martes, 25 de mayo de 2010

Madrid

La crisis estalló y mi ciudad levantaba la mirada al cielo preocupada porque la primavera se empeñaba en no llegar. En el tiempo en que los relojes marcaron la hora de la detonación, Madrid seguía levantándose con el cansancio habitual de los lunes. Como esas muchachas que mienten al decir su edad, la enloquecida urbe se empeñaba en parecer radiante y renovada y serpientes de colores reptaban por sus carreteras maltratadas por el hielo y la sal que cubrieron alternativamente su asfalto en el invierno.

Madrid es el escenario de las mayor parte de los crímenes que cometimos y sus calles, a veces, parecen la ruina de una casa después de una fiesta: intuimos que en algún momento hubo risas y guirnaldas pero ahora sólo queda el rastro de confetis desperdigado por el suelo y las botellas vacías abandonadas en los rincones. Amo Madrid. Con todas sus malditas y maravillosas contradicciones.

Puerta del sol con sus banderas tricolores ondeadas por tipos encaramados a las farolas. Plaza de Oriente con su mar de siniestros brazos en alto jaleando al tirano. No pasarán. Vivan las caenas. Cada mayo celebramos que echamos a patadas a los portadores de la Ilustración, bibliotecarios afrancesados que nos traían el aroma de su revolución sin preguntarnos si quiera. Así nos va. Desde México escribieron su chotis más tradicional. Un jienense la declaración de amor más hermosa y amarga. Sus corralas, escenario de zarzuelas, son ahora pisos patera en las que, por turnos, duermen hombres y mujeres que navegaron todos los mares desde todos los sures imaginables.

La Gran Vía, aspirante a Broadway y Quinta Avenida, con su luminoso de Swcheppes en el que se colgaron satánicos y exorcistas, por la que tanto caminé buscando al coronel Kurtz, cumple cien años. No ardió como el Chiado lisboeta, no la quemó el salitre marino como al malecón de La Habana pero tiene ese aire de bohemio, pobre y soñador, que se cuela en los cafés a arrimarse como oyente a las tertulias, esa belleza de mujer madura y liberada que fuma un cigarro en una terraza del Barrio de las Letras después de haber recorrido la galaxia persiguiendo cometas.

Madrid siempre fue generosa. Mis padres se criaron en un barrio de chabolas, calles de barro y retrete compartido, que forjaron hombres y mujeres venidos desde todos los sures de España, levantando sus casas de chapa y ladrillo con sus manos de olivo, con su manojo de sueños prendido en sus solapas. Eran tiempos de curas obreros, carreras delante de los grises y puños levantados.

Luego, mucho más tarde, vendría la movida, liberación, infantil revolución de papel con hombreras. “El que no esté colocado que se coloque, y al loro” decía el viejo profesor, alcalde de Madrid. También vino el olvido. Otros tiempos. Queda poca poesía en los grafittis que decoran los muros de este Madrid, disparatado, maravilloso y febril. Y menos aún en los discursos de sus responsables políticos que nunca están a la altura de las necesidades de una ciudad como la nuestra.

Madrid y sus obras, buscando el tesoro que guarda un dragón dormido bajo nuestros pies. Madrid de mi infancia. Madrid de mis comienzos profesionales, de mis primeros conciertos en los cafés, en los años en que, en la efervescencia que vivió en los 90 la música en directo, proliferaban por todas partes, aunque su apertura era fugaz, como la flor arrancada del tallo, como un suspiro. Madrid, como un nido de luciérnagas dormidas recibiéndome, abajo, mientras el avión se desliza, agárrate de mi mano, sabes que no aguanto los aterrizajes, abróchense los cinturones. Madrid, tarde de Retiro mientras los titiriteros congelan las miradas de los niños y sus padres beben granizado de limón. Madrid, vermú en La Latina, hombres estatua en la Plaza Mayor. Madrid, Vallekas, puerto de mar, barrio en lucha. Madrid, concierto en el Libertad, cine de autor en Martínez de los Heros. Madrid, mañana de maldiciones, café con churros, repaso del diario deportivo. Madrid, Ciudad Universitaria, césped en mis pantalones. Madrid, casa de las flores y Neruda cabalgando un caballo verde. Madrid, estrella polar, cruz del sur. No es tu mejor momento pero aún estás hermosa. Siempre vuelvo Madrid.

