miércoles, 27 de octubre de 2010

Otoño

Me recupero de las fiebres, del invierno más largo que viví y el otoño desviste los plátanos de mi calle. Así que el suelo se vuelve una alfombra amarilla por la que paseo mis pies cansados. Vuelvo a Madrid y la mañana de octubre me quema y me miente. No es primavera, aunque los días prometan sol y las aves jueguen a perseguirse sobre los tejados.

No es primavera y los periódicos delatan las atrocidades que originó la guerra que nosotros maldecimos. Wikileaks revela el contenido de archivos clasificados y corrobora lo que Casandra vaticinó: decenas de miles de muertos, torturas, abusos, violencia. Ella, la adivina a la que nadie escuchó, aquella que se puse de pie entre el delirio y la mentira, mi dulce Casandra, la opinión pública lo supo antes que nadie y denunció el horror que hubo de cubrir los cielos de aquellos días terribles.

No es primavera en Madrid, aunque la tos y tu ausencia me queme el pecho. Tengo que dejar de fumar, me digo mientras suenan las voces del coro de niños que grabamos en Palestina. Fredi Marugán graba las guitarras del tema, desinteresadamente, con la generosidad de siempre. La canción va creciendo y todos los niños del mundo cantan en las voces del coro de la Escuela de música Edward Said de Ramallah.

No es primavera y el jazmín, que el año pasado resistió al invierno, se aferra a la reja con fuerza, trepa como un dulce recuerdo por la memoria. Y así, con la terquedad de la planta trepadora, salgo a la calle con la intención de seguir cantando, pues vivimos.

Aunque no sea primavera. El otoño, amarillo, como algún amanecer, tiene sabor a prólogo, a maleta a medio hacer, a estación de tren, a desayuno recién servido. La fiebre se marcha, apago el último cigarro y salgo a la calle, esperando encontrarte.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Febril

Febril, intento descansar en casa tras el viaje por Colombia. La tos me agita el pecho y soñar con el encuentro también. Me cuidan, me traen medicinas y el mundo duele menos si me imagino que me miras. Así de forma constante, sonriendo como entonces.
Madrid empieza a amarillear, mis amigos cumplen años y yo duermo bajo mil mantas. Tiemblo de noche con recuerdos del futuro.
Perdona la brevedad de mi mensaje. Prometo cuidarme y hablarte con calma de este otoño de fiebres y planes. Este invierno que viene el futuro será hoy.

martes, 12 de octubre de 2010

Dulce y feroz

Cali, caribeña, negra y bulliciosa nos recibió con amabilidad y calor. Carteles anunciando los conciertos de los Van Van, de la Orquesta Aragón empapelaban las paredes. Y el concierto, íntimo y vibrante, nos dejó la sonrisa prendida en las caras.

Partimos a Medellín. Sabía de la efervescencia cultural de la ciudad antioqueña, cuna de cineastas, artistas plásticos, poetas y cantantes, sede de un renombrado Festival de Poesía, urbe en constante cambio. Bajamos ya de noche la carretera que nos lleva desde el aeropuerto y en una curva se revelan los cerros de la ciudad, pintados por una miríada de luciérnagas palpitantes.

Tuve la oportunidad de charlar con algunos amigos de la cultura de la ciudad. Con Víctor Gaviria, director de cine, autor de la tremenda y hermosa “La vendedora de rosas”, hablamos de la realidad feroz de su país, que contrasta de forma terrible con la amabilidad natural y dulce de los colombianos. También estaba Alejo García, cantautor, uno de los fundadores del Festival Internacional de Canciones Itinerantes que se celebra en el país. Y, junto con otros amigos, hablamos de un país herido, de una ciudadanía rehén de la violencia, de una sociedad civil desmovilizada a fuerza de golpe y sangre, de la guerrilla, de los falsos positivos, de la cultura como espacio de encuentro entre aquellos que sueñan en un mundo mejor, de poetas colombianos, de cine, de epitafios y alumbramientos. Amantes de su tierra mestiza y maltratada, me ayudan a entender a su país, algo hermético, en ebullición constante, apasionado. Me hablan de la distancia entre lo rural y lo urbano, del folklore plural y vivo, de mujeres colombianas que recitan décimas a la manera de Violeta Parra haciendo la crónica sentimental del tiempo convulso que les toca vivir, de la dificultad con la que se encuentran los jóvenes cantautores en el país y me recomiendan los versos de Fernando Vallejo, de León de Greiff, de Raúl Gómez Jattin.

Y entre entrevista y entrevista observo la ciudad desde el mirador del Pueblito Paisa, réplica de la tradicional aldea antioqueña, atrezzo de una realidad congelada en el tiempo para turistas y curiosos. Observo el trajín desordenado de la ciudad desde lo alto y me siento pequeño y vulnerable.

Quedarán para siempre en mi memoria los primeros conciertos en Colombia, dulce y feroz, y prometo volver con la certeza de que el mundo, algún día, detendrá su giro implacable para reparar en la tragedia de aquellos que siempre sufren, para soplar en la herida de los que siempre esperan. Y desde el coche descubro el triste pájaro metálico de Botero, roto por la explosiones. A su lado, otro, incólume, observa la plaza como promesa de los tiempos de paz en los que han de volar mil pájaros como aquel, palomas orondas, pero estas blancas y luminosas.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Por fin te encuentro

Llueve ferozmente en Bogotá. Los coches se amontonan sobre el río en que se ha convertido el asfalto mientras preparamos el concierto que celebraremos por primera vez en Colombia. Era una cuenta pendiente y por fin estamos aquí, con los nervios y la ilusión propia de las primeras citas.

Ayer tuvimos un encuentro con amigos y amigas colombianos en un pequeño café de la ciudad y charlamos un rato sobre esta primera visita. Y hablamos de este país malherido por la violencia, de los sueños compartidos, de los desparecidos silenciados por los medios, de la necesidad de comprometerse con la realidad, de una Latinoamérica viva, cargada de incertidumbres y esperanza. Fue emocionante encontrar a tanta gente con la que poder compartir las inquietudes que uno plasma en las canciones. La música incide en los que nos une y no tanto en lo que nos separa.

Había abandonado durante un tiempo el blog. Había decidido tomarme un descanso y romper con la disciplina de los miércoles pero aquí estamos de nuevo.

Volver a Madrid y encontrarse con los familiares y amigos fue saludable. En los conciertos de Rivas y Albacete sentí la paz y la melancolía del viajero que regresa y también la urgencia de contar las experiencias vividas en los maravillosos tres meses que pasamos al otro lado del océano.

Llueve ferozmente en Bogotá. Monotonía de lluvia tras los cristales. Escucho como el cielo se rompe y vierte su llanto sobre la ciudad. Y trato de encontrar la calma.

Hago planes. Nuevos viajes. Terminar la canción que empezamos en Palestina. Escribo algún email pendiente. Llamar a casa. Vivir.

La tormenta amaina. Huele a tierra a mojada. Las cosas van a ir bien.

Como la lluvia derramada sobre Bogotá, así se han de verter las canciones que un día soñe. Ojalá dejen este poso de calma, este olor a tierra mojada, retazos de un Edén soñado. En busca de él camino. Encantado de conocerte, Colombia. Por fin te encuentro.