Todo felicidad tiene damnificados,
como emprender el camino una renuncia.
La primavera nos duele detrás de los ojos,
mirar el mapa y sentir el sorbo frío
de tantos mares sin espuma entre nosotros.
El silencio de las casas desalojadas
suena como la caracola de un mar Aral,
seco y remoto,
como el llanto de niños perdidos en los parques.
Soy otro cuando miro el diario
y siento la vejez de los olvidados
pesando en mis manos de sarmiento,
canción sin acabar de un primavera rota.
Canto esta distancia llena de lluvia,
la cama encharcada,
alambre de espino en las mesillas
donde pongo tu retrato,
el vaso de agua, el libro de poemas,
las ganas de verte.
Un relámpago a lo lejos,
como una llamada perdida
en la que se rompen las alas
y alguien dice no te marches.
Una tormenta despiadada,
jardín umbrío sin columpios
en una ciudad desconocida,
peatonal de hombres grises
que buscan en los escaparates
peces voladores, el alma azul de un colibrí,
un mechón de tu pelo enrojecido
por la tarde última del invierno.
El avión tiembla como si supiera de estos versos,
compartiendo conmigo esta distancia.
Relleno el formulario de aduanas
y tu nombre aparece en las cuadrículas,
motivos del viaje: tu recuerdo.
Un aguacero a lo lejos
y la primavera doliéndome detrás de los ojos.