Madrid, gracias por todo. Por estos días de conciertos inolvidables. Por los días que vendrán.

martes, 18 de mayo de 2010

La rebelión de los hijos de Guillermo Tell

Cuando la fachada del espejismo empezaba a resquebrajarse algunos creímos asistir a la caída de un muro que hasta antes parecía de una invulnerabilidad diamantina. El legado de los apóstoles del fin de la historia había calado a fondo en los habitantes del planeta: el sistema era incuestionable pues se presentaba como victorioso ante los experimentos fallidos del bloque soviético. Cualquier cuestionamiento era o criminalizado o marginado, condenado al corral de la disidencia excéntrica e inadaptada. Y así, vivimos un retroceso en los derechos laborales y civiles puesto que el sistema en su perpetuación lo exigía. Pero el sistema se declaró enfermo, casi terminal, el espejismo se agrietó y se reavivó el debate de las ideas. Por fin algunos vislumbrábamos la oportunidad de reformular las reglas del juego en aras de una mayor solidaridad de los que más tienen con los eternos excluidos.

Líderes mundiales se reunían e introducían en las agendas de sus reuniones términos hasta entonces anatema en sus planteamientos económicos: se hablaba de Tasa Tobin (para gravar las transacciones financieras de carácter especulativo), del protagonismo del Estado en la nueva arquitectura económica, de terminar con los paraísos fiscales, de controlar de alguna forma los sistemas financieros, de ponerle límites a los excesos de los grandes ejecutivos que multiplicaban su riqueza ante el río revuelto que generaba la crisis… Estaba claro cual había sido el origen de la crisis: la especulación financiera, el cortoplacismo, la codicia desmedida de ingenieros/nigromantes financieros que inventaban artículos bursátiles tóxicos, vacíos, vendedores de humo, especuladores de las necesidades ajenas, de las rentas del futuro, de la deuda de los eternamente endeudados…

El Estado salió al rescate: primero inyectando liquidez, ayudando a los bancos en quiebra, y luego a través de los planes de estímulo de las economías que trataban de contrarrestar la paralización de la iniciativa privada que provocaba la ausencia de crédito.

Luego, para paliar el déficit que provocó esta situación, nuestros gobernantes -cráneos privilegiados- optaron por el atajo fácil: castigar a los ciudadanos con los recortes en la protección social, en los sueldos de los funcionarios, en las pensiones, flexibilizar el despido…Existen otras medidas más justas para combatir el déficit, evidentemente: subir los impuestos a las rentas más altas, gravar los desorbitados beneficios de bancos y empresas financieras. Pero esto de momento sólo se ha quedado en intenciones borrosas, palabras desde las tribunas, agua de borrajas.

Y de aquellos planteamientos maximalistas que ahondaban en la solución de una crisis sistémica nada de nada. El poderoso sector financiero impuso su chantaje. Las empresas de rating, aquellas que calificaron altamente a las empresas que propiciaron la debacle y que luego quebraron, castigaron a los países dudando de su solvencia a la hora de abordar sus deudas, calificándolas por la baja. Empresas de rating que escapan a cualquier control administrativo y gubernamental, a cualquier calificación, que dictan el destino y el valor de los futuros y del mercado. Quizá la mano invisible que todo lo controla.

La soberanía de los pueblos quedaba puesta en entredicho. Los gobiernos, dóciles, no podían plantear su propio modelo de gestión de la economía pues el sistema imponía su extorsión dictando las estrategias a seguir.

La vieja complicidad entre el capitalismo y el Estado (siempre en beneficio del primero), aquella que instauró lo que algunos llamaron el Nuevo Orden Mundial, ese que asesinó a Clío y sus adoradores, alcanzó su máxima expresión. Lejos de reformular un nuevo sistema de convivencia, de renovar el Contrato Social de forma que el reparto de la felicidad y de la riqueza fueran más equitativos, los Estados apuntalaron el sistema, haciéndolo más injusto si cabe.

Los beneficios se privatizan y los riesgos, los perjuicios se socializan. Siempre pagan los mismos.

