miércoles, 30 de octubre de 2013

Aquel verano

A la aldea de mi madre, allá entre berrocales y mi infancia.



Salir afuera, a la noche estrellada
de aquel verano de los quince años.
Ahora, que a los casi cuarenta
me levanto con frío y me echas una manta.

Aquel verano del 89.
Entonces pensé en ti.
No lo supe hasta hace un rato,
al recibir el olor de los jazmines
que has dejado en el pingüino.(*)

No le hablé a nadie de ti.
Quizá a las chicharras escondidas entre los cardos,
la bicicleta tirada al margen de la senda,
quizá al erizo moribundo que un día encontramos,
al galgo que miraba con ojos de ciervo herido
nuestro regreso cargado de romero y espigas.

No sabía la forma en que celebrarías nuestro encuentro,
ni el color de tu llanto, copo de nieve en la espalda.
Desconocía tu manera de saltar las olas,
tu empeño en hacer la cama en los hoteles,
tu tarareo en la cocina, 
las alas de tu pegaso sin doma ni dueño.

Pero ya sabía de ti.
El verano era inmenso,
una colcha bordada por mis abuelos,
un barco anclado en la viña seca,
el mar -hic sunt dracones-
era un anuncio de revista,
una leyenda a la que no llegaban los caminos
que se perdían entre las eras.

Aún así sabía de ti.
Te nombraba al precipitarse las lágrimas de San Lorenzo
sobre los encinares cansados y pobres,
sobre los berrocales en los que durmieron maquis
y unicornios cargados de vendimia y cebada.

Decía tu nombre
y amapolas y viboreras temblaban
como yo con mi fiebre
-tú buscando el termómetro,
yo el recuerdo de ese verano en que te supe-.

Temblaba entonces la retama
y quedaban restos del futuro en mi memoria,
tu nombre quizá,
un viaje a París,
jazmines en el jarrón,
recuerdos entre mis manos de algarrobo
como lana en alambre de espino.

Te recuerdo cuando aún no te conocía,
como ahora recuerdo tu vientre dormido
y le curas el hipo a nuestro sueño,
ahora, de madrugada, mientras escribo

y salgo afuera al verano de mis 15 años.

(*)

miércoles, 23 de octubre de 2013

Ahora que la vida


Ahora que la vida nos arranca la colcha,
ahora perdido e hipocondriaco,
que ya no duermo de un tirón,
que la noche es un rumor lejano de risas
meciendo la cortina como bandera blanca.

Ahora que agradezco los jazmines
en el pingüino con agua, sobre el mantel manchado,
ahora que me duele la cabeza
y regañamos a nuestros viejos con achaques
-no te cuidas como debes-
y resulta más difícil sacar bajo la piel
la astilla de la última noche de hoguera.

Ahora que necesitamos excusas para emborracharnos,
que te miras por más tiempo en los espejos,
que no marcamos ya goles con la mano,
ahora que la duda no te ofende,
que la noche es un rumor... Ya lo dijimos.


Ahora.

Fin de semana de cambio de horario
y estudiantes preparando barricadas.

Ahora más que nunca.

140 caracteres para decirte que te amo,
una foto años 70 desde el móvil.

Ahora que te encuentro.

Peces voladores por Atocha,
marea verde de lápices y antorchas

Ahora llegas tú y me desordenas.

Tiempos de vendimia sin racimos,
recuerdos de Vichy, tren sin maleta.

Ahora que revuelves mis cajones.

Hoy deshago el equipaje, te conozco,
te recuerdo de aquel viaje que aún no hicimos.

Ahora, como siempre, todavía.

Llegarás para llenar todas las cuencas,
llegarás como el deshielo y será siempre.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Llegar a casa


Bandera blanca,
primavera,
la cortina mecida por el viento, 
el perro que no tenemos suspirando a tus pies,
llegar a casa como quien entra en la cascada:
pátinas de rocío sobre los hombros.

Cuelgas zafiros en la noche
y suena el camión de la basura lejano
como elefantes barritando
despidiendo al invierno y sus tormentas.
Duerme la ciudad,
cantas una nana que acalla
los martillos percutores, las bocinas,
el alarido de una ciudad desgarrada
por la ausencia de muchachas
que sonríen en blanco y negro
en las puertas de todos los aeropuertos.

