras la última canción nos acompaña esa antigua conocida, la tristeza que sobreviene tras el parto. La magia que trajeron consigo los asistentes se cuelga de nuestras guitarras haciéndonos prometer un próximo viaje de vuelta.
Ernesto, de Procanto, que nos ayuda con la producción de los conciertos, me regala un disco de Oscar Chávez cantando canciones de la Guerra Civil española y un DVD hecho por la UNAM sobre el trágico 2 de octubre del 68. En este mes Tlatelolco es un recuerdo permanente.
Antes habíamos tenido la oportunidad de charlar con él sobre la crisis que zarandea al planeta. Me cuenta que las remesas de dinero que los emigrantes que viven en EEUU mandan al país van descendiendo de forma estrepitosa mes tras mes. Y es algo terrible para un país en el que una de las principales fuente de ingresos son las divisas mandadas desde el extranjero. Se especula con que dos millones de emigrantes pueden volver a México.
Emigrantes. Uno de los sectores de la sociedad en los que más se cebará la crisis. El crash bursátil acapara las portadas de los periódicos pero si revisamos su interior encontramos siempre noticias que retratan la situación dramática que están viviendo los emigrantes. Mi padre habla de ello en su blog: al parecer en España ya no los necesitamos. Leo en El País como algunas ONG denuncian el acorralamiento que muchos emigrantes padecen por bancos que exigen el pago de deudas millonarias ante las hipotecas concedidas. Los animaron a avalarse unos a otros, les dieron dinero prestado con altos intereses sabiendo que apenas llegaban con sus sueldos a cubrir las mensualidades.
En estos días de incertidumbre el planeta se enfrenta a la encrucijada de cambiar de modelo ante la caída de un viejo muro que decían invulnerable. La desregularización hizo que el sistema financiero, en su locura de codicia y rentabilidad inmediata, se comportara como un pirómano al que se regala queroseno y cerillas por su cumpleaños. La mano invisible no intervino para frenar a un mercado que actuó sin control alguno imponiendo sus leyes de espaldas a las necesidades de la gente. Además no era tan invisible. Ahora el Estado debe actuar.
El teatro vacío me despide con su rumor de fantasmas arrastrando canciones. Afuera los mariachis, en la calle que conduce a Garibaldi, ofrecen canciones para ayudarnos a caminar. En Wall Street alguno quiere cantar aquello de …pero sigo siendo el rey… pero lo cierto es que suena aquello del mariachi loco.
Nos marchamos con infinito agradecimiento.
Hasta pronto, México querido.
domingo, 5 de octubre de 2008
Pura vida
Terminaron los conciertos en Costa Rica. La lluvia cayó sobre el teatro y la gente derramó sobre nosotros su calor con generosidad. Nuevos agradecimientos. Y nuevos amigos.
Tuve la oportunidad de conocer al cantautor Esteban Monge con el que compartí escenario los dos días. Estuvimos hablando de la lucha cotidiana en el oficio, de la música y de Costa Rica. De la batalla desigual en el referéndum del Tratado de Libre Comercio, de cómo la gente salió a la calle, de cómo David perdió por décimas esta batalla contra Goliat. Del desmantelamiento del Estado sufrido por el país en los últimos tiempos. Y de cómo la lucha no acabó con el referéndum. De cómo se debaten ahora las leyes que el TLC exige ratificar para su implantación.
La palabra ahora la tienen las comunidades de pueblos originarios. Ellos han de decidir sobre una de las leyes cruciales, aquellas que tratan sobre propiedad intelectual y materia ambiental, que afectan al derecho sobre el conocimiento tradicional de dichas comunidades en lo que respecta a la biodiversidad costarricense. Los pueblos indígenas han de ser consultados para la aprobación de dichas leyes. Las autoridades de Costa Rica ya han pedido una prorroga a EEUU para la aprobación del tratado. No se han perdido todas las batallas.
