miércoles, 29 de junio de 2011

Futuro

El futuro me ha llamado con tu voz

y, mientras ruedo por la cama,

insomne y asustado,

busco detrás de mis párpados

la playa en que te vi reír,

y el mar sonando en el hueco de tu abrazo,

como una caracola abandonada

en la arena de los días perdidos.

El futuro trae tu olor,

como el aroma metálico

del ozono tras la tormenta,

como nuestra cocina con los fuegos encendidos

mientras fuera la ciudad ronronea

como un gato entre mis pies.

El futuro tiene tu tacto,

de pétalo vivo,

tu sombra de espiga dorada

y tu risa de espuma

rompiendo sobre el mascarón de proa.

Y así caminamos,

soñando libélulas, hadas y cometas,

hacia el futuro,

cuando el sueño se apiada de mi

y la habitación entera se calla.

La gente nada sabe del amor

si no se reconoce en nuestros pasos.

Todo empieza y todo acaba en ti.

martes, 21 de junio de 2011

Despierta


Despierta,
arranca las cortinas y vístete de calle,
que la vida te cubra como el agua fría la cara.
Ahora que mil corazones no resueltos,
cansados de tanta derrota,
agitan sus alas y gritan desde los acantilados,
ahora que las pieles brillan en las plazas
y la tarde arde sobre las espaldas de quienes preguntan,
has de despertar.

Despierta,
se la zarza incendiada que indica el camino,
que la vida es eterna en cinco minutos
y todo empieza y todo acaba en ti.
Basta de tristezas,
a veces la victoria puede ser hermosa,
como lo es la sonrisa última del que se despide,
como el monólogo secreto del niño que juega,
como el pequeño milagro que encierra el relámpago de tu carcajada.
Despierta,

te espera paciendo en el asfalto
una reata de pegasos,
nuevas constelaciones iluminan
la ruta de los navegantes extraviados
y los dormidos se levantan de las cunetas.

Despierta y trae la llama,
somos la herida abierta.
Todo empieza y todo acaba en ti.

martes, 7 de junio de 2011

Como Ulises en Ogigia

Como Ulises en Ogigia pero sin Calipso los días pasan y el viaje queda congelado: las aves en mitad del cielo azul, los árboles impasibles al viento, la ceniza suspendida en el firmamento, pavesas de un incendio en el que ardieron nuestras cartas.

Espero en Buenos Aires, pendiente del parte metereológico y de las noticias en Madrid. La Puerta del Sol se reúne en una nueva asamblea y sobre los toldos cae la lluvia de una primavera que se empeña en ser otoño.

Islandia sienta en el banquillo de los acusados a sus gobernantes, responsables de la hecatombe financiera, testigos mudos, cuando no cómplices, de un sistema financiero desquiciado que bebió hasta la última savia de una sociedad dormida. Se les acusa de no haber tomado medidas “con el propósito de impedir los daños previsibles para los fondos públicos”. Porque, a estas alturas, sabemos todos que los daños eran previsibles. Aún no es tarde para que el ejemplo islandés cale en otras sociedades.

Quedan las ciudades cubiertas con un manto de cenizas como el futuro por la nieve de este invierno que entumece nuestro rostro y nuestro sueño, cubierto de estalactitas, derritiéndose ante el sol que tirita sobre el reloj de la noche de fin de año.

Intercederá Atenea en nuestro nombre, permitiendo nuestro viaje al sur del mundo. Mientras, tú despiertas, abriendo las ventanas de par en par. Te vestirás de relámpagos y geranios y saldrás a la calle. Al abrir tu portal, paciendo en el asfalto, encontrarás una reata de pegasos. Pacientes te esperan para emprender el vuelo. Más allá de las cenizas verás brillar la estrella de los vencidos.

Nunca es tarde si es otoño y duermo en tus brazos. Ulises suelta amarras y el canto alborotado de las gaviotas te nombra. El mar conoce tu nombre, como el viajero la derrota.


Ismael

PS 1: Sobre la reprogramación de los conciertos al sur puedes consultar: http://www.facebook.com/note.php?note_id=10150202972775942


PS 2: Varias personas han preguntado por mi cuenta de twitter. Aquí va:
http://twitter.com/SerranoIsmael

miércoles, 1 de junio de 2011

Herido de vida

Acaricio las cumbres nevadas. Dejamos Chile. Nos retuvo un día más el mal tiempo en Puerto Montt. Y al sur del sur, en Punta Arenas cantamos y las gaviotas quedaron congeladas en mitad del cielo azul, sobre el estrecho de Magallanes, con su agua oscura y calma.

Pero antes, en Santiago, la Alameda se desbordaba con el caudal implacable de la cólera popular. No a Hidroaysén, gritaba la gente, exigiendo a la clase política una mirada a largo plazo que parece haber perdido. El brutal impacto medioambiental que tendrá en La Patagonia el proyecto energético que quiere llevar a cabo el gobierno de Piñera hace evidente que se privilegian los intereses empresariales por encima de las necesidades y exigencias de la mayor parte de la gente.

Otro día, los estudiantes en lucha me hablan del endeudamiento de los más jóvenes ante los créditos que exige la matrícula universitaria, de cómo se abandona la universidad pública, de cómo la educación superior se convierte en un privilegio y en el negocio de unos pocos. Y me dicen que saldrán a la calle, para mostrar que, pues viven, anuncian algo nuevo. Pienso entonces en las cartas que llegan desde Madrid. La Puerta del Sol bulle efervescente, las plazas son ágoras vivas donde el debate es intenso y plural. Lamento no estar allí, aunque en cierto modo lo estoy cada vez que canto. Hablo orgulloso de mi ciudad, de todos aquellos que, indignados, se miran unos a otros en las plazas de España descubriendo que les nacen alas, que es la hora de habitar los sueños.

Y queda, mientras cruzo la cordillera, el recuerdo cálido de una mañana de domingo en Quilicura, comuna santiagueña que me recibió hospitalaria y generosa. Paseamos por los jardines de infancia bautizados con el nombre de profesores asesinados por los carabineros durante la dictadura de Pinochet. Y charlo con el hijo de Manuel Guerrero Ceballos, (profesor y dirigente de la Asociación gremial de educadores), con la viuda de José Manuel Parada (sociólogo y exfuncionario de la Vicaría de la Solidaridad), luchadores por la libertad, cuyos cuerpos degollados aparecieron una mañana de 1985 en un descampado de Quilicura. Hablamos también con las educadoras (“las tías” las llaman cariñosamente) que nos muestran orgullosas el trabajo de sus pequeños. Este es nuestro patrimonio, nos dicen mientras la luz del sol parece temblar entre las figuras móviles colgadas del techo. Este es nuestro patrimonio: nuestra gente, nuestra memoria.

Y cantamos en la plaza luminosa de la comuna con integrantes de la Escuela de Música de Quilicura e inevitablemente recuerdo el barrio en el que me crie, pienso en los poderosos vínculos que unían a sus habitantes y que construían la familia vecinal, núcleo de resistencia ante una ciudad que se empeñaba en ser hostil, en las puertas abiertas, como estas por las que me invitaron a pasar para brindar por los ausentes y por el futuro compartido.

Acaricio las cumbres azules y llego a Buenos Aires. Fuimos felices. Y seguimos nuestro viaje, heridos de vida.