miércoles, 25 de agosto de 2010

Santo Pugliese

“Protégenos de todo aquel que no escucha. […]Ayúdanos a entrar en armonía e ilumínanos para que no sea la desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu misterio hacia una pasión que nos parta los huesos y no nos dejes en silencio mirando un bandoneón sobre una silla”.

Así reza la estampita de Pugliese que siempre llevo en la cartera. Osvaldo Pugliese es el patrón pagano de todos los músicos en Argentina. Es nuestro protector: su figura y su nombre acompañan la buena suerte. Fue pianista, director de orquesta y compositor de tango. Murió en el 95, a los 90 años. Músico comprometido sufrió la persecución y la cárcel durante el gobierno de Perón. Cuentan que los músicos que trabajaban con él lo adoraban. Era un hombre bueno. Sus restos fueron llevados en procesión por la calle Corrientes a contramano. Así hasta en su último día. Caminando a contracorriente.

Argentina ha dado a luz grandes músicos que navegaron a contracorriente y forjaron la vanguardia musical de toda Latinoamérica. Referencias ineludibles en la música en castellano han escrito la banda sonora de un país apasionado y apasionante.

En cierto modo estos días marcan el final de una etapa histórica en la música contemporánea.

Gustavo Cerati, líder de Soda Stereo, banda emblemática de rock de los 80 y los 90, yace postrado en coma tras una isquemia cerebral. Todos esperamos el milagro mientras Cerati duerme y sus canciones retumban en un Buenos Aires expectante y huérfano. “No tenemos donde ir./ Somos como un área desvastada./Carreteras sin sentido./Religiones sin motivo./ Cómo podremos sobrevivir…” canta Cerati. Y efectivamente, se siente uno área devastada, prófugo en un tiempo en el que sólo ciertas canciones nos ayudan a anclarnos en la cordura. Sin juglares como él el mundo será zona cero, área devastada, territorio desquiciado y peligroso.

Argentina parió las canciones de Charlie García, Mozart entre “Salieris”, ahora en rehabilitación, y vivo, joder, que no es poco; nos regaló el compromiso de León Gieco, que retrata la vida con sus aristas, hermosas aunque peligrosamente cortantes. Y aunque la negra Sosa se marchó aún quedan voces, quizá no tan luminosas como aquella, pero aún auténticas.

Y Pugliese, hombre bueno, a lo lejos sonríe. Ampáranos de la noche, protégenos del silencio. Larga vida al rock and roll.

* * *

Seguimos de viaje por Argentina después de los emocionantes conciertos en Buenos Aires ( La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Rosario, Córdoba, Trelew) para volver luego a la capital el día 10 de setiembre.

Amo viajar. Más aún cuando supone reencontrarse con viejos amigos con los que hacer balance. Para caer en la cuenta de que aún queda todo por hacer.

No me canso de agradecer el cariño y el calor que recibimos. Los llevamos siempre en nuestro corazón. De verdad.

Nos vemos en la próxima huida.


miércoles, 18 de agosto de 2010

La vuelta del perro

Al caer la tarde la gente del pueblo calienta la pava, y, antes de que el agua hierva, la retira, llena sus termos, prepara la yerba, el mate, se sube al coche y se dirige a la plaza.

Es domingo y el invierno dio una tregua para regalar un cielo azul, ancho como una sonrisa y un sol radiante como aquel de la infancia.

“Llamó la pequeña”. “¿Y?”. “Que viene para el cumple de Delfina. Que todo bien por Buenos Aires”. Y al pasar por la Iglesia ella se persigna. Después sigue cebando el mate.

El pueblo es otra cosa. Lejos queda el eco estridente de la ciudad, las noticias alarmistas que iluminan la placa roja de Crónica TV. Allí en el pueblo uno puede dejar el auto abierto en cualquier sitio y lo encontrará tal y como lo dejó. Nunca pasa nada. Aunque ya se sabe, pueblo pequeño, infierno grande.