A pesar del desánimo que provocó el resultado del referéndum en Esteban, la sonrisa no se le cae de la cara. Sabe que no está todo perdido. Por eso empuña la guitarra convencido de que la poesía es arma cargada de futuro.
En el tejado del Teatro Melico Salazar el cielo derrama su manto de vida. Una pareja, fuera, se refugia bajo un mismo paraguas. El tipo parece agradecer la lluvia implacable que cae sobre la ciudad cuando ella le pasa el brazo por la cintura.
La madre tierra bebe a sorbos el agua derramada pero no siempre da abasto y los ríos arrastran a su paso casas y vida. La Pachamama no puede con toda la lluvia. Pero a cambio ofrece a Costa Rica la posibilidad de cambiar su destino. Hasta siempre, Costa Rica. Pura vida.
Tuve la oportunidad de conocer al cantautor Esteban Monge con el que compartí escenario los dos días. Estuvimos hablando de la lucha cotidiana en el oficio, de la música y de Costa Rica. De la batalla desigual en el referéndum del Tratado de Libre Comercio, de cómo la gente salió a la calle, de cómo David perdió por décimas esta batalla contra Goliat. Del desmantelamiento del Estado sufrido por el país en los últimos tiempos. Y de cómo la lucha no acabó con el referéndum. De cómo se debaten ahora las leyes que el TLC exige ratificar para su implantación.
La palabra ahora la tienen las comunidades de pueblos originarios. Ellos han de decidir sobre una de las leyes cruciales, aquellas que tratan sobre propiedad intelectual y materia ambiental, que afectan al derecho sobre el conocimiento tradicional de dichas comunidades en lo que respecta a la biodiversidad costarricense. Los pueblos indígenas han de ser consultados para la aprobación de dichas leyes. Las autoridades de Costa Rica ya han pedido una prorroga a EEUU para la aprobación del tratado. No se han perdido todas las batallas.
A pesar del desánimo que provocó el resultado del referéndum en Esteban, la sonrisa no se le cae de la cara. Sabe que no está todo perdido. Por eso empuña la guitarra convencido de que la poesía es arma cargada de futuro.
En el tejado del Teatro Melico Salazar el cielo derrama su manto de vida. Una pareja, fuera, se refugia bajo un mismo paraguas. El tipo parece agradecer la lluvia implacable que cae sobre la ciudad cuando ella le pasa el brazo por la cintura.
La madre tierra bebe a sorbos el agua derramada pero no siempre da abasto y los ríos arrastran a su paso casas y vida. La Pachamama no puede con toda la lluvia. Pero a cambio ofrece a Costa Rica la posibilidad de cambiar su destino. Hasta siempre, Costa Rica. Pura vida.
jueves, 2 de octubre de 2008
Tlatelolco
Se cumple el cuarenta aniversario de la masacre de Tlatelolco. Entre doscientas y trescientas personas fueron asesinadas en la Plaza de Las Tres Culturas. La mayoría eran jóvenes. Y siguen sin ser depuradas las responsabilidades.
Ahora que se celebran los aniversarios de aquellos años intensos y muy a menudo dramáticos se revisa el protagonismo de los jóvenes de aquella época. Aquellos jóvenes de los que habla la canción Papá cuéntame otra vez, aquellos que buscaban los adoquines bajo la playa, que, siendo realistas, pedían lo imposible.
Cuando hoy en día se habla de la juventud actual la definen como una generación acomodaticia e indiferente ante lo que ocurre a su alrededor. Pero la realidad es otra. Esa generación padece las peores consecuencias de una globalización despiadada, del desamparo que imponen los tiempos, de la precariedad que, como una espada de Damocles, pende sobre sus cabezas en todos los ámbitos de la vida.
La precariedad en lo laboral se ceba en ellos, retrasando la edad de emancipación, haciendo que disminuya la calidad de sus condiciones laborales, desincronizándolos de todo, corroyendo su carácter. Las universidades especializan cada vez más la formación y se ponen al servicio del mercado y no de la sociedad civil dejando de ser foro de debate. Se enseñan las respuestas precisas pero no se ejercita la capacidad para interrogarse.
