martes, 25 de noviembre de 2008

Se abrirán las grandes alamedas

Salvador Allende se atrevió a soñar un Chile diferente. Uno en el que los niños nacieran para ser felices, en el que todos tuvieran acceso a una vivienda, a la luz, al agua potable, en el que los mayores tuvieran derecho a un descanso justo, en el que una reforma agraria beneficiara también a pequeños y medianos agricultores, en el que la asistencia médica fuese gratuita... Así lo revelan las cuarenta primeras medidas que el Gobierno de la Unidad Popular pretendía impulsar durante su mandato.

El sueño se vio truncado por un sangriento golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.

Allende afirmaba en su último discurso radiofónico:
Trabajadores de mi patria: Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

Los días 7 y 8 de noviembre se abrieron las grandes alamedas para que en la Pista Atlética homenajearan al hombre libre que fue Salvador Allende.

Mientras cruzamos la cordillera observo el paisaje. Los picos andinos asoman por encima del mar de nubes, curiosos, vigilando nuestro paso y nuestro sueño. Me emociona volver a Chile. Más aún en un contexto de estas características. Aterrizamos cansados pero ansiosos por el encuentro en la celebración del Centenario de Allende.

A la mañana siguiente, el día del concierto, visitamos Villa Grimaldi. Lo que fue ayer un centro de detención y tortura hoy es un centro para la memoria. La paz que se respira en el recinto, el olor de las rosas plantadas por cada víctima contrasta de forma terrible con el desgarrador testimonio de los supervivientes.

Alguien cuenta como una de las presas le narraba sus interrogatorios. Entre torturas ella afirmaba no ser más que una cantante de folklore. ¡Canta!, le ordenaban sus carceleros, ¡canta entonces! Y ella entonaba el “Gracias a la vida”. Al contar esto, pasado el tiempo, la protagonista se echa a llorar. ¿Por qué lloras?”, le pregunta el que escucha. “Por haber traído a Violeta hasta este horrible lugar” responde entre lágrimas.

A veces escuchando ciertas historias descubres que si haber vivido aquello supone una experiencia terrible, sobrevivirlo tampoco es fácil para ellos. Y les escuchamos hablar de compañeros de celda que nunca regresaron.

Dar testimonio de lo vivido alimenta la Memoria Histórica y la certeza de que no se han de repetir los errores, las atrocidades cometidas en lugares como aquel. La memoria es herramienta de futuro.

Antes de irnos nos enseñan las vigas a las que amarraban a los presos antes de lanzarlos al mar. Fueron utilizadas como prueba por el Juez Guzmán Tapia en uno de los procesos que abrió contra los asesinos.

Marchamos a la prueba de sonido con un agujero en el pecho y tarareando la canción de Violeta Parra: gracias a la vida que me ha dado tanto...

En la prueba de sonido nos encontramos con Pancho Varona y García de Diego, dos grandes. Charlamos mientras esperamos nuestro turno para probar sonido. Hablamos de viajes, de amigos comunes, de planes por hacer... Al terminar la prueba partimos para el hotel para prepararnos para el concierto.

Es inevitable que los nervios te asalten en los momentos previos a un concierto, pero cuando se trata de uno de estas características casi hay que abofetearme y empujarme para salir como a la bailarina de Candilejas de Chaplin.

Antes me encuentro con viejos amigos, con maestros del oficio. Sabina me dice”Ismael, ¿me dejas una guitarra?”. Joder, te la regalo, te doy las palmas y lo que haga falta. Quién me lo iba a decir.

Llega mi turno. Me presentan. Pero aún no puedo salir. Hay que preparar el escenario, montar las líneas y los pedales de las guitarras, chequear sonido. 30.000 personas esperan pacientes y yo estoy que me subo por las paredes. La espera se me hace eterna. Por fin cantamos y el público me abraza con sus gritos y aplausos. Fue un momento inolvidable. Miguel Ríos me recibe al salir del escenario con una sonrisa cómplice. Otro maestro. Uno de los rockeros más grandes de este país que llena el escenario con su voz aterciopelada. Cuanto le queda a uno por aprender.

Al día siguiente tocamos en el Teatro Oriente. Se trata de un viejo amigo. Hemos vivido allí momentos felices y como hemos repetido en este blog estamos dispuestos a desobedecer a Sabina, aunque sólo sea en esta ocasión: regresamos a los lugares en los que fuimos felices. Y lo volvemos a ser. Peumayen amanece tranquilo y esta vez su mar sabe a Pacífico y a versos de Neruda. Nuestro mar ilumina nuestros sueños como lo hace en la habitación del poeta en su casa de Valparaíso, la Sebastiana. Mi guitarra es el mástil de proa y atracamos felices en el teatro de Providencia. Me moría por volver.