Cuenta la leyenda que el gobernador de Altdorf ante la rebeldía de Guillermo Tell le obligó a disparar con su ballesta a una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo. Si acertaba sería perdonado.

El cantautor cubano Carlos Varela escribió una hermosa canción en la que el hijo de Tell se rebelaba y se empeñaba en ser ahora él el que disparara a la manzana, colocada esta vez en la cabeza de su padre.

Ya va siendo hora de cuestionar sobre qué cabeza se ha de colocar la manzana. Hartos de asumir el coste y el riesgo, los hijos de Tell quizá debieran decirles a sus gobernantes que o ponen la manzana sobre sus cabezas o apuntan sus flechas a los verdaderos responsables del desastre, aquellos que nos exigen que nos dobleguemos ante el chantaje de un sistema enfermo que ha demostrado no ser capaz de dar respuestas a las necesidades reales de la mayor parte de los habitantes de este disparatado y maravilloso planeta azul.

martes, 11 de mayo de 2010

Planes

Bailaban con flores amarillas las retamas mecidas por el viento y sobre el Mediterráneo brillaban láminas de luz sobre las que se deslizaban las horas. Fuimos felices en los días en los que recorrimos su costa y suspiramos las canciones como quien sopla un diente de león, semillas suspendidas en el aire de esta primavera lluviosa.

Y ahora seguimos haciendo planes. Tocamos en Granada y en Madrid. Cuando toco en casa es inevitable sentir una responsabilidad añadida que acrecienta el nerviosismo sobre el escenario. Lejos de sentir la complicidad propia de tocar ante viejos conocidos, no dejo de reparar en cada detalle, pensando que el nivel de exigencia va a ser mayor. Y así, sucede que eres feliz durante el concierto pero no lo descubres hasta un tiempo después, cuando analizas el recital y haces repaso de lo vivido.

Pero antes pasaremos por Granada, allí donde Lorca soñó un caballo azul y una madrugada, (Lorca que no fue enterrado con su guitarra y bajo la arena, entre los naranjos y la hierbabuena), allá donde la Alhambra vigila la senda roja del tiempo.

Pronto viajaremos a Latinoamérica. Cruzaremos el océano unas cuantas veces este año. En esta primera visita queremos ir a Argentina, Uruguay y Chile. Chile más que nunca. Ojalá podamos visitar Concepción de nuevo, ciudad golpeada por la cólera terrestre, Pachamama implacable mostrando sus dientes.

Tenemos pendiente un viaje a Palestina. Estamos invitados por la Oficina de Cooperación a participar en un “Concierto de las cuatro Lenguas” junto con otros artistas que se celebrará en Belén. Y queremos aprovechar el viaje para colaborar de alguna manera con la UNRWUA, la agencia de la ONU que trabaja con refugiados palestinos. En esas estamos.

También está en nuestros planes empezar a trabajar en otro proyecto cinematográfico con Juan Pablo Martínez, pero, como dice el cuento, esa es otra historia y merece ser contada en otro momento.

Y uno hace planes mientras el mundo sigue en su torbellino. Los corredores de bolsas del mundo gritan desquiciados subidos a sus norias disparatadas.¿Dónde queda la soberanía de los pueblos cuando son otros los que determinan el precio de la vida, cuándo desde fuera nos dicen los cambios estructurales que nuestras economías necesitan (siempre dirigidos a liberalizar los mercados, debilitar los controles estatales y flexibilizar los despidos)?¿Por qué el endeudamiento de los países es tan malo y no lo es tanto el de sus ciudadanos hipotecados de por vida, consumidores voraces de las rentas del futuro? La especulación, desatada, anfetamínica, aprovechando la inyección de dinero barato hecha por los Estados, retuerce la realidad económica, como un niño caprichoso el peluche regalado. La realidad virtual se convierte en realidad a secas, y pagan la factura los que menos tienen que ver con el origen de la crisis.

A nosotros nos dijeron que esta era una crisis financiera, ¿por qué entonces hacer una reforma laboral? ¿cuándo se demostró que el detrimento de las condiciones laborales de los trabajadores ayuda a salir de la crisis? Pescadores borrachos ríen a carcajadas y sacan a manotazos peces del río revuelto.