Habla Joe Bageant en sus Crónicas de la América profunda de los jóvenes americanos sin alternativas ni futuro como aquella soldado de las fotos de Abu Ghraib, Lynndie England, como tantos otros que huyendo de lugares deprimidos económicamente se enrolan en el ejercito, condenados a ser carne de cañón desde muy pronto. Jóvenes a los que el futuro les dio la espalda, a los que la vida tuvo el mal gusto de enseñarles el dedo corazón desde adolescentes. Difícil explicarle a Lynndie que significa buscar la arena de playa bajo los adoquines.
Sin embargo, más allá del desánimo, muy a menudo los que están en primera línea de fuego son los jóvenes.
Cuando uno visita a las Madres de la Plaza de mayo siempre encuentra a hijos de desaparecidos acompañando en su batalla a estas venerables luchadoras. A gente muy joven tratando de contagiarse de la juventud arrebatadora de mujeres que ejemplifican la dignidad latinoamericana. Eran muy jóvenes los voluntarios que conocimos en Buenos Aires colaborando con la fundación Pelota de Trapo, trabajando en programas de formación e integración con niños y jóvenes viviendo en la pobreza y el abandono más absoluto. Gente muy joven era la que aquí en Costa Rica cuestionaba la necesidad de un Tratado de Libre Comercio que liberalizaba los mercados desamparando la economía local ante el mastodonte norteamericano. Gente que trabaja en radios universitarias como las que hoy compartieron conmigo diálogo y reflexiones.
Quizá debiéramos cuestionar qué sociedad estamos construyendo que le niega el protagonismo a tanta gente joven capaz de trabajar desinteresadamente por el bien común, capaz de tener una mirada de futuro a largo plazo, de ejercer su responsabilidad a la hora de transformar la realidad.
Como tantos jóvenes que hace cuarenta años taparon la Plaza de Tlatelolco en México, que fueron masacrados con la complicidad del gobierno mexicano de entonces.
Ayer por la tarde llegamos a San José de Costa Rica. No paraba de llover. Lágrimas para Tlatelolco. Y justicia. Que el crimen no quede impune.
Ismael Serrano
PS: Gracias a toda la gente que nos visitó en la primera entrada del blog y en especial a Martín por su cabecera regalada y recién estrenada.
Ahora que se celebran los aniversarios de aquellos años intensos y muy a menudo dramáticos se revisa el protagonismo de los jóvenes de aquella época. Aquellos jóvenes de los que habla la canción Papá cuéntame otra vez, aquellos que buscaban los adoquines bajo la playa, que, siendo realistas, pedían lo imposible.
Cuando hoy en día se habla de la juventud actual la definen como una generación acomodaticia e indiferente ante lo que ocurre a su alrededor. Pero la realidad es otra. Esa generación padece las peores consecuencias de una globalización despiadada, del desamparo que imponen los tiempos, de la precariedad que, como una espada de Damocles, pende sobre sus cabezas en todos los ámbitos de la vida.
La precariedad en lo laboral se ceba en ellos, retrasando la edad de emancipación, haciendo que disminuya la calidad de sus condiciones laborales, desincronizándolos de todo, corroyendo su carácter. Las universidades especializan cada vez más la formación y se ponen al servicio del mercado y no de la sociedad civil dejando de ser foro de debate. Se enseñan las respuestas precisas pero no se ejercita la capacidad para interrogarse.
Habla Joe Bageant en sus Crónicas de la América profunda de los jóvenes americanos sin alternativas ni futuro como aquella soldado de las fotos de Abu Ghraib, Lynndie England, como tantos otros que huyendo de lugares deprimidos económicamente se enrolan en el ejercito, condenados a ser carne de cañón desde muy pronto. Jóvenes a los que el futuro les dio la espalda, a los que la vida tuvo el mal gusto de enseñarles el dedo corazón desde adolescentes. Difícil explicarle a Lynndie que significa buscar la arena de playa bajo los adoquines.
Sin embargo, más allá del desánimo, muy a menudo los que están en primera línea de fuego son los jóvenes.
Cuando uno visita a las Madres de la Plaza de mayo siempre encuentra a hijos de desaparecidos acompañando en su batalla a estas venerables luchadoras. A gente muy joven tratando de contagiarse de la juventud arrebatadora de mujeres que ejemplifican la dignidad latinoamericana. Eran muy jóvenes los voluntarios que conocimos en Buenos Aires colaborando con la fundación Pelota de Trapo, trabajando en programas de formación e integración con niños y jóvenes viviendo en la pobreza y el abandono más absoluto. Gente muy joven era la que aquí en Costa Rica cuestionaba la necesidad de un Tratado de Libre Comercio que liberalizaba los mercados desamparando la economía local ante el mastodonte norteamericano. Gente que trabaja en radios universitarias como las que hoy compartieron conmigo diálogo y reflexiones.
Quizá debiéramos cuestionar qué sociedad estamos construyendo que le niega el protagonismo a tanta gente joven capaz de trabajar desinteresadamente por el bien común, capaz de tener una mirada de futuro a largo plazo, de ejercer su responsabilidad a la hora de transformar la realidad.
Como tantos jóvenes que hace cuarenta años taparon la Plaza de Tlatelolco en México, que fueron masacrados con la complicidad del gobierno mexicano de entonces.
Ayer por la tarde llegamos a San José de Costa Rica. No paraba de llover. Lágrimas para Tlatelolco. Y justicia. Que el crimen no quede impune.
Ismael Serrano
PS: Gracias a toda la gente que nos visitó en la primera entrada del blog y en especial a Martín por su cabecera regalada y recién estrenada.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Allá donde has sido feliz
Emprendemos un nuevo tramo de la gira. Serán días intensos. Nos dice el viejo Sabina que no demos regresar a los lugares en los que fuimos felices. Saben que sólo ante esta máxima desobedezco al maestro.
Costa Rica, México, Ecuador, Perú, Paraguay, Argentina y Chile serán los lugares en los que se desarrollarán los conciertos que durante un mes y medio me tendrán viajando por gran parte de Latinoamérica. Y con ello estrenamos este blog en que trataremos de hacer repaso de lo vivido.
Esta vez partimos con un equipo más reducido. Sobre el escenario sólo estaremos Fredi Marugán y yo. Echaré de menos los conciertos y las sobremesas con Javier Bergia y Jacob Sureda, buenos compañeros de batalla. Pero volveremos a encontrarnos.
Durante estos días estuvimos trabajando duro. Terminando la banda sonora de la película que hicimos en Argentina, El hombre que corría tras el viento, que verá su estreno el año que viene. Y mezclando el disco que grabamos en vivo en el Gran Rex de Buenos Aires. Me apetecía dejar impresa la magia y la calma vivida en esta gira y que el lugar soñado que fueron los escenarios en esta gira pudiera ser revivido en un formato que te permite transmitir el calor, la complicidad y la espontaneidad que no siempre puedes conseguir en un estudio.
Ahora este largo y maravilloso viaje me permitirá encontrarme con viejos y nuevos amigos. Luego cerraremos la gira en España, tratando también de tocar en algunos sitios que aún no pudimos visitar.
Mientras el telón de acero que prometía ser eterno e inviolable cruje y nos muestra las grietas oxidadas de un viejo modelo que no ha dado respuestas a nuestros sueños, mientras se socializan los riesgos que ninguno de nosotros asumimos en un sistema que sólo privatiza los beneficios, tratamos de seguir con nuestro viaje, aunque a veces el cansancio haga mella en el ánimo. Menos mal que las canciones nos mantienen despiertos para soñar días mejores.
Nos vemos pronto. Allá donde fuimos felices. Regresamos. Que Sabina nos perdone.
Ismael Serrano
PS: Tratáré de darle cierta regularidad a las entradas de este blog aunque no siempre será posible. Ojalá encontremos la calma necesaria para hacerlo.
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