martes, 23 de agosto de 2011

Te debo una canción


Para Montse (con permiso de Joaquín al que le debo mil canciones)



Te debo una canción,

que hable de mujeres con piel de quinoto,

de hombres con voz de caracola,

de borracheras al pie de acantilados

mientras el sol acuchilla el horizonte,

de perros correteando por el césped del Retiro,

y libros abandonados en los bancos.


Pero la luz estroboscópica

de estos días de hecatombe financiera,

de tierra ennegrecida por el incendio,

esta nube de cenizas que levanta cada paso,

la luz de notario que escribe este futuro

sin árboles, sin libros y sin hijos,

apenas me deja hueco en el pulmón para un suspiro,

tiempo que perder en la cocina,

calma para darte la canción que aún no te he escrito.


Te debo una canción

que hable del borde la vida

allá donde navegas de lunes a viernes,

soplando las costras en las almas,

pedazos de diamante maltratado

que tu lustras con paciencia, generosa.

Que hable de tu risa azulmarino

tu voz desalambrando la mañana

de la bronca que suena a maremoto

si tu marido y yo llegamos tarde,

la noche nos abriga como madre

que teme que sus hijos se hagan grandes.


Pero este mes viene desmadejado

y todo trae el sabor de un vino malo,

agriado por la sal que traen los llantos

de las salas de embarque hacia la nada.

Difícil es tejer las melodías,

si el mundo se deshace este verano

como los nombres que ha tallado en hielo

aquella adolescencia que habitamos.

Habrá que someter a referéndum

las cartas de los bancos, la tristeza

que flota entre los restos del naufragio,

las flores de papel, las despedidas.


Te debo una canción.

Estoy en ello.

martes, 16 de agosto de 2011

La carretera

Tiembla la cinta roja, el rosario regalado

bajo el espejo en el que todo se aleja.

Las manos en el volante,

la mirada en la carretera

y detrás de los ojos tu imagen,

la promesa pendiente,

las vacaciones futuras,

las dudas y los sueños haciéndose horizonte,

llenándolo todo.


Volvemos a casa,

que no es más que un estado de ánimo.

Somos de dónde nos dan de beber,

de donde nos abrazan los fantasmas

o de allá donde nuestro nido duerme.

Volvemos a casa

y el coche ronronea como un animal cansado.

En la ventanilla un borrón retrata lo que fuimos.


Nos preguntamos quién habitará la casa

iluminada bajo la lluvia,

cómo será la vida en esa aldea que dejamos atrás,

cómo serán las noches de esa muchacha

que cobra las golosinas y los refrescos

en la estación de servicio casi desierta.

Tararea una cumbia

y cuenta el vuelto con gesto mecánico.

Sonríe pensando en un nuevo abrazo.

Pero tu coche ya se ha alejado,

y devora bajo sus ruedas la vida

hecha horizonte.


Un perro camina solo por el arcén

y nos recuerda a todos los perros que tuvimos,

leales amigos que siempre trajeron la infancia

a los hogares que habitaron.

A tu lado, mientras viajas

crecen ciudades de chapa y miseria,

ciudades sumergidas, ocultas,

de negrura cegadora.

Evitamos mirar esas paredes tras las cuales

anda descalza la esperanza

y una pátina de óxido y tierra

cubre el futuro, allá donde niños mocosos

tiran piedras al olvido.


Somos esa carretera

que nos acerca a casa,

las ruinas que dejamos atrás,

el terco camión que jadea subiendo la cuesta,

el que cronometra el viaje repetido

e, infeliz, suspira satisfecho

por los minutos robados.


Y el viaje nunca acaba

porque al llegar somos otros

vistiendo el mismo cuerpo,

cansados por las horas al volante,

dichosos por encontrar tu mirada

en el asiento del copiloto

como la promesa de un hogar duradero.

martes, 9 de agosto de 2011

105







En la foto desgastada por el tiempo, ella sonríe tímidamente. Se abraza el cuerpo mientras espera a que la cámara abra su pupila para salvar este instante del olvido. Roberto Ismael, “Pilunchi” como le llaman los vecinos, ha colocado cuidadosamente la cámara sobre la nevera con el disparador automático. Sonríe, expectante, al otro lado de la foto. Entre él y su hermana, su amigo Jorge mira despreocupado. 8 años después, el 21 de enero de 1976, es secuestrado en el 4.265 de la calle Hernandarias, en Santa Fe. Desaparecido. Militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y había estudiado para Perito Mercantil.

En la foto que el tiempo ha de desgastar, la ausencia, luminosa, tiembla allá donde otro cuerpo habitó los sueños. Junto al hueco que dejó Roberto Ismael, su amigo y su hermana. Ella conserva el gesto casi infantil, tímido de la otra foto, aunque el cansancio es otro. Se abraza como antes y ahora parece que es del frío de quien se protege. Jorge mira a la cámara como lo hizo casi 40 años antes. Tras ellos otra puerta cerrada.



Es un día alegre. Manuel y Blanca se casan. Ella mira hacia el suelo, serán los nervios de un día tan señalado. Manuel dirige sus ojos a la cámara casi desafiante, y permanece al lado de la que ha de ser su esposa. Angelita parece sonreír por algo que no acertamos a observar. Mira hacia fuera y abraza a su novio, Raúl Alberto, hermano de Manuel. Éste agarra la breve cintura de Angelita y el blanco y negro de la foto recorta su rostro como el de una figura bíblica. Es más joven de lo que parece.