Dicen que la sonda Voyager está saliendo de la frontera del sistema solar. Como los barcos que a lo lejos veíamos en el Mediterráneo, la sonda seguirá su viaje silencioso, ajeno a los vaivenes bursátiles, a la genista regalando el polen de sus flores amarillas al viento de mayo, a mis planes, a tu vida. No creo que el mensaje que porta, dirigido a posibles inteligencias extraterrestres, hable de este mayo frío aplazando el futuro, de nuestras ganas de vivir, de tu fiebre y de tantos planes escritos en los charcos de la lluvia de esta primavera que se empeña en ser invierno.

martes, 4 de mayo de 2010

Llueve

Una cortina de agua baila por las calles de Barcelona, dibujando en el suelo coronas de agua. Llueve sin parar durante todo el día. Barcelona, empapada, abre su gabardina, como un exhibicionista, invitándonos a todos a escondernos bajo su abrigo, para guarecernos de la tromba. Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo.

La primera vez que toqué en Barcelona apenas éramos una decena de personas. Fue en la sala Tarantos allá por el 97. La Plaza Real saludaba la entrada de aquel muchacho de Madrid, con relámpagos en los ojos, con su despliegue de turistas, malevaje y palmeras abriéndose al cielo como una oración. En el local abrí la funda de mi guitarra y derramé las primeras canciones de “Atrapados en azul” ante un público desconocido y curioso. Ya ha llovido desde entonces. Casi tanto como hoy.

Desde entonces cada uno de mis discos ha sido presentado puntualmente en Barcelona, estrechando el vínculo que me une a esta ciudad en la que he dado largos y hermosos conciertos. Después de Tarantos, el Llantiol. Luego el Apolo. Alguna vez en el festival de Barna Sants, y más tarde el salto al Palau, con las musas vigilando nuestro canto de titiritero, temblando con la magia que palpita en cada tesela de sus mosaicos. Después vendría el Auditori, que nos recibirá en estos días para celebrar que aún intentamos recordar qué era vivir.

Barcelona. La ciudad de los prodigios. “Más, cada vez más honda
conmigo vas, ciudad,
como un amor hundido,
irreparable.

A veces ola y otra vez silencio” cantaba Gil de Biedma.

Barcelona es para mi Gil de Biedma. José Agustín Goytisolo. Fonollosa en la voz de Albert Pla o en los versos de Ciudad del hombre: Barcelona. Es el Pijoaparte seduciendo a la niña rica que fantasea con proletarios. Son los poemas de Joan Margarit cargados de nostalgia, de trenes que viajan en la noche, y de la memoria herida por aquellos que perdimos.

Barcelona me trae recuerdos de una noche en Montjuic cuando The Police abría la botella y leía su mensaje . Barcelona es la voz de Llach o de Serrat. El “Qualsevol nit pot sortir el sol” del galáctico Sisa. Barcelona son retales de mi vida, fotos a contraluz. Me siento hoy como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre, cantaba Manolo García.

Barcelona es el paseo por el barrio gótico tarde, como siempre tarde, una noche “en que comenzaba todo, toda la noche amor. Toda la noche claridad y vehemencia, toda la noche amor.” Cantaba Goytisolo.

Esta será una semana recorriendo el Mediterráneo. Quedarán prendidos en nuestro pelo rayos de sol como agujas de pino tras la siesta. Volveremos a Madrid tras pasar por Palma de Mallorca, Barcelona, Tarragona y Valencia. Traeremos hasta Madrid el sabor amargo del llanto eterno, ese que lleva adherido Serrat a la piel, un trozo de Mediterráneo con el que pintaremos de azul las futuras y largas noches de invierno.

Viajamos soñando ser eternos, como el mar que vigila nuestro recorrido, bebiendo el incansable aguacero que nos acompañará en cada trayecto, para devolver en futuras canciones algo de aquello que amamos.

Llueve, y mientras el compás obstinado del limpiaparabrisas mece nuestro sueño, Barcelona se abre como una flor tras el cristal del auto que nos lleva, con la tranquilidad de un barco que atraca en el final de la noche. Miramos llenos de agradecimiento el paisaje envuelto en la cortina de agua, sus calles brillantes, como el lomo de una ballena dormida, mientras la ciudad espera a que amaine, como un amor hundido e irreparable, marchando hacia tu encuentro.