Los días posteriores nos toca hacer la promoción habitual: entrevistas en radio, televisión, prensa. Y preparamos el viaje Puerto Montt, donde será la primera vez que actuemos.
Puerto Montt, en la región de los lagos, es una hermosa ciudad protegida por una bahía que no te deja ver el mar abierto. Jara le cantaba a un episodio trágico en la historia de la ciudad: varias personas fueron asesinadas cuando los carabineros asaltaron e incendiaron las chabolas de familias sin hogar que habían ocupado los terrenos de un acaudalado terrateniente de la ciudad.
El día de la llegada salimos para Puerto Varas para comer. Hermoso paisaje y tremenda comida. Nuestro técnico de luces, Vicente, inventa un nuevo refrán:
Hay que echarse buena siesta, tras comerte un buen curanto o tras un pedo de espanto.

Con rima y todo. Y a los lejos los volcanes iluminan con sus cumbres nevadas el cielo de la bahía.

Antes del concierto tenemos rueda de prensa y gente del gobierno de la región nos recibe hospitalariamente dándonos la bienvenida. Nos informan de lo dura que fue la evacuación de los pueblos que se vieron afectados por el volcán Chaitén. Algunas de las entradas se regalaron para los refugiados en Puerto Montt.

El concierto es maravilloso. Para nuestra sorpresa, en nuestra primera visita, tan al sur del país, mucha gente acude al concierto y canta entusiasmada las canciones. El atardecer en Peumayén envidia algo al de la bahía de Puerto Montt y en nuestras redes intentamos atrapar algo de la luz que nos regalaron las risas y el canto de estos nuevos viejos amigos. Una gran noche e infinito agradecimiento por la generosidad de un pueblo que nos hizo sentirnos como en casa y que nos arropó con su voz.

Volvemos a Santiago al día siguiente donde tenemos de nuevo concierto en el teatro Oriente.
Nunca me gustaron las despedidas, pero esta fue especial. Es nuestro último concierto en este tramo de la gira americana. Si bien sé que regresaremos pronto, es difícil no emocionarse. Peumayén se despide de Santiago con nuevas historias, con nuevas risas, con nuevas lágrimas. Fue un concierto muy emocionante. No sólo por el sabor a despedida si no porque el público nos devolvió el reflejo de las estrellas que cruzan la noche de Peumayen en el espejo de sus rostros. Volveremos pronto, porque, la canción está en lo cierto, siempre muero por volver.

Recuerdo cuando me despido de mis hermanos argentinos, Néstor, Beto, compañeros de viaje y peripecias en estos días, en los aeropuertos. Como somos dados a la sentimentalidad en exceso y porque nos queremos mucho intentamos abreviar la despedida todo lo que podemos mientras nos iluminan las pantallas con los avisos de las partidas de los vuelos. Esbozamos un hasta luego precipitado con la voz rota y nos damos un abrazo apresurado, como si no fuera para tanto. Intentamos entrar a la sala de embarque sin mirar para atrás y finalmente lo hacemos porque no podemos evitar echar un último vistazo a la gente que tanto nos da y que tanto nos importa. Y entonces se resquebraja la coraza que planeaste vestir en momentos como este, y le tiembla a uno la mirada mientras queda en la retina la imagen de esos tipos que hacen que las cosas merezcan la pena, que siempre están ahí, caminando a tu lado, soñando despiertos, y haciendo este viaje apasionante, abriendo ventanas a la incertidumbre y sobre todo a la esperanza.

Y ahora, como entonces, trato de abreviar la despedida, como el hasta mañana que nos decimos después de cada concierto, porque aún queda todo por hacer, porque sabemos que pronto volveremos a desplegar las velas de nuestro barco para encontrarnos con un Peumayén amanecido arribando en nuevas costas. Gracias por tanto.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Fe

Sentado en la terraza veo caer la tarde en La Rioja. La gente pasea sin prisas y las campanas de la iglesia marcan la hora. En la tarde primaveral todo parece descansar con la calma de un animal adormilado que ver pasar los coches.
El viaje desde Tucumán por carretera nos permitió admirar el paisaje desde la cuesta del Totoral, el verde iluminaba el interior de la furgoneta en la que viajábamos mientras soñábamos despiertos unos, dormidos otros.