La cortina blanca sigue con su baile,
luz de mesilla, sobre tu regazo un libro abierto:
“háblame del sur y de sus fantasmas,
del muro de escarcha en que tallas mi nombre
cada solsticio sin luna”.
Ponen tu serie favorita,
noche de dondiegos y sofá,
y detengo todos los relojes de la casa,
le saco las agujas,
coso con ellas una manta
para cubrir tus pies cada mañana.

Llegar a casa,
desertor de batallas sin cúpidos ni auroras
-sólo amor será el motivo-,
llegar a casa y encontrarte
vistiendo de blanco las cortinas,
reuniendo espigas para un nido,
apartando piedras de legumbres,
recitando a Chejov como quien reza,
recordando que hoy es primavera.

martes, 8 de octubre de 2013

En la catedral helada


Menos tu vientre
claro y profundo.
Miguel Hernández



Te recé en la catedral helada,
los cóndores abrazaban la estela
del vaho que desde mi boca buscaba tu voz,
llena eres de gracia y de pecas
en esta mañana por fin primavera.

Estaba enfadado, así que la plegaria
sonaba a tormenta, a canto de remeros,
a mañana de lunes, sirena de fábrica.

Iracundo, mi lamento,
como leche quemada rebosando el cazo,
subía hacia un cielo vestido de marzo:
tú tan noche de San Juan, 
ellos tan miércoles de ceniza.

Buscarte con la mirada en cualquier librería,
esperándome mientras hojeas a Chejov,
pensaba mientras los neveros se evaporaban,
los autobuses escupían su humo
y alguien maldecía en mapudungun.

Cachorros de puma bebían de tus manos,
diosa de la cordillera palermitana, pasado Juan B. Justo,
e imaginaba mis brazos dibujando tu hueco,
como chal de alpaca vistiendo tu alegría.

Bendita entre todas las mujeres, te rezaba
y hogueras de lenga calentaban la tarde,
flores de calafate en ofrenda
y vellones de oro para cubrir las camas,
tarde de televisor y pantuflas,
recostado en tu regazo,
la vida detenida en el naranja del ocaso,
menos tu vientre, todo es olvido.

Te recé en la catedral helada
y supe de ti al abrir los ojos.
Te vi reflejada en todas las aguas
y como una zarza ardiente
señalabas el camino hacia mi tierra prometida:
menos tu regazo, todo es penumbra.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Cada septiembre


El mar, 
un desierto de mercurio ocupando la ventana,
destierra a la primavera y el viento
cancela nuestro vuelo, despeina a los ancianos.
Así que toca viajar por carretera,
tocar claxon ante los altares rojos,
encontrar tu olor en la bufanda
cerrar los ojos e imaginar que besa mi cara
la pluma que acaricia tu vientre.

Primavera de aceras amarillas,
que baja las persianas y llena de barro
el borde de mis pantalones, 
mis párpados,
tu ausencia,
maldita tu ausencia, 
el agua corriendo
inmisericorde en la ducha
sobre una espalda cansada, 
la mía.

Me miro al espejo.
Me ordeno la mirada y los cabellos
y el vaho dibuja tempestades,
relatos de piratas que contaremos a nuestros hijos,
fábulas de reyes que desertan
para no combatir a los trasgos,
condenados por feos y solitarios.

Me miro al espejo
y encuentro al otro lado
el eco de un derrape en un garaje vacío,
rumor de gatos caminando sobre el tejado,
vieja soledad amiga y desarmada.

Doy vueltas en la cama,
como una maleta olvidada en la cinta de un aeropuerto,
cierro los ojos y sueño:
un hotel de Venecia con las sábanas manchadas,
un viaje en balsa hacia las playas de Imbassaí,
París es siempre un primer reencuentro.

Y sigo soñando. 

Ese gorrión que aletea en tus manos
aprenderá a montar en bicicleta
después de escribir otras canciones,
hablaré enfadado con los televisores,
viajaremos a otros mares y otras costas
y seguiré aprendiendo tus caminos.
Y no es que me olvide
es que nazco en ti cada septiembre.