“Son órdenes”. Eso le dijo a Angelita el conductor del jeep en el que llevaban el cuerpo agonizante de Raúl Alberto al destacamento policial. La noche del 11 de junio de 1976 hombres armados irrumpen en su casa. Se identifican como miembros del Ejército. Descargan sobre él sus pistolas. Luego entra la policía y registra la casa. Su mujer, Angelita, pide desesperadamente, a gritos, que lo ayuden. La policía accede a llevarlos al destacamento. Él es líder estudiantil en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica Argentina. No se le conocía militancia política activa. Angelita permanecería detenida 5 días, incomunicada y a disposición de las autoridades militares.

En la foto que el tiempo ha de desgastar Angelita mira a alguien que está fuera. Ya no sonríe con la inocencia de la foto en blanco y negro. Nadie abraza su cintura. El hermano de Raúl Alberto y su cuñada en idéntica pose pero a todo color. Aunque el tiempo nos hizo otros, lucha por asomar el relámpago de la juventud en las miradas. Y a la izquierda, la ausencia de Raúl Alberto, atronadora.


Las fotografías las encontré en un emocionante libro. Previo al concierto en Paraná tuve un encuentro con miembros de HIJOS. Aquellas maravillosas muchachas me hablaban con cierta emoción de los procesos que se están abriendo en la región contra criminales de la dictadura. Me obsequiaron esta colección de retratos. Se llama Ausencias y las fotografías están realizadas por el entrerriano Gustavo Germano. Las ausencias revelan el drama de tantos “trabajadores, militantes barriales, estudiantes, obreros, profesionales, familias enteras; ellas y ellos víctimas del plan sistemático de represión ilegal y desaparición forzada de personas, instaurado por la dictadura militar Argentina, entre 1976 y 1983”.

Otra ausencia es llenada. La Abuelas de la Plaza de Mayo encuentran al nieto 105. 105 niños secuestrados durante la dictadura se han reencontrado con su identidad, con su familia, con su historia. Laura tenía dudas con respecto a su origen y decidió hacerse un análisis de ADN. Así supo que nació en el Hospital Naval en febrero de 1978, por cesárea. Su madre dio a luz en cautiverio. Sus padres fueron secuestrados y llevados a la ESMA cuando su madre estaba de cuatro meses.

Aún hoy, después de tantos años, las ausencias dejadas en los retratos se llenan de rostros. Al fin y al cabo, de vida, esas ausencias, siempre estuvieron llenas.

martes, 2 de agosto de 2011

Habemus Papam

Decía mi abuela “una misa no hace daño a nadie” cuando, habiendo fallecido un amigo de mi padre, pedía que se celebrase una por el difunto en la iglesia de su pueblo, aunque éste no hubiera pisado lugar más santo que los bares en los que había brindado con mi viejo. No sabía mi abuela por entonces, claro, del coste de la misa que el Papa va a celebrar en Madrid a propósito de las Jornadas de la Juventud convocadas en mi ciudad.

Dicen que al Estado no le costará nada, que sólo reportará beneficios para la capital, pero lo cierto es que entre la cesión de los espacios públicos (colegios, polideportivos), el trabajo de los funcionarios, las exenciones fiscales a las empresas patrocinadoras y otras cosas (como el traslado de los papamóvil en un avión Hércules del ejército español) los contribuyentes aportaremos cerca de 30 millones de euros para sufragar la visita del Papa. Que por cierto no viene como Jefe de Estado sino como autoridad máxima de la Iglesia, para evangelizar a la descarriada España, víctima del azote laicista que sufre occidente.

Más allá de este gasto, la propia Iglesia ha reconocido que el coste de las jornadas y de la visita serán de entre unos 47 a 54 millones de euros, según declaraciones del propio obispo auxiliar de Madrid.

La ayuda del Estado español mandada a Somalia, que sufre una hambruna aberrante, es de 25 millones de euros.

Respeto profundamente las convicciones religiosas de cada uno. Admiro el trabajo de aquellos que, movidos por su Fe, sacrifican su tiempo y sus vidas intentando paliar el sufrimiento ajeno, poniéndose del lado de los excluidos, de los que menos tienen. Muchos de ellos pertenecen a la Iglesia Católica. Es por ese respeto que me parece totalmente indispensable la separación definitiva del Estado y de la Iglesia. Y es por esto que considero lamentable que el dinero de los contribuyentes se emplee en unos actos de estas características, en tiempos tan difíciles como los que nos tocan vivir.

La Iglesia católica también tiene sus indignados y son muchos los que tratan de hacerse escuchar enfrentándose a una jerarquía que se ha alejado de sus feligreses. Se llenarán las plazas jaleando al Papa, pero las parroquias se van quedando cada vez más vacías.

Desde el otro lado del océano observo como se desarrollan los acontecimientos en mi ciudad. Aquí, en Argentina, ponemos una cinta roja en un altar del Gauchito Gil, bandolero bueno, santo pagano, para que nos proteja en la carretera, pegamos una estampa de Osvaldo Pugliese, pianista militante, otro santo que espanta la mala suerte, en las fundas de nuestras guitarras, hay quien le pide a Rodrigo, cantante de cuarteto, que le cure el alma y quien le suplica a la Pachamama para que el invierno no nos maltrate. Yo le rezo a mi amada y venero su rostro, dulce, ferozmente, bebo del breve hueco de sus manos la savia sagrada que cura el olvido, cuento las pecas de su cara como los misterios de un rosario. Brindo por el futuro mientras observo a lo lejos mi ciudad y su imagen, trémula por el calor que se eleva desde el horizonte, me trae recuerdos de los amigos, abrazos solidarios, fotos de la familia y rumor de tormenta.