miércoles, 28 de noviembre de 2012

Tos de noviembre


Tos de noviembre y mi médico en la calle
ofreciendo flores en la acera
para salvarnos de la escarcha y los corsarios.

Sobrevivimos por encima de nuestras posibilidades,
otros dicen y se arreglan la corbata,
sonríen con la boca de abanto,
queman los puentes, las escuelas,
las batas blancas, los tejados.

Cristo nacerá en un cajero,
resguardado del frío, del desahucio,
no hay estrella ni mirra de Bruselas,
ni oro de Berlín, ni incienso de París
que arome la mañana.

Tos de noviembre y Romilar
para la voz que acude a nuestro auxilio,
gargantas de Gaza con ronquera
de lustros pidiendo una ventana,
una luz, la grieta de los muros,
dibujos de Bansky con sordina,
raíces de olivos arrancados,
como manos que se alzan hacia el cielo.

Toses de noviembre, 
como lápidas amontonadas 
en el cementerio judío de Praga,
nuestros sueños mientras arden los acebos,
navidades sin regreso ni regalos.

Muérdago sobre la plaza de Neptuno,
donde se besan las parejas indignadas,
pañuelos blancos en el puerto del dios mar,
en Madrid, donde nacen las sirenas,
donde dicen las misas generales
de una iglesia que no da a los perdedores
el asilo que merecen. No hay refugio
para niños sin pesebre,
ni si quiera en unos grandes almacenes.

Tos de hiel, repetida, de tinieblas,
no hay jarabes que nos calmen
la afonía de cristales estrellados
contra el suelo de esta noche sin papeles,
fugitiva, toda nuestra, de noviembre. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Es sólo el tiempo, que pasa


Suerte de cateterismo cardíaco, tu mirada cansada
- apenas has dormido, me dices -
calma al triste músculo herido
por el hielo de un otoño roto, astillado.
Arrítmico mi corazón, hipocondríaco todo yo,
se rebela ante la impasible marcha de antorchas,
santa compaña de fantasmas dormidos,
que camina por las calles, camino del trabajo,
anestesiada por las agujas catódicas
-ya no tanto que todo es pantalla plana-
que escupen los televisores de leds irisados.

El caso es que es otoño y yo te amo.
Así se escapan como gotas de mercurio 
los días vividos y me siento viejo
cuando te veo sonreír planeando un viaje
o suspirando porque un cachorro se enreda entre tus pies.

Nuestros padres cuentan sus achaques
y todavía el futuro se aplaza por momentos
- fíjate, con casi cuarenta años -
cuando en la tele ponen nuestra serie preferida
o en la cocina me cuentas como fue tu día,
pasta con verduras para cenar
y viento de noviembre sobre la acacia.

Digo que pasa el tiempo y no es malo,
aunque a veces la arena de los relojes
se alce iracunda en vuelo como en una playa
con el levante soplando implacable
arrebatándonos la cordura y arrancando las sombrillas.

Eso y el agua de la clepsidra,
que dicen lava las heridas y suaviza el canto de las piedras,
pues no somos más que rocas de acantilados
aguantando el obstinado embate de los años
y sus océanos, plata que baila en los septiembres.

Y es que quizá la vida no sean los ríos
- no siempre el poeta acierta -
sino más bien ese mar donde descansan
los corales, los tesoros y los cuentos
que siempre acaban con el regreso a las costas
del amado, la tormenta que nos lleva a una isla,
desierta, luminosa y sin tres libros,
el empeño absurdo del delfín,
salvando a náufragos que nada saben
del amor y sus destellos,
pues no pudieron reconocerse en nuestros pasos,
en tu mirada, suerte de terapia ansiolítica
que vigila mi paso y mi extrasístole,
el duelo que impone lo perdido,
saber que he de crecer aunque nos duela.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Próxima estación


A ti, que debutas 
haciendo la vida eterna en quince minutos,
te escribo porque Madrid esculpe en las cariátides
de la Gran Vía tu rostro lleno de pecas.
El metro se detiene en mitad de un mar embravecido
y todo regreso lleva a la infancia.
Tengan cuidado de no introducir
 - yo te espero en la calle, como entonces -
el pie entre coche y andén,
y el vagón se abre y la cama deshecha, 
la ropa esparcida por el suelo
como la arena de un reloj estrellado,
cántaro que porta el soñador
lleno de lágrimas y peces voladores.

Neptuno alza su tridente y abre el mar
para que crucen las banderas de arcoiris
que desde Chueca celebran la vida y la honra.
La ciudad, más otoño que nunca,
dora el camino que lleva hasta el teatro
en el que arrancarás los pétalos metálicos
de una flor encontrada en el andén.

Hojeas un periódico gratuito
y las mujeres gigantes de los carteles publicitarios
vigilan llorosas el tránsito triste de hombres y mujeres
que navegan sin nada qué hacer ni qué decir,
con la mirada perdida 
y fracasos que bañan en licor de mp3,
en planes para la tarde anaranjada,
para el fin de semana, ansiolítico y verbena,
atención, estación en curva.

Pero, hay quien, como tú, viaja, 
como la Enterprise, en busca de planetas remotos,
con la sonrisa en el rostro, cediendo el asiento,
tarareando nuestra canción,
dispuesta a ser llama cuando el telón se abra
y yo te encuentre ahí. 
Haciendo la vida eterna en cinco minutos.

Te esperaré en la calle como entonces,
hablaremos también de la obra,
iremos del brazo, y Madrid, más otoño que nunca,
será nuestro, como nuestro es el futuro,
las olas de Imbassaí, el sofá color arena,
punta de Ararat a salvo del diluvio.