La tarde cae mientra espero sentado en la terraza. Acabamos de llegar y tenemos rueda de prensa. Todo transcurre sin prisas en esta pequeña ciudad.

Al día siguiente después de comer decido dar un paseo. El sol no es tan amable como la tarde anterior y clava sus agujas en todo transeúnte que se atreva a salir de casa. Todas las tiendas están cerradas. La siesta es sagrada. Y absolutamente inevitable, me digo a mi mismo después de recorrer en vano las calles peatonales de La Rioja aplastado por el despiadado sol.

Por la noche el faro de Peumayén empieza a parpadear. Es nuestro concierto número cien y lo celebramos sobre el escenario. Es la primera vez que tocamos en esta ciudad y el público nos hace sentir como en casa en nuestra primera cita. Los barcos tocan sus sirenas desde nuestro puerto itinerante y el público generoso se suma con sus aplausos. Dicen que las primeras veces dejan una huella especial en la memoria. Así será.

Al día siguiente partimos para San Juan. Pasamos cerca del santuario de la Difunta Correa y decidimos detenernos allí.

Siempre me llamó la atención el fenómeno de los santos laicos en Argentina: la Difunta Correa, el Gauchito Gil. Puedes encontrar sus altares en todas las carreteras, velando por el bienestar de los que habitan los caminos. Los lazos rojos de los altares del Gauchito bailan empujados por el viento y las botellas de agua descansan en recuerdo de la Difunta, con la esperanza de calmar la sed que la mató.

Cuenta la leyenda que el marido de la Difunta Correa fue reclutado forzosamente dejando en su casa a su mujer abandonada junto con su pequeño hijo. La señora Correa salió en busca de su marido con el bebé entre los brazos y trató de seguir sus pasos por los desiertos de la provincia de San Juan. Cuando se le acabó el agua decidió sentarse bajo un algarrobo. Allí murió de sed y de pena.

El milagro se produjo cuando encontraron su cuerpo unos arrieros y comprobaron que, a pesar de que Correa había fallecido, el niño seguía con vida, pues estaba amamantado por los pechos aún vivos del cuerpo inerte de la madre. Milagro.

La necesidad de creer ha levantado un magnífico y rocambolesco santuario en mitad de la nada sanjuanina, allá donde, dicen, encontraron el cuerpo. Varias capillas alicatadas por fuera con las placas de gente que agradece a la santa su intercesión en el cumplimiento de sus peticiones encierran todo tipo de ofrendas inimaginables. Desde coches sensacionales, a vestidos de novias, desde un pingüino disecado (juro que lo vi) hasta las copas y medallas ganadas por pequeños y no tan pequeños equipos. Un bazar rocambolesco y desordenado que llena capillas y capillas, que se siguen construyendo ante la creciente llegada de ofrendas traídas por los devotos de todo el país. Personalidades insignes han hecho peregrinación hasta allí y cuentan (yo no lo vi) que existen enormes naves llenas de multitud de objetos que ya no caben en las capillas: desde camiones a guantes de boxeo.

El poder de esta santa no reconocida por la iglesia católica es notable. Desde luego, la fe mueve montañas, y también las puebla de complejos religiosos como este que ahora nos deja boquiabiertos.

Después de esta experiencia religiosa seguimos con nuestro camino entre los viñedos que rodean la ciudad. Por fin llegamos a San Juan.

De nuevo la tarde nos recibe cálida y aprovechamos para pasear conmovidos aún por la necesidad de fe de tanta gente, que finalmente es resultado de otras necesidades más básicas que no encuentran respuesta.

San Juan es nuestra última parada en Argentina antes de salir para Chile. El concierto se realizó en un hermoso auditorio, moderno, orgullo de los habitantes de la ciudad. Casi podía ver las caras de todos los presentes y la complicidad fue total. Tenía sabor de despedida, pero era un hasta luego. Fue un diálogo maravilloso que retumbó en los callejones de Peumayén, allá donde las tabernas abrazan a los marineros que saben que marcharán al día siguiente pero no cuando han de volver. Nuestro mar estaba tranquilo y la música nos quemó como una hoguera prendida en la playa con llamas verdes y azules. Hasta siempre San Juan. Hasta pronto Argentina.

Una cinta roja tiembla en un altar del Gauchito Gil, el bandolero bueno, situado poco antes de entrar a San Juan. La coloqué con cuidado, entre otros trapos colorados, entre otras promesas, con la sonrisa escéptica del por si acaso.

Que nos ampare en nuestro viaje. Que nos permita volver.