Y el campo está más vivo que nunca. La soja se encarga de ello. Aunque algunos critiquen que el monocultivo de soja (gran parte de ella transgénica) en tan grandes extensiones puede llegar a acarrear consecuencias devastadoras para el equilibrio ecológico del país. Pero mientras tanto, la agricultura florece en Argentina como el motor económico que introduce divisas en el país.

Ya casi han llegado a la plaza.

“Che, ¿viste lo de la vieja que mandaron de vuelta de España? Nosotros que fuimos granero de Europa …” “Habría que hacerle lo mismo a los gallegos…”

Al llegar a la plaza se suman a la fila de coches que caminan lentos como animales heridos dando la vuelta del perro. Así se llama este ritual que convoca a gran parte de los habitantes del municipio para dar vueltas circulares a la plaza principal.

Y mientras, todos se miran, comentan el panorama y ceban el mate. “¿Viste que la hija de los Giordano se puso de novia con el hijo del Bocha, el de la ferretería?” “Mirá vos…”

El pueblo se saluda mientras se observa, se murmura entre dientes, se despelleja al vecino, se mandan saludos a la familia, se chismorrea sobre las alegrías y los desastres ajenos y los coches caminan cansados, a cámara lenta, sin pasar de segunda.

El tiempo es otro, y su ritmo mece los cuerpos haciendo que se muevan con una perezosa dulzura. El tiempo pasa tranquilo y sin ruido, como una flor que se abre a la noche que ya comienza, fría e incierta. O eso le parece a uno que observa desde lejos como la procesión se disuelve. La vuelta del perro termina y todos regresan a casa.

“Así que la nena no viene el fin de semana”. “No, para lo de Delfina dijo” Y se hace un silencio. “Che, cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer cuando se fue”.


* * *

Fui feliz. Fueron noches maravillosas las pasadas en la calle Corrientes. Reencontrarse con viejos amigos para hacer repaso de lo vivido y lo hallado fue hermoso, emocionante. Un sol me quemaba el pecho y la guitarra ardía en mis manos. Gracias, gracias y gracias. Recuerdo la vieja canción de Cat Stevens: "How can I tell you that I love you/ but I can't think of right words to say". Suena cursi (lo es) pero es cierto. Después de los conciertos en Buenos Aires seguimos con nuestro viaje. Primera parada Neuquén. Nos vemos pronto, querid@ compañer@.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Yo soy de aquí

Cuando el ejecutivo de una empresa de recursos humanos Ryan Bringhman, interpretado por George Clooney en la película Up in the air, recibe la tarjeta honorífica de la compañía aérea en la que viaja por las 10.000 millas de vuelo acumuladas en sus odiseas, es saludado por el piloto decano de la compañía, con el que comparte charla mientras el avión surca los cielos de vuelta hacia casa. Mientras las nubes algodonadas atraviesan las ventanillas del avión y Chicago, ya a lo lejos, se ve pequeño, el piloto le pregunta: ¿y usted, de dónde es? Yo soy de aquí, responde Clooney. Y el avión surca el azul gaseoso del firmamento estadounidense.

Atravieso el cielo camino del norte chileno. Siempre me parecieron tristes los aeropuertos, aunque a veces la gente también se encuentre en ellos y los abrazos de bienvenidas florezcan luminosos en las salas de llegadas. Siempre recuerdo con más claridad las despedidas. El llanto que acompaña el adiós, llámame cuando llegues, que tengas buen viaje. Y el ritual de después tiene algo de partida definitiva. El casi desnudarse ante los arcos que detectan metales y malas intenciones, el presentar el pasaporte como quien entrega la moneda a Caronte y esas cosas.

Y son las salas de embarque algo así como un purgatorio, en el que todos somos extraños, de paso. Y las esperas, mientras los altavoces nombran el número de vuelos en los que nunca viajaremos, sirven para hacer repaso de lo vivido en este tiempo de ausencias y prisas. Reflexionamos sobre el sentido de nuestro viaje, sobre nuestras faltas y deberes, sobre los planes y los fracasos, y revisamos los mensajes en el móvil para recordar un pasado que se nos antoja lejano y huidizo.

