Para Montse (con permiso de Joaquín al que le debo mil canciones)
Te debo una canción,
que hable de mujeres con piel de quinoto,
de hombres con voz de caracola,
de borracheras al pie de acantilados
mientras el sol acuchilla el horizonte,
de perros correteando por el césped del Retiro,
y libros abandonados en los bancos.
Pero la luz estroboscópica
de estos días de hecatombe financiera,
de tierra ennegrecida por el incendio,
esta nube de cenizas que levanta cada paso,
la luz de notario que escribe este futuro
sin árboles, sin libros y sin hijos,
apenas me deja hueco en el pulmón para un suspiro,
tiempo que perder en la cocina,
calma para darte la canción que aún no te he escrito.
Te debo una canción
que hable del borde la vida
allá donde navegas de lunes a viernes,
soplando las costras en las almas,
pedazos de diamante maltratado
que tu lustras con paciencia, generosa.
Que hable de tu risa azulmarino
tu voz desalambrando la mañana
de la bronca que suena a maremoto
si tu marido y yo llegamos tarde,
la noche nos abriga como madre
que teme que sus hijos se hagan grandes.
Pero este mes viene desmadejado
y todo trae el sabor de un vino malo,
agriado por la sal que traen los llantos
de las salas de embarque hacia la nada.
Difícil es tejer las melodías,
si el mundo se deshace este verano
como los nombres que ha tallado en hielo
aquella adolescencia que habitamos.
Habrá que someter a referéndum
las cartas de los bancos, la tristeza
que flota entre los restos del naufragio,
las flores de papel, las despedidas.
Te debo una canción.
Estoy en ello.