Yo también necesito creer. Por eso creo en Casandra. Por eso creo en ti.

lunes, 3 de noviembre de 2008

De Junín a Tucumán: el norte también existe

Llegar a Buenos Aires es como llegar a casa. Más aún cuando nos esperan nada más aterrizar familiares y amigos para hacer repaso de lo andado en este mes de gira. Llegamos tarde y cenamos también hasta tarde, extendiendo la charla hasta que los camareros barren y amontonan las sillas sobre las mesas y, afuera, la ciudad duerme.

Apenas tendremos tiempo para estar en la ciudad, al día siguiente partimos para Junín donde realizaremos el primer concierto de nuestro paso por Argentina. Son once años de noviazgo con un país que siempre ha sido muy generoso con nosotros. Esta noche no será diferente. El público nos recibe con calor. Vienen de muchas partes de Argentina, me dicen en el teatro. Les agradezco infinitamente cada momento vivido. Después de más de 200 Km. de carretera Junín abraza a Peumayén y su faro empieza a parpadear. Es nuestro primer recital en Argentina en este tramo de la gira y los nervios son inevitables. El público me ayuda a soñar a despierto. Me emociona recibir tras el concierto a gente de la municipalidad que me regala la distinción de Huésped de honor de Junín. Me siento muy honrado y me doy cuenta del privilegio que supone vivir cosas tan buenas. Nos despedimos pidiendo disculpas por la partida. Nos quedan muchos kilómetros de regreso hasta Buenos Aires.

Al día siguiente toca trabajar en la película. El hombre que corría tras el viento está en fase de postproducción. Tengo que reunirme con Juan Pablo, el director, para ver como va la mezcla de la música que grabamos en Madrid. Poco a poco las piezas del rompecabezas se van ensamblando y la historia empieza a tomar forma en las miradas de Jazmín Stuart, Bárbara Lombardo y Pasta Dioguardi. Me emociona encontrarme con escenas que aún no había visto y que me recuerdan los días felices del rodaje. Nos despedimos haciendo planes y dejamos al hombre caminar tranquilamente tras el viento, sin prisas, como el fantasma de una Llorona que persigue consuelo.

Al día siguiente emprendemos nuestro viaje hacia el norte argentino.
Si uno revisa las ofertas turísticas que desde España ofrecen maravillosos viajes hacia Argentina podremos observar la silueta de una pareja abrazada mientras baila tango y las casas de Caminito recortándose sobre el horizonte, el majestuoso glaciar Perito Moreno con su muralla azul desafiando al cielo de Calafate o a la lejana Ushuaia al sur, muy al sur, allá donde se forjan las leyendas de los pioneros, donde los presos construían el ferrocarril, donde los onas suspiraron viendo su último crepúsculo. Pero el Norte también existe.

Allá al norte existe una maravillosa tierra que en más de una ocasión nos dio cobijo en sus paisajes y escenarios y donde, tal y como decíamos al principio de este blog, desafiando a Sabina, decidimos volver.


El avión nos deja en el aeropuerto de Salta y su cielo encapotado nos cubre de frío. Salta, situada al noroeste del país, en el altiplano argentino, es una ciudad que cada vez atrae más turistas: sus paisajes, su ciudad de calles y casonas coloniales de clara herencia española nos reciben con la serena elegancia de otras veces. Mientras comemos unas empanadas unos muchachos tocan una zamba y en el bombo legüero resuena el lamento de todos los pueblos originarios que habitaron soberanos un día el altiplano. Apenas tenemos tiempo para pasear por la ciudad. Prometo hacer terapia para superar mi vértigo y encontrar tiempo la próxima vez para subirme al tren de las nubes.
Un público expectante, sereno y a la vez entusiasta recoge nuestro ramo de sueños y lo lanza al cielo de Peumayén, coloreando el atardecer naranja de nuestra aldea costera con sus pétalos celestes.

Al día siguiente vamos para Jujuy. En la carretera el viento hace bailar las cintas rojas en los altares del Gaucho Gil y en el teléfono tirita la voz de aquellos a los que echamos de menos.

En esta ocasión no tendremos tiempo para poder ir más al norte, hacia Purmamarca, Tilcara, la Quebrada de Humahuaca. Allí donde la Pachamama conecta directamente con los cuerpos y las almas que pisan sus caminos, donde el vínculo con la Madre Tierra es de piedra y de abrazo, y de viento y besos.
La gente mastica la coca mientras suenan los charangos y el folklore convoca a los ancestros coyas a vigilar por el futuro. La primavera tirita en el viento de la kena y voces de arena le cantan a una ciudad que duerme en el vientre de la Pachamama.
El concierto es tranquilo. El ir y venir de las olas que chocan contra el malecón de Peumayén sólo es interrumpido por los susurros de los que cantan con nosotros, meciendo la primavera que huele a mañana de domingo en lo alto de los cerros. Un concierto mágico y tranquilo.