Y el viaje nos convierte en otros habitando nuestro cuerpo. Miramos como la ciudad, cayendo la tarde, se convierte en un enjambre de luciérnagas y junto con ella, todo se empequeñece y soñamos otras biografías. Y como el personaje de George Clooney nos preguntamos qué sería de nosotros si nuestra vida cupiera en la bolsa de mano que nos dejan introducir con nosotros en el avión (sin fluidos ni instrumentos cortantes que puedan ser utilizados como armas por supuesto). Y en ella, en la bolsa, adivinamos los rostros, salvapantallas de la memoria, de aquellos que nos quieren y que abrazamos antes de subirnos al avión -llámame cuando llegues, que tengas buen viaje-, y el mapa del recuerdo, donde enterramos aquello que quisimos ser, la renuncia en que se convirtió la vida, el sueño que nos asalta mientras dormitamos en el asiento antes de que la auxiliar de vuelo nos pida que devolvamos el asiento reclinado a su posición vertical.

Y mientras sobrevuelo el norte desértico de Chile, mientras el mundo se derrumba y algunos se enamoran, mientras abajo, en la mina San José en Atacama, intentan rescatar a los mineros atrapados, mientras Madrid arde y prepara las guirnaldas y la feria, mientras el mundo parece ser una pesadilla y uno, a ratos, es feliz, pienso para mí, mirando el azul del cielo que ilumina la ventanilla del avión: yo soy de aquí.

* * *

Después de días inolvidables en Chile, volvemos a Argentina: gracias Santiago, Concepción y Antofagasta. Reconozco el privilegio que supone este oficio y que me permitió encontraros. Gracias de corazón.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Empezamos la gira por Latinoamérica

Si bien la melancolía me arrastró por las aceras después de terminar el rodaje de la película, la música como siempre me rescató. Empezó la gira latinoamericana y el mundo, a pesar de su empeño por ser sombra, se iluminó.

Mendoza fue la primera parada. Brindé con un malbec por los ausentes y canté feliz ante un público generoso. Echaba de menos cantar en Argentina.

Fui lluvia y ahora queda un rastro de aroma a tierra mojada, porque a ratos soy feliz. Es verdad que a menudo no me permito ser feliz (qué empeño), que a veces me siento viejo y cansado pero siempre hay una canción que me llena de luciérnagas la frente. Y en el teatro de Mendoza asomaron unas cuantas. Gracias por tanto.

Ahora escribo desde Concepción, Chile, donde descubrimos la dimensión de la tragedia que supuso el terremoto reciente. Visitamos alguno de los campamentos (llamadas aldeas) en las que ha sido realojadas algunas familias que perdieron la vivienda. Estuvimos en Villa Futuro entre las casetas de madera preguntando a la gente sobre su futuro. Y es incierto. Alguna mujer tuerce el gesto cuando le dicen que probablemente tendrán que esperar a que pase un año, con su invierno, antes de que les den una nueva vivienda.

La tierra enseñó sus fauces y reveló a Chile su lugar en el mundo, puso en evidencia sus faltas e hizo emerger sus carencias: la pobreza y la desigualdad de un sistema injusto se hizo más visible que nunca. El asistencialismo se puso en marcha pero pudimos ver como el paradigma de modelo económico que algunos ven en Chile es incapaz de dar seguridad, soluciones, bienestar a la gente de forma duradera y previsora. La caridad no basta. Su estabilidad económica es ejemplar para algunos, pero olvidamos que el país tiene uno de los índices de desigualdad más grandes de toda Latinoamérica.

Y así seguimos con nuestro viaje. Como siempre agradecidos. Y el invierno, que lo cubre todo, atraviesa las grietas de mi ánimo y los sueños quedan congelados en el aire, como en la instantánea que reviso mientras el viento trata de derribar la casa en que te escondes, esa foto fija en la que aparecemos eternos, como los niños que fuimos arrastrando un barrilete, tú sonriendo con ese gesto en el que te tapas la boca, y yo como silbando, como Bogart al ver salir a Lauren Bacall de la habitación, con el cigarro entre los dedos y la mirada detenida en el que lugar que antes ocupaste y en el que, algo triste, adivino tu sombra.