Nuestra siguiente parada es Tucumán, la herida, la rebelde. Tucumán, tierra de Mercedes Sosa, fue una ciudad muy represaliada antes incluso de la dictadura. Los amigos nos dicen que aquella ciudad sirvió de laboratorio para experimentar la represión que luego, en la dictadura, se extendería por todo el país. Fue foco revolucionario, guerrilla incluida. Acudían estudiantes de todo el Altiplano para estudiar en las facultades de sicología y sociología. Tras el golpe de Estado la carrera de sociología se suspende por considerarse subversiva.
Ahora, otra brisa recorre la ciudad que nos recibe con la tarde templada. En la calle las parejas pasean abrazadas en una calurosa noche de primavera, la conversación despliega su red en las mesas de las terrazas alumbradas por la risa, unos estudiantes juegan al truco. La noche esconde el as de espadas para la última mano.
Y los conciertos fueron inolvidables. Dos noches en el teatro Alberdi, donde fuimos felices, donde destejimos la labor de Penélope, aquella que cansada de esperar a Ulises huyó a un pueblo del interior para cantar con nosotros hasta que se abrieron todas las ventanas de Peumayén. El teatro iluminó sus galerías para que recorriera sus butacas el sueño de una noche de primavera. Aquel que tuvimos despiertos.

Y ahora permítanme algunas consideraciones sobre política (¿o sobre políticos?):

En las portadas de los periódicos se habla de la nacionalización de los fondos para la jubilación. Como siempre desde fuera se ve como una amenaza para el libre mercado y para el sector privado. Puede ser. Pero, ¿no es doble moral ver con buenos ojos la nacionalización de bancos (el último el BPN en Portugal) cuando estos se vienen a bajo y con malos ojos nacionalizaciones de este tipo (el viejo conocido: “se privatizan beneficios, se socializan perdidas”? ¿No están estos fondos privados en manos de quienes han especulado y han llevado el sistema al colapso y no es el “interés general” (y vean que lo pongo entrecomillado)- el mismo que mueve a otros gobiernos a hacer otro tipo de nacionalizaciones- el que empuja al gobierno argentino a tomar esta decisión ante un sistema financiero que se viene abajo? Y noten que lejos de valorar la actuación del Gobierno argentino quiero poner en relieve el doble discurso con que a veces algunos analizan la realidad.


En cualquier caso, no deja de ser curioso que en Argentina los mismos que antes de ayer votaron su privatización son hoy feroces defensores de su nacionalización. No quisiera generalizar en torno a los políticos pero su capacidad para reinventarse nunca deja de sorprenderme. Me recuerda a aquello de Groucho Marx: Estos son mis principios y si no le gustan… tengo otros.

El norte de argentina padece una suerte de caciquismo que ordena su vida política desde hace tiempo, me cuentan amigos. Los derechos de los ciudadanos son otorgados como gracias concedidas por una clase política (y a veces sindical) que generan una deuda en el ciudadano que tarde o temprano el político de turno querrá cobrar. Es decir, los derechos, y por tanto los servicios que ha de prestar el estado, son interpretados como generosas dádivas que el beneficiado ha de agradecer de por vida, puesto que son fruto, no del hecho de que la soberanía resida en el ciudadano y el político tenga la obligación de servir, si no de la generosidad y benevolencia del dirigente que a la manera feudal (y a menudo mafiosa) administra los bienes de todos, o sea el erario público. Un clientelismo que atrinchera en el poder a dirigentes que no dejan espacio para otras alternativas (algunos tampoco parecen verlas) y que perpetúan su poder alejados de cualquier tipo de control democrático.

Ojalá la sociedad civil sea capaz de articular en sus diferentes marcos de asociación la búsqueda de alternativas democráticas. O mejor aún: ojalá sea capaz de promocionar una cultura democrática que les haga entender a los ciudadanos su potencial para exigir el cumplimiento de sus derechos como prioridad irrenunciable y, por tanto, el cambio de modelo hacia un sistema en el que la soberanía resida realmente en los pueblos, en el que las democracias sean realmente participativas y estén bajo el control alerta y crítico de todo el conjunto de